Elon Musk y la sociedad embrutecida: el magnate usa la red social X para ganar poder e imponer su agenda extremista

Elon Musk y la sociedad embrutecida: el magnate usa la red social X para ganar poder e imponer su agenda extremista

Siguiendo la estela de Margaret Thatcher, el hombre más rico del mundo no buscaba que la compra de Twitter le reportara dinero pero sí el altavoz para imponer sus ideas y confrontar con quienes piensan diferente.

Elon Musk, en Krakow, Polonia.Beata Zawrzel/NurPhoto

La aseveración ya daba muestras de lo que se venía. Nadie que busque de verdad el bien de manera altruista soltaría aquello de “no compro Twitter por dinero, sino para ayudar a la civilización”. La bravuconería de Elon Musk cuando adquirió la red social por una cantidad obscena no era sino un aviso del peligro de sus pretensiones. Un multimillonario al rescate de una civilización que pedir, no le había pedido nada, y cuyas aspiraciones recuerdan a Margaret Thatcher. “La economía es el método y el objetivo, cambiar el corazón y el alma”, le decía la británica al Sunday Times en el 81.

El hombre más rico del mundo hizo con Twitter lo que haría cualquiera que quisiese terminar con el reciclaje. Eliminó la separación por contenedores para arrojar todo mensaje a un mismo recipiente, un depósito en el que tuviera cada vez más cabida el horror en forma de violencia, desinformación, extremismo. No en vano, una de sus primeras decisiones como CEO de la empresa fue la de despedir a gran parte del equipo de moderación de Twitter. Según él, el objetivo era permitir la libertad de expresión más absoluta, aunque en realidad su intención fuera siempre la de acercar a la sociedad a un embrutecimiento cada vez más incontrolable. Hablamos de un magnate que presume de fabricar un coche antibalas, como si tal protección fuera la primera inquietud del comprador en un concesionario.

Allá por 1500, el filósofo Etienne de la Boétie escribía su Discurso de la servidumbre voluntaria. Ya entonces, trataba de explicar los trucos de los déspotas para mantener aletargado al pueblo: “Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, las bestias extrañas, las medallas los cuadros y otras bagatelas semejantes fueron para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía. Este medio, esta práctica, estas seducciones utilizaban los antiguos tiranos para adormecer a sus súbditos bajo el yugo. Así, los pueblos, atontados, encontrando bellos estos pasatiempos, distraídos por el vago placer que les pasaba ante los ojos, se acostumbraron a servir tan neciamente como los niños pequeños”.

Musk pone tanto el palo como la zanahoria, pero quiere más. Lo que decía Thatcher. Cambiar el corazón y el alma, aunque ello suponga erradicar la democracia. Parece ser, de hecho, el propósito que persigue. Por eso cuando países como Brasil pretenden obstaculizar el caos, Musk se enfunda el traje de víctima y centra sus esfuerzos en deslegitimar gobiernos, jueces y a cualquiera que se atreva a ponerse en medio. Tal y como explicaba en El País la economista experta en política digital Francesca Bria, la “batalla global por controlar la esfera pública digital” es “una cuestión fundamental para la propia legitimidad de la democracia”.

“Las democracias”, escribía Bria, “nunca deben permitir que haya unas empresas tan poderosas como para poder plantar cara a los gobiernos y los tribunales. Cuando las empresas alcanzan esa dimensión, pueden distorsionar el discurso público, influir en las elecciones, evadir impuestos y ahondar las divisiones sociales, lo que constituye una amenaza directa para la democracia”. Por si la amenaza no fuera nítida, sigue: “Si no se hace nada, las consecuencias serán nefastas. Cuando personajes como Elon Musk utilizan sus plataformas para dar altavoz a las opiniones de extrema derecha, apoyar a líderes divisivos como Trump o Bolsonaro e incitar a la violencia contra los inmigrantes y grupos marginados, no están ejerciendo la libertad de expresión, sino socavando los principios fundamentales que representa la democracia”.

Pero es que además Musk no se esconde. Así como hay otros multimillonarios propietarios o inversores en grandes tecnológicas que prefieren actuar de espaldas, al multimillonario nacido en Sudáfrica lo que le gusta es mostrarse como una suerte de elegido en la lucha contra lo que llama “virus woke”, un término tan manoseado que ya es más una teoría de la conspiración que un despertar de las conciencias. El hombre más rico del mundo y propietario de uno de los altavoces más escuchados del mundo es el cabecilla de quienes denuncian que “ya no se puede decir nada”. Qué más da.

  Elon Musk entrevistó a Donald Trump en X.PA Wire/PA Images via Getty Images

Las consecuencias nefastas de las que hablaba Bria en su artículo, el embrutecimiento trabajado con ahínco, pudieron verse hace unas semanas en Reino Unido con los pogromos contra inmigrantes tras el asesinato de tres niñas. En The Guardian, la reportera Carole Cadwalladr explicaba que “los disturbios del verano de 2024 fueron el globo sonda de Elon Musk”. “Este verano”, escribía, “hemos sido testigos de algo nuevo y sin precedentes: el multimillonario propietario de una plataforma tecnológica se ha enfrentado públicamente a un líder electo [el laborista Keir Starmer] y ha utilizado su plataforma para socavar su autoridad e incitar a la violencia”. Y lo peor, “se salió con la suya”. Cadwalladr lanza entonces una cuestión desazonadora: “Si Musk decide predecir una guerra civil en Estados Unidos, ¿cómo será? ¿Si decide impugnar el resultado de las elecciones? ¿Si decide que la democracia está sobrevalorada? Esto no es ciencia ficción. Faltan literalmente tres meses [en noviembre son las elecciones en Estados Unidos]”.

