Casa Manolo, el bar donde se firmó la Constitución Española de 1978
La Carta Magna, que este miércoles cumple 45 años, se cocinó a fuego lento en un local muy cerca del Congreso donde los churros y las croquetas son la gran especialidad de la casa.
Siempre es más fácil llegar a un entendimiento con la tripa llena. Muchos acuerdos históricos y pactos se han alcanzado durante copiosas cenas o abundantes almuerzos. Entre ellos, uno muy principal como fue la Constitución de 1978. La Carta Magna, que este miércoles cumple 45 años, fue la culminación de la Transición y la reconciliación de dos Españas enfrentadas durante décadas. Y, aunque fue refrendada en aquel histórico 6 de diciembre de 1978, su redacción se cocinó a fuego lento en Casa Manolo, un bar muy próximo al Congreso de los Diputados.
La localización de este local permite que, con el paso de los años, se haya convertido en la cafetería de referencia de políticos de todos los partidos e ideologías y también de los periodistas y cronistas que habitualmente cubren la información parlamentaria Luís Díez, exredactor jefe de El socialista; y Raimundo Castro, cronista parlamentario en El periódico de Cataluña, contaron en 2015 cómo los padres de la Constitución se citaban en un piso situado justo encima de ese bar para escribir el futuro de España.
“El equipo de redacción de la ponencia se reunía en un piso aquí arriba (encima de Casa Manolo), alquilado por el Congreso. Carrillo fumaba mucho y abrieron el balcón de donde estaban. Estaba Carrillo, Gregorio Peces Barba, Miguel Herrero, Miquel Roca. Fumaban todos”, cuenta Díez. Él se vanagloriaba de haber descubierto el sitio secreto donde se reunían todos ellos. “Abrieron el balcón hacia el atardecer porque tenían una humareda del demonio. Ahí fue cuando descubrimos que se reunían ahí, y tuvieron que cambiar de sitio”, contaba.
Casa Manolo, cerca de cumplir el centenario de vida, fue adquirido a finales de los años 20 por Manuel Seijo, un gallego que había emigrado a Cuba y que, a su regreso, decidió probar suerte en la capital. Hoy en día, su negocio lo llevan sus nietos.
Entre sus paredes, además de la Constitución, están los ecos del intento de golpe de Tejero en 1981 o los últimos devenires de la democracia española. Actualmente, el restaurante mantiene su aspecto de bodega clásica con salones de decoración clásicos y su bodega fue un refugio durante las bombas de la Guerra Civil.
Su fama se debe a dos propuestas culinarias: para el desayuno, deliciosos churros recién hechos, con chocolate o café, y para tapear, unas exquisitas croquetas de jamón, que son su especialidad. Pero una comida que frecuentaba pedir Rajoy eran los chipirones en su tinta. El líder gallego, muy habitual entre su clientela, dejó de frecuentarlo una vez que alcanzó la presidencia del Gobierno.
Pero no fue el único. Los dueños cuentan también que a Zapatero le convencieron en una de sus mesas para que se presentara a la secretaría general del PSOE, mientras que los críticos con Sánchez urdieron en 2016 entre sus paredes la crisis que terminó con la dimisión del hoy presidente del Gobierno. A los dos, ahora, se les ve poco por allí.