Belén González, Comisionada para la Salud Mental: "Si empeoran las condiciones materiales, hay más trastornos mentales"

Belén González, Comisionada para la Salud Mental: "Si empeoran las condiciones materiales, hay más trastornos mentales"

El pasado mes de abril el Ministerio de Sanidad creó la subsecretaría del Comisionado para la Salud Mental. En entrevista con El HuffPost, su responsable aborda las causas del malestar e ideas para revertirlo.

La Comisionada de Salud Mental, Belén González.BRUNO THEVENIN

"En tiempos donde nadie escucha a nadie / En tiempos donde todos contra todos / En tiempos egoístas y mezquinos / En tiempos donde siempre estamos solos". Lo cantaba Fito Páez en 'Al otro lado del camino'. Aunque el tema es de hace unos años, de no saberlo, uno podría ubicarla en el presente, sobre todo si escucha a Belén González, Comisionada para la Salud Mental desde la creación de la subsecretaría del Ministerio de Sanidad el pasado mes de abril. Estamos mal, sí, pero por no nuestra culpa. Al menos así lo defiende González, quien señala los condicionantes externos como responsables intangibles del malestar generalizado. Estamos mal, sí, pero por los tiempos donde nadie escucha a nadie, por los tiempos donde todos contra todos, por los tiempos egoístas y mezquinos, por los tiempos donde siempre estamos solos. En esta entrevista, González pone nombre al causante del sufrimiento colectivo: el neoliberalismo.

La pregunta va a parecer muy abierta, pero... ¿estamos tan mal?

Es abierta, pero tiene una respuesta muy cerrada: sí. La gente está mal, la gente está sufriendo y pasándolo mal en general, sí.

¿Qué es lo que ha pasado para que estemos peor que hace unos años?

Esta sí que no es una respuesta cerrada. Ha habido muchas variables. Una tiene que ver con lo existencial, con cómo nos percibimos a nosotros mismos. Estamos en un momento histórico en el que somos mucho más conscientes de nuestras emociones, de nuestros sentimientos, de nuestro estar en el mundo. No se parece a ningún otro momento, quizás un poco al romanticismo. Nunca hemos sido tan conscientes, tan autoconscientes, de nuestras emociones y de nuestros sentimientos, pensamientos, de nuestro proyecto de vida, de la capacidad de elección que tenemos y de la obligatoriedad de elegir entre una multitud de posibilidades que no se daban antes. Esto hace que constantemente tengamos que ser conscientes de las decisiones que estamos tomando, y haciéndonos cargo de las consecuencias de esas decisiones. Esto puede parecer banal en principio, o existencial y disperso, pero la consecuencia es que cualquier situación que se da en tu vida tiene que ver con las decisiones que has ido tomando, y en este régimen de verdad se culpabiliza al individuo. El mensaje que la sociedad se da a sí misma es que somos absolutamente responsables de nuestros actos y, por lo tanto, absolutamente responsables de las consecuencias de nuestros actos, sean estas buenas o malas. Pero esto no es una verdad, no es así. Hay una serie de condicionantes en la vida de una mayoría de gente que hacen que las elecciones sean mucho más restringidas y, además, en muchos casos no son buenas opciones; y, sin embargo, hay otro colectivo de gente, mucho más minoritario, que está en unas posiciones sociales donde sí tienen posibilidad de elegir y entre mejores opciones. La consecuencia de esto es que hay un gran volumen de población que se está culpabilizando de unas vidas que no están saliendo de acuerdo con las expectativas de buena vida, y eso tiene que ver con las condiciones externas de posibilidad. Hay otro grupo de personas, que son las que marcan el discurso, cuyas vidas sí que están saliendo bien porque tienen mejores condiciones para elegir. Si cada uno de nosotros pensamos que nuestra vida es consecuencia de las decisiones que tomamos, entonces si tu vida sale mal porque no tienes buenas opciones, vas a pensar que lo has hecho mal. Y si tu vida sale bien porque en realidad tienes mejores opciones, vas a pensar que es porque lo has hecho bien.