En el artículo, la articulista de The Guardian plantea también una cuestión nuclear y es la comparativa entre la postura que hoy mantienen las grandes tecnológicas con la que tenían hace unos años. Facebook o Twitter se preocupaban mucho más por la desinformación en los años en los que “una turba insurgente se encontró en Internet, invadió Washington, irrumpió en el Capitolio y amenazó al vicepresidente con una soga”. Las cosas han cambiado, “los multimillonarios se han desatado”, y si el asalto al Capitolio sucedió aun con las grandes tecnológicas pensando en la moderación, qué deparará el futuro si ya todo está permitido.

El periodista Ekaitz Cancela lleva años investigando la confluencia entre las tecnologías y el capitalismo y ha publicado Utopías digitales. Imaginar el fin del capitalismo (Prometeo Editorial). En conversación con El HuffPost, Cancela observa “un giro notable” y “radicalmente nuevo” en las tecnológicas como X. “Las redes sociales”, cuenta, “han sido siempre un espacio de disputa política, sobre todo desde que fueron la gran apuesta de Barack Obama en 2008, cuando ganó su primera campaña”. Según explica, desde sus inicios, Silicon Valley estuvo muy conectado con los demócratas en Estados Unidos, y “esto es importante porque contribuye a explicar porque los conservadores tienen tanto empeño en conquistar las redes sociales como un espacio de batalla político”.

Con el paso de los años, Silicon Valley “ha dejado su rol ideológico o cultural enfocado en la libertad para apoyar la agenda neoconservadora”. ¿Por qué? “Porque la correlación de fuerzas ha cambiado. Son empresas y buscan ganar dinero. El nacimiento de Silicon Valley está ligado al Departamento de Estado, al Ejército y al Pentágono, que es uno de los motores principales de innovación. Los contratos del Ejército son los más lucrativos del mundo". Todo esto, detalla, “se pone más de manifiesto ahora con las guerras en Ucrania y Gaza”: “Las tecnológicas están viendo una situación geopolítica determinada y que hay un mercado enorme para el software militar, por lo que se alinearán con quienes crean que les da o les dará más rédito, y en este caso es Trump. ¿Por qué? Por China”.

¿Pero qué tiene que ver China con X o Silicon Valley? Si hay algo de lo que no quieren hablar las tecnológicas es de regulación. Temen que, si los Estados plantean algún tipo de control a sus actividades, dejen un espacio vacío que puedan rellenar empresas chinas. Tal y como relata Ekaitz Cancela, “hasta ahora, uno de los temas que impedía la regulación era el discurso de la seguridad nacional, y en esta batalla Silicon Valley prefiere a los neoconservadores, ya que defenderán más que nadie la no regulación, la no interferencia en su batalla personal con China”. “No hay nadie que represente mejor todo esto que Donald Trump”, considera. Y qué casualidad que Elon Musk sea uno de los principales donantes de la campaña del expresidente republicano.

  Seguidores de Jair Bolsonaro agradecen a Elon Musk su enfrentamiento con el Gobierno de Lula da Silva.Allison Sales/picture alliance via Getty Images

¿Y qué alternativas hay al poder cada vez mayor de las tecnológicas? El camino pasa, según Cancela, por recordar “los movimientos de los países no alineados ni con Estados Unidos ni con la Unión Soviética de los años 70 y 80”. “Lo que planteaban estos países eran infraestructuras colectivas a escala de país”, explica para afirmar que esa sería la mejor de las alternativas. En su opinión, además, el caso de Brasil “pone de manifiesto que estas empresas son más frágiles de lo que pensamos”. “Las vemos como entes totalitarios que no tienen alternativas, pues cuando un juez decreta el embargo de cuentas millonarias y cierra X, te das cuenta de que el espacio de maniobra es más amplio del que nos dicen”, señala, y continúa: “Al final, la retórica de Silicon Valley es la ideología, y nos han metido en el imaginario que la política no puede gestionar la economía, pero sí puede, y hay mucho espacio para hacerlo”.

La decisión del juez brasileño o la detención hace unos días del fundador de Telegram en Francia han puesto sobre la mesa, aunque solo sea desde el punto de vista discursivo, la regulación de estas plataformas. Y es algo que no les gusta, por eso la reacción es cada vez más agresiva. Cancela cree que es el momento de que más países del sur de América se sumen a Brasil. “Necesita el apoyo de Colombia, México, Chile... Tienen que generar estrategias conjuntas para defenderse de Silicon Valley, y si aquí en Europa no empiezan a hacerlo países progresistas como España, entonces habrá que recriminárselo”.

Elon Musk no compró Twitter por dinero es verdad, pero tampoco por ayudar a la civilización, a no ser que pensara que la civilización fuera él mismo. No sería tan descabellado. Desde luego, el multimillonario no compró Twitter para perder, y el problema es que su competidor es todo aquel que no actúe en conveniencia.