¿Existe la clase media o es solo una ilusión?

¿Existe la clase media o es solo una ilusión?

María Jesús Montero suscitó la polémica al asegurar que quienes cobran el SMI son clase media. La mayoría de españoles se percibe como clase media. ¿Pero existe la clase media? ¿Continúa estando en vigor la estructura de clases en la sociedad?

Metro de Puente de Vallecas.Ricardo Rubio/Europa Press via Getty Images

Dice el refranero popular que dos no pelean si uno no quiere. Si esto se aplicara a las clases sociales, Aristóteles habría dicho que dos no pelean si un tercero se lo impide, si existe quien ejerza una suerte de mediación. Para el filósofo griego, la clase media era quien debía actuar como árbitro para evitar las disputas entre ricos y pobres. Tal y como desarrolló en su obra ‘Política’, “siendo frecuentes entre los pobres y los ricos las sediciones y las luchas, nunca descansa el poder, cualquiera que sea el partido que triunfe de sus enemigos, sobre la igualdad y sobre los derechos comunes”. De ahí que, “temiendo ricos y pobres el yugo al que se someterían mutuamente”, considerase Aristóteles necesario “aumentar la clase media”. Solo un “árbitro” daría confianza. Solo un tercero evitaría una batalla. Con la clase media aristotélica, se desdibujaría la futura lucha de clases de la que hablaría Karl Marx.

Entre la clase trabajadora y la clase burguesa, entre los pobres y los ricos, Marx también vislumbró una clase media, que serían, para el filósofo alemán, los propietarios de los medios de producción sin la suficiente capacidad para contratar, o explotar, a los miembros de la clase obrera. Entre trabajadores y burgueses, estaría la pequeñoburguesía. Más allá de Aristóteles y Marx, el concepto de clase media fue víctima de un sinfín de interpretaciones que terminaron por pervertirlo a medida que avanzaba el siglo XX. Hoy, la clase media es casi materia del realismo mágico.

Estos días, el debate ha vuelto a la arena tras unas declaraciones de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en el Congreso. Montero levantó recelos tras manifestar que “clase media son todos los ciudadanos que cobran el Salario Mínimo Interprofesional”. A pesar de la crítica inclemente, el problema, al menos en la actualidad, reside en continuar relacionando la pertenencia a una clase o a otra en función de los ingresos y no con las condiciones existenciales. Así lo defiende el sociólogo, profesor de Teoría Política en la Carlos III de Madrid y editor de Lengua de Trapo, Jorge Lago.

La vivienda como determinante social

La clase media, aunque solo sea como “aspiración o deseo social”, existe, comenta Lago, aunque “está en crisis”. “La clase media ya no se define tanto por el trabajo o el salario sino por el concepto de financiarización”, explica: “El acceso a la clase media ya no lo permite tanto el trabajo y el salario como el tener o no acceso a activos financieros”. Antes, la seguridad vital la otorgaba la estabilidad de un empleo; ahora, “lo que cada vez marca más la posición social no es tanto el salario o el empleo, sino tener acceso a la compra – normalmente vía herencia – de una vivienda u otro tipo de activos”. Esto lleva, por tanto, a una situación de espera “con una lógica nihilista: si antes a los 25 años podías disponer de certezas, ahora debes aguardar hasta los 60 años para heredar la vivienda familiar, y eso quien vaya a heredarla y con las diferencias evidentes entre herencias”.

Regresando a Aristóteles, es cierto que ampliar el espectro de clase media, aunque sea desde un punto de vista subjetivo – el PSOE incluso habla de “clase media trabajadora” – elimina la posibilidad del conflicto que planteaba Marx. “Si uno deja de considerarse proletario, no hay necesidad de salir a través del choque”, sostiene Lago, que en todo caso insiste en que la clase obrera quería abandonar esa concepción “y no a través de la salida revolucionaria”. “Lo que la clase trabajadora deseaba y desea es que sus hijos sean clase media, y de ahí que la apuesta sea por la vía de la inversión, que cada vez es más costosa: formación en estudios, másteres, idiomas, e incluso mediante la adquisición de activos financieros o inmobiliarios”.