¿Quiere decir esto que no somos libres, o al menos que la mayoría de las personas no es libre? Es decir, se puede tener la libertad de comprar o alquilar una vivienda, pero las condiciones no lo permiten.

Hay una fantasía de elección, como elegir un trabajo. Uno no trabaja porque así lo escoja y con las condiciones laborales que elegiría. La mayor parte de la sociedad española está haciendo lo que puede hacer con unas circunstancias que cada vez son peores: hay más precariedad, el aumento del precio de la vivienda bloquea proyectos de independizarse, de familia, incluso de divorcio... Lo vemos mucho también en situaciones de violencia de género: hay mujeres que no se pueden ir de casa porque no tienen alternativa habitacional. Todo esto redunda en una serie de emociones negativas, de sensación de incertidumbre hacia el futuro, de falta de horizonte vital, de inestabilidad constante. Esto no ocurría en otras épocas históricas, y somos plenamente conscientes de ello, sobre todo las generaciones más jóvenes, que son las que son las que están pudiendo enunciar mejor este malestar y este sufrimiento.

¿Pero no ocurría o es que en épocas pasadas eran menos conscientes?

Pasan las dos cosas. Había una determinación social mayor. No existía un régimen neoliberal que te culpabilizaba constantemente de las decisiones que estaban tomando, no te decía que todo lo que te pasa tiene que ver con lo que haces o dejas de hacer. Y además no existía el nivel de precarización vital que tenemos y que ha ido evolucionando desde hace unas décadas a esta parte. Por ejemplo, mis padres sabían que iban a poder comprarse una casa. Tenían una seguridad y una tranquilidad para tener hijos. Mi padre se ha dedicado a conducir camiones y mi madre es maestra de pueblo, por lo que yo, que vengo de un pueblo, no vengo de una familia especialmente privilegiada. Pues sabían que iban a poder hacer eso, tenían unas trayectorias vitales que eran controlables. La gente de mi generación ha sido consciente de forma muy precoz de que no íbamos a tener pensiones. Es un comentario que siempre se ha hecho: “Bueno, como no vamos a tener pensión...” La incertidumbre que se introduce en los proyectos de vida hace que estemos angustiados permanentemente, porque no se puede estar de otra manera ante esta situación. ¿Quiere decir esto que es un trastorno mental? No. Lo que quiere decir es que el estado psíquico y emocional de la población en general ha empeorado. Al empeorar las condiciones materiales, aumenta el número de trastornos mentales que están relacionados con determinantes sociales. Pero el clima que vivimos, de malestar, tiene que ver con la parte más existencial combinada con una parte material de no poder elegir y con una parte más ideológica, más política, de un régimen neoliberal que nos introduce la culpabilidad y la responsabilidad de ser empresarios de nosotros mismos. Y si sale mal la cosa, es que lo has hecho mal.

En este mundo neoliberal hay también otro inconveniente. Parece que a las personas jóvenes lo que se les muestra es un futuro muy sombrío, que también explicaría el porqué de acudir a la extrema derecha, como por ejemplo el cambio climático. Esa falta de utopía de futuro provoca que se quiera acudir al pasado, como estábamos comentando ahora: nuestros padres vivían mejor. ¿Cómo se puede imaginar un futuro que parezca mejor que el presente?

La clave es hacer un futuro que sea bueno, no que parezca bueno. El discurso, cuando entra en contradicción con los actos, también genera malestar. Hay un descontento generalizado con ese discurso que se está manteniendo sobre la libre determinación, la capacidad de elección, la capacidad de triunfar si piensas en ello, de ser feliz simplemente con desearlo... Cuando se mantiene ese discurso y sin embargo la realidad es distinta, contradice el discurso, se genera un malestar. Es una traición. Decimos una cosa que luego no pasa. En los cuerpos y en las subjetividades de las personas esto aparece, y lo hace como una incomprensión, una inconformidad, como un malestar. Ese malestar puede salir puede salir por varios lugares, pero uno de los sitios por los que sale es a través del miedo, de un miedo al futuro, al otro, de un miedo al qué nos pasará, a quedarnos solos al tiempo que nos hace sentirnos incapaces de vincularnos con los otros. El individualismo que introduce esta ideología neoliberal hace que nos sintamos muy solos y que sintamos al otro como un enemigo, como alguien ajeno que te puede dañar. Eso hace que tengamos mucho miedo de los otros y que actuemos en consecuencia. Los discursos que encajan más con esa sensación de “nos atacan, nos quitan cosas” vienen a dar una explicación a esa sensación intangible de indefensión, de soledad, de incomprensión de la realidad, de traición. Hay una falta de coherencia enorme entre los discursos y las acciones. No solo hay que pensar en futuros mejores, que hay que imaginarlos, sino que hay que tomar acciones para que esos futuros puedan llegar.

¿Qué objetivos tiene el Comisionado de Salud Mental para revertir este malestar?

Tenemos que hacer un ejercicio de honestidad, poder introducir discursos que a la gente le permitan comprender cómo se sienten. Por ejemplo, los discursos que estamos introduciendo que tienen que ver con el malestar en el trabajo hacen que, de repente, la gente se dé cuenta de que hay algo real que estaban sintiendo en sus entornos laborales que les estaba haciendo sentirse mal y que no eran ellos, y que no era una enfermedad, sino que eran las condiciones de trabajo. Esto hace que la separación entre el discurso que les dice “estás enfermo, tienes una depresión y no tiene que ver con tus condiciones” y la realidad, que es que cada vez que uno va al trabajo se siente fatal, esa distancia deja de aparecer. No hay incoherencia. Aparece un discurso que tiene que ver con lo que estamos sintiendo en los cuerpos, en la subjetividad de cada uno, y eso da tranquilidad. Lo hemos visto muchas veces en consulta. Pasa con esto, con la violencia de género... De repente hay un clic y la gente dice: “Es verdad, si es que estoy fatal en el trabajo, salgo a las 21.00 horas, no veo a mis hijos, no me da tiempo a ir a la piscina, a leer, no puedo concentrarme, no puedo dormir, por la noche pienso en el día siguiente, el trabajo me ha invadido”. Cuando la respuesta a eso no es “tienes depresión o tienes ansiedad”, sino “tienes unas condiciones de trabajo que te hacen sufrir mucho, aparece un momento de comprensión, de ponerle nombre. Una especie de abandonar la luz de gas.

¿Qué distancia hay entre el malestar y la enfermedad?

No existe una línea divisoria, pero el malestar puede ser de tal entidad que sea discapacitante para la persona, que no le permita continuar con su vida, que genere tal cantidad de síntomas, como angustia, insomnio, falta de apetito, ataques de ansiedad... Eso puede convertirse en un cuadro clínico que responde a unas condiciones externas, pero que necesita ya una intervención de acompañamiento, de aclaración. Las intervenciones clínicas también tienen que ser narrativas y también deben tener una perspectiva de justicia. Tú no puedes hacer una clínica de salud mental en la que excluyas las condiciones políticas o sociales, porque no te vas a enterar de nada. Solo vas a conseguir devolverle a la persona que lo que le pasa tiene que ver con ella, y borrar las causas que influyen en ese malestar. Obviamente desde salud mental, desde lo profesional, no podemos resolver muchas de las causas de base. No podemos dar casas, mejorar los trabajos, acabar con la violencia de género, ojalá... Pero sí podemos hacer narrativas más justas, que tengan en cuenta esas variables, porque disminuye mucho la angustia cuando uno puede entender lo que le pasa. Eso sí que es tarea clínica, darle las herramientas a una persona para que pueda entender lo que le está pasando. Lo que ocurre, por ejemplo, con los diagnósticos es que cuando respondemos a un cuadro clínico es que si le pones solo la etiqueta de depresión, dejamos de hacernos más preguntas. Dejamos de preguntarnos por qué. Ya tienes la respuesta, y es una respuesta tautológica: la depresión provoca la clínica, a esa clínica la llamamos depresión, la depresión explica la clínica y a esa clínica la llamamos depresión. Es un circulo lógico que no permite que vayamos al origen del problema y que le demos una explicación al lugar del que viene ese sufrimiento, bien sea el trabajo, un trauma infantil, violencia de género o una acumulación de vulnerabilidad. Es imprescindible, en clínica, pasar de preguntarnos qué diagnóstico tienes a preguntarnos qué te ha pasado. Esto es esencial.

  La Comisionada para la Salud Mental, Belén González.BRUNO THEVENIN

¿Es esto lo que hace que España sea uno de los países de Europa en el que más psicofármacos se prescriben? ¿Se aborda el malestar, antes de convertirse en enfermedad, mediante la medicación?

Lo explica en parte. Tú tardas en diagnosticar una depresión tres minutos, cinco minutos, quince minutos... Pero para ahondar en las causas de por qué una persona está triste, o tiene insomnio, ansiedad, necesitas bastante más tiempo. Necesitas generar un vínculo con esa persona. Muchas veces, de hecho, la misma persona es la que viene ya con el diagnóstico. Hay un fenómeno de autodiagnóstico en España que es extensísimo.

Por culpa de internet, supongo.

Mucho es buscado en internet, pero también porque pertenece ya a las conversaciones del día a día. La depresión, la ansiedad, el TDAH o el trastorno del espectro autista forman parten de nuestra cotidianidad. Si una persona ya viene con un esquema lógico en el que te dice que tiene depresión, vas a tener que invertir mucho tiempo en, primero, poder dar una explicación alternativa a ese diagnóstico, vas a tener que introducir narrativas que tengan en cuenta los determinantes sociales y que tengan perspectiva de justicia. Esto no es fácil hacerlo, hace falta formación, posicionamiento clínico que tiene que ver con la deontología, y hace falta mucho tiempo. Hace falta un vínculo con el otro para tener la confianza de que la persona que viene con una explicación esté receptiva a poder cambiar esa explicación por una alternativa, y coconstruir ese relato, porque el relato no se puede imponer. Esto requiere bastante tiempo y la gente está muy angustiada, y necesita seguir yendo a su trabajo, con lo cual, ¿cuál es el resultado? Muchas veces haciendo incluso este trabajo narrativo, prescribes un Lorazepam porque necesitan seguir su día a día. Mientras no cambien las condiciones laborales, esa persona, incluso sabiendo lo que le pasa tiene que ver con su trabajo, necesitará un Lorazepam.

¿Pero estamos peor que Europa, en términos de malestar? ¿Por eso aquí se prescribe más?

Las tendencias de prescripción son muy variables, incluso entre psicofármacos. Hay países en los que se prescriben muchos ansiolíticos y pocos antidepresivos, países en los que es al contrario, países en los que ambos están disparados y otros en los que son más bajos. Hay variables que tienen que ver con la cultura médica, con la accesibilidad a medicamentos, a la sanidad pública, con la cantidad de médicos, psicólogos, con las alternativas a la prescripción... En Inglaterra, por ejemplo, ahora mismo hay una iniciativa parlamentaria de todos los grupos políticos en la que se plantean disminuir la prescripción de psicofármacos y sustituirla por prescripción social.

¿Cuál sería esa prescripción social?

Tiene que ver con, por una parte, los recursos comunitarios que hay en tu entorno, con los que te puedes vincular. Les llamamos técnicamente activos en salud. Es decir, todos los elementos cercanos a ti en tu territorio, pueden ser incluso digitales, que puedan producir un resultado positivo en tu salud. Puede ser inspección de trabajo, la frutería del barrio, el centro social autogestionado, el grupo feminista... Hay muchos recursos generados por la propia comunidad que el vínculo con ellos puede dar una mejor respuesta que una intervención psicoterapeutica o psicofarmacológica. Cada vez es más relevante, por ejemplo, la soledad no deseada, que es resultado de la falta de vínculos. La soledad no deseada, en muchos casos, no es que uno esté físicamente solo, sino que se siente solo. Lo que se siente es desvinculado de un grupo, del entorno, de la comunidad. El neoliberalismo nos deja solos, individualizados, nos hace perder los grupos de pertenencia, y esos grupos son los que nos han hecho sobrevivir como humanidad desde el principio de los tiempos. Sin grupos de pertenencia nos quedamos en la absoluta angustia y no somos capaces de sobrevivir. Hay una investigadora de arqueología, de hecho, que estudia toda la trayectoria de grupos desde hace más de 4.000 años hasta la actualidad, habla de las identidades y tiene una teoría sobre la identidad relacional. Si la perdemos, nos quedamos en la absoluta angustia. Está empezando a emerger este cuadro de soledad no deseada cuya respuesta no puede ser a través de psicofármacos o psicoterapia. Tiene que ser a través la vinculación con otros: en proyectos, en tareas, ocio, la vida en general, trabajo... También ocurre mucho en el trabajo. La desvinculación de los trabajadores entre ellos hace que haya mucho más sufrimiento en los entornos laborales que si son capaces de unirse y formar una comunidad.

El teletrabajo, entonces, esconde una contradicción.

Sí.

Hablando de prescripción social, podría decirse que en España también lo hacemos mucho acudiendo a los bares y recurriendo, por tanto, al alcohol.

Es que son los espacios de socializar que tenemos. Vivimos en un país donde lo principal es la hostelería. En una España donde el relato que construimos de nosotros mismos gira en torno al consumo de alcohol y salir a los bares, si eso es lo que nos da vinculación con los otros, eso es lo que vamos a hacer. Hacen falta políticas que fomenten las infraestructuras sociales. Hay un libro reciente muy bonito que se llama ‘Palacios del pueblo’ en el que se comparan comunidades en una ola de calor, y en las que hay más espacios de intercambio, más lugares grupales, se sobrevive mucho más que en los barrios de rentas bajas donde no existe esa infraestructura social. La respuesta que nos da esto es que necesitamos generar infraestructuras donde la gente pueda hacer otro tipo de actividades que no sean salir a beber. Si la única alternativa de ocio tiene que ver con el consumo, y si la única alternativa de vinculación tiene que ver con el consumo, eso es lo que haremos. Desincentivar el consumo conlleva facilitar espacios de comunidad que tengan otra filosofía.

Aparte de las narrativas a construir, hay quien sí necesita acompañamiento clínico. En ese sentido, la población más vulnerable a tener problemas de salud mental, que son las de rentas más bajas, solo pueden acudir a la sanidad pública, donde existe un problema. Si necesitas un acompañamiento semanal, es difícil que lo logres. ¿Cómo se puede solucionar? ¿Trabajarán en el aumento de personal? ¿Es esa la solución?

Hay dos variables aquí. Lo primero que has descrito se llama ley inversa de cuidados, y está escrita hace muchos años en medicina. En salud mental, las personas con mayor vulnerabilidad a sufrir trastornos más graves, son aquellas que se sienten menos legitimadas a pedir ayuda y tienen menor acceso a los sistemas públicos, siendo España uno de los lugares con mejor acceso y mayor capacidad de que estas poblaciones puedan acercarse. Por eso es imprescindible una sanidad universal. Necesitamos que las personas que más lo necesitan y menos lo piden, puedan acudir a esos lugares. La dinámica es al contrario. Quien menos problemas tiene, o problemas más leves, pero tiene una situación social más privilegiada, se sienten con mayor legitimidad para reclamar esa atención incluso en la sanidad pública. Hay una tarea ahí que debemos hacer. Tenemos que poner la mirada en las personas que tienen trastornos más severos y unas condiciones de vida que van a favorecer que aparezcan estos trastornos a no ser que hagamos ejercicios de prevención muy severos. Por ejemplo, sabemos que el 20% de la patología que vemos en consulta se explica a través de trauma y abuso infantil. Esto está investigado. Tenemos que intervenir ahí, en la prevención, pero una prevención dirigida en grado de vulnerabilidad: menores migrantes no acompañados, menores en situación de protección social, familias de rentas muy bajas, colectivos en exclusión, hijos de personas con historias de trauma o con migración, rentas bajas con pluriempleo, madres solteras, situaciones de violencia de género en la familia... Ahí es donde tenemos que estar. Debemos prevenir y poner el foco en estos colectivos para que no se desarrolle un trastorno mental grave. Es imprescindible, antes que dar una respuesta absolutamente a todo el mundo, porque los recursos no son infinitos ni tienen por qué serlo. Hay que aumentar, eso sí, los recursos en la sanidad pública, en salud mental. Hay un problema además que afecta a toda Europa, la escasez de médicos, sobre todo en salud mental: no solo médicos, también trabajadores sociales, enfermeras, terapeutas ocupacionales... Hay una crisis demográfica sanitaria en toda Europa. Hay que hacer políticas de retención del talento, y esto conlleva mejorar las condiciones laborales.

Esta crisis demográfica sanitaria puede llevar a que quienes ocupan labores para revertir problemas de salud mental puedan tener también trastornos.

Y bajas laborales, que no se cubren, que la gente se vaya de sus empleos... Por ejemplo, sabemos que hay un gran número de psicólogos y psiquiatras formadas en la sanidad pública que están trabajando en la sanidad privada. Eso no nos lo podemos permitir, que los profesionales que formamos con un esfuerzo enorme se vayan. Es como tener el aire acondicionado a tope y la ventana abierta. Hay que mejorar las condiciones laborales para que psicólogas y psiquiatras, trabajadoras clínicas, enfermeras especialistas... Puedan y quieran quedarse. ¿Hay que aumentar plazas? Sí. Pero esto también hay que tenerlo en cuenta. Se tienen que abrir también puestos de trabajo. Y eso no depende del Ministerio, depende de las Comunidades Autónomas, y también sus condiciones de trabajo.

  La Comisionada para la Salud Mental, Belén González.BRUNO THEVENIN

¿De qué manera se coordina el Comisionado con el resto de Administraciones?

Colaborando tanto con los elementos que hay dentro del Ministerio de Sanidad como con los elementos que tienen que ver con las Comunidades Autónomas. Eso en lo que respecta a salud mental, pero estamos poniendo la patita en muchos sitios, también generando conexiones con la sociedad civil, sindicatos, empresarios. Entre Ministerios, queremos una colaboración que tenga en cuenta que la salud mental debe estar en todas las políticas, sobre todo porque todas pueden provocar mala salud mental. Una política de vivienda que no tenga en cuenta las necesidades de la población va a generar sufrimiento psíquico; una política de trabajo que no tenga en cuenta las necesidades o el respeto a las condiciones mínimas de bienestar va a ser una política que dañe la salud mental. Nuestra intención es colaborar en hacer políticas que no dañen la salud mental y que protejan. Las políticas determinan en gran medida la salud mental. Si tú tienes una política de recepción de migración que tiene en cuenta el trauma, la soledad, el acompañamiento, el riesgo de los menores no acompañados... Esa política va a revertir en salud mental de forma radical. Esto es lo que debemos entender.

¿La política, entendida como institucional, entiende la problemática de la salud mental en estos momentos?

Yo creo que hay un interés genuino en muchos ámbitos políticos. Por ejemplo, desde el Ministerio de Trabajo se creó una Comisión de Precariedad Laboral y Salud Mental. Creo que sí hay una preocupación y una inquietud general para poder introducir mejoras en las políticas. Es un proceso parecido al que sucede en la población. A nivel individual, si a alguien le dices “no es tu serotonina, son tus condiciones de trabajo”, lo comprende. Eso también pasa con la política.

¿Qué opinión tiene de las redes sociales y cómo estas puedan afectar a la salud mental?

A mí esto me interesaría preguntárselo a los jóvenes. Muchas veces tendemos a explicar qué les pasa con las herramientas que ellos usan y hacer una heterodesignación de su sufrimiento. En cualquier caso, hay una preocupación con lo que tiene que ver con la mala utilización de las redes sociales. Son una herramienta de socialización.

Se crean comunidades ahí también.

Toda la vida ha habido comunidades así. En mi pueblo, pequeño, las comunidades que hacíamos muchas veces tenían que ver con el foro de El Canto del Loco, que estaba en internet. Esa vinculación con otros también se puede favorecer a través de las redes, pero como cualquier herramienta sin ningún tipo de control puede genera resultados muy malos. Hay que fomentar un uso respetuoso entre ellos mismos, un uso cuidadoso, que ellos mismos hagan propuestas de cómo sería mejor usar las redes. Y luego hay otra cosa que tiene que ver con que detrás de estas herramientas hay unos intereses económicos. Ahí sí somos responsables en poder parar unas dinámicas orientadas a rentabilizar la adicción que puedan tener los jóvenes a las redes o a cualquier otro servicio de internet. Lo que no podemos hacer es acusarles de hacer un mal uso de internet cuando la realidad el mal uso viene de las empresas detrás de los algoritmos. Las adicciones son resultado de una serie de condiciones, entre las que está la cuestión de fomento de patrones adictivos. Si los algoritmos son de repetición, selección de lo que engancha... Una de las cosas que pasa ahora, por entender cómo nos afecta a todos, no solo a los jóvenes, es que los anuncios ahora ponen el mismo sonido de notificación de WhatsApp para que automáticamente prestemos atención. Los intereses económicos siempre van a querer jugar a su favor. Las empresas necesitan sacar rentabilidad de los productos que tienen y no van a estar intentando evitar una adicción si eso es lo que les genera beneficio. Las políticas públicas tienen un papel decisorio.

¿Qué medidas urgentes habría que tomar en estos momentos, sin que exijan del largo plazo?

Las que tienen que ver con las necesidades inmediatas de las personas con trastorno mental grave. Por ejemplo, aumento de recursos en las redes de salud mental, sobre todo priorizando el trastorno mental grave. No solo recursos humanos, también posibilidades de tener acceso a una vivienda asequible con una pensión no contributiva, por ejemplo, algo que ahora mismo es imposible. En el mejor de los casos, pueden acceder a una habitación en un piso compartido. Una persona vulnerable que frecuentemente tiene crisis debido a estresores externos, viviendo en una vivienda compartida tiene muy difícil poder estabilizarse. Necesitamos respuesta en vivienda que hagan que estas personas no acaben en una institución. Tenemos también que mejorar la renta y la protección de estas personas, necesitamos más recursos humanos y contratos mejores. Más contratos y mejores para las personas que trabajan en salud mental. Necesitamos también un cambio de cultura en las redes de salud mental que tenga en cuenta el trauma, toda esta visión de determinantes sociales que puedan generar narrativas que den esperanza a los pacientes, no solo que les diga que tienen una enfermedad crónica, que generen explicaciones de qué es lo que a uno le ha pasado para que tenga esa reacción. Necesitamos estructuras en esa red de salud mental para que tengan mejor acompañamiento sin vulnerar sus derechos, espacios que favorezcan este acompañamiento y eviten la coerción. Necesitamos políticas sociales que permitan acceso al trabajo en mejores condiciones de las que hay ahora, tanto para prevenir el sufrimiento psíquico más moderado como para que las personas con trastorno mental puedan acceder a trabajos dignos. No puede ser que reconozcamos que una persona es más vulnerable y la pongamos en un trabajo en el que le cambian el horario cada dos por tres, esto no se puede tolerar. Y respecto a los jóvenes, tenemos una responsabilidad esencial en generar, de verdad, un mejor futuro, en tomar decisiones que sean esperanzadoras para ellos, que les tengan en cuenta. El Consejo de la Juventud, junto con Intermón Oxfam, sacaron un informe señalan a la crisis climática, el trabajo y la vivienda como las principales causas de malestar psíquico de los jóvenes. Nos están dando la respuesta. No podemos responder solo con psicólogos. Tendremos que responder a lo que nos están diciendo. Si no, les estaremos fallando. Y eso es lo que les genera malestar. Nuestra responsabilidad como adultos no es diagnosticarles, no es decir que están fatal. Es decir: frente a tu inquietud por la vivienda, el trabajo y la crisis climática, políticas.

¿Hay esperanza