En este sentido, “la mitología de las subidas salariales” esconde una trampa: “Siguen en la línea de ver la clase como algo relacionado con la empleabilidad, pero el trabajo no es universal, sigue siendo jerárquico. Siempre habrá desigualdad, aunque la clase media la opaque”. Esto es, el SMI puede seguir aumentando hasta lo indefinido que, si el derecho a una vivienda continúa siendo una quimera, dará igual. Lo aseveró la propia ministra de Trabajo, Yolanda Díaz: “Puedo seguir subiendo el salario mínimo, que, si los precios de la vivienda siguen subiendo, como está pasando hoy en toda España, si no hacemos nada, será misión imposible”. Todo esto vislumbra, además, un individualismo cada vez más preponderante. “La salida a los conflictos sociales ya no es colectiva, sino individual”, detalla Lago. Lo que toca, dice, es “redefinir las formas de protección social, ya sea desde un punto de vista republicano o socialista, esto es, más que aumentar o asegurar los ingresos salariales, afianzar las prestaciones universales y socializar la riqueza”.

El sociólogo pone como ejemplo la propuesta del ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy, que esta semana defendió una prestación universal por crianza de 200 euros al mes, una medida que, en su opinión, “reduciría la tasa de pobreza infantil a la mitad y sería un avance muy importante para que muchas familias puedan llegar a final de mes”. Para Lago, “lo importante no es tanto el trabajo, que no puede universalizarse ni proporcionar ya identidad e igualdad social, como un tiempo libre asegurado para todos".

Ante este escenario, considerarse clase media o no, casi siempre bajo un criterio subjetivo, ha dejado de ser tan relevante frente a la materialidad de las condiciones vitales. Mientras la OCDE sitúa a las personas en una clase u otra en función de una escala salarial, en el CIS la pertenencia al estrato social responde a criterios interiores, o al deseo aspiracional. Poco importa el emplazamiento en el que se sitúe cada uno si no se es libre, por ejemplo, para acceder a una vivienda.

  CIS del mes de junio de 2024.

La clase trabajadora vs. la clase dominante

Para la politóloga Arantxa Tirado, autora junto a Ricardo Romero ‘Nega’ del libro ‘La clase obrera no va al paraíso’ (Akal), “la clase media en realidad es una entelequia”, una ficción sujeta al debate y a la indefinición “que depende de qué elementos establezcas para categorizarla”. El concepto clase media, explica Tirado, comenzó a utilizarse “para no hablar de las clases sociales en la lógica de la confrontación” marxista. Más que la categorización de clase baja, media o alta – con todas sus subvertientes –, la politóloga defiende la segmentación entre clase trabajadora y clase dominante. ¿Y por qué esto ha desaparecido? Porque “si estableces esta división, se visualiza de nuevo el conflicto de clases”. “Si tú consideras que todo el mundo es clase media, el conflicto se difumina”, comprende. De nuevo Aristóteles.

La fragmentación, además, es cada vez mayor. En el CIS se habla ya de clase pobre, clase baja, clase trabajadora/obrera, clase media-baja, clase media-media, clase media-alta o clase alta. De este modo, considera la politóloga, “pueden etiquetar y catalogar a la sociedad en grupos y subgrupos, pero tiene un resultado que debería preocupar a la izquierda, que no puede ver a la sociedad en su conjunto”.

Al final, las construcciones de nuevas clases desde el siglo XX tiene un interés político, no tanto analista como partidista. Lo ejemplifica el uso que el PSOE comenzó a hacer de la expresión “clase media trabajadora”. “Este concepto tiene una intencionalidad política, que es la de buscar la transversalidad en la que se identifica la mayoría de los trabajadores”, explica Tirado: “Aunque desde el punto de vista analítico y político sea incorrecto, piensan que así conectarán con más gente”. Con estos modelos, “se pierde la ubicación de clase, que, aunque no tenga que corresponderse con la identificación, existe, y tiene que ver con tu relación con los medios de producción”.

En opinión de Tirado, los salarios no deberían ser tampoco el sesgo que identificara las clases sociales. De hecho, señala, una limpiadora es igual de clase trabajadora que, por ejemplo, un asesor financiero. Con sus diferencias salariales, por supuesto, pero no dejan de ser, explica, “personas que venden su fuerza de trabajo”. “Son la misma clase, pero una está empobrecida y otra en condiciones más dignas, y es ahí donde debería situarse la propuesta de la izquierda, no en asumir que la clase trabajadora tiene por qué considerarse pobre”, apunta. El riesgo de situar las diferencias de clase en función del salario termina “enfrentando a los trabajadores entre sí, evitando la unidad de lucha”.

Pero si la clase media es una ficción, ¿por qué una gran mayoría de la sociedad se identifica como tal? Tirado, que advierte también del “interés con el que se plantean las preguntas”, cree que es porque así “se entra en la lógica de la no significación”. “Estoy ahí, en el medio, como todo el mundo, al final la gente tiende a mimetizarse”, considera. La politóloga recuerda una cita del historiador argentino Ezequiel Adamovsky que recupera en su libro junto al cantante de Los Chikos del Maíz: “Nombrarse ‘clase media’ no solo es unificarse con otros como clase: es también colocarse en el (justo) medio y reclamar una ubicación en el mapa de la ‘civilización’, una operación del orden de lo simbólico con profundas consecuencias en el plano de las relaciones entre clases".

Los matices

El medio del que habla Adamovsky explica el germen del concepto. Lo analiza el sociólogo César Rendueles. “La clase media surgió como un ideal de vida universalizable, como un tipo de clase social que no vivía en la miseria, como el proletariado, pero tampoco entre los lujos obscenos de la clase burguesa”, si bien “acabó degenerando en anhelo, en la aspiración de quien quería dejar de ser clase trabajadora para ser clase alta”.

Rendueles defiende la existencia de multitud de factores que explican la estructura de clases. “Todo importa para definirlas, desde los ingresos, el patrimonio, la autonomía en el trabajo... Hay demasiadas aristas que obligan a una mirada ecléctica en su análisis”, sostiene. Pese al inconveniente de analizar una clase social casi ilusoria, Rendueles entiende que, desde el punto de vista sociológico, “no puede depreciarse, sobre todo porque sí hay mucha gente que se autopercibe como clase media”. “Resulta interesante comprobar cómo nadie quiere ser considerado como clase baja, pero tampoco como clase alta”, detalla: “Todo el mundo se ve como clase media, y es normal, porque al mismo tiempo nadie quiere verse como subalterno pero tampoco en una posición de dominio, algo que desde luego es esperanzador desde la política igualitarista”.

Para el también investigador en el CSIC, “el error es pretender encontrar una categoría para todo”. A este respecto, Rendueles cita al sociólogo marxista estadounidense Erik Olin Wright, que defendía la tesis de la importancia de las peculiaridades en la revista New Left Review. En un artículo titulado ‘Comprender la clase. Hacia un planteamiento analítico integrado’, Olin Wright sostenía que, más allá del análisis marxista, los “diferentes modos de analizar las clases pueden, todos ellos, contribuir a una comprensión más exhaustiva de las mismas mediante la identificación de los diferentes procesos causales operativos en la conformación de los aspectos micro y macro de la desigualdad en las sociedades capitalistas”. 

En concreto, el sociólogo se centraba en tres grupos de procesos “pertinentes para el análisis de clases: identificarlas con los atributos y las condiciones de vida materiales; en los modos en que las posiciones sociales permiten a determinadas personas controlas los recursos económicos mientras excluyen a otras; y la estructuración de las clases por mecanismos de dominación y explotación en los cuales las posiciones económicas conceden a algunas personas poder sobre las vidas y actividades de otras”.

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El debate, es obvio, permanece todavía abierto, si bien resulta admisible que, ya sea el SMI o cualquier salario, estos no explican por sí mismos el posicionamiento social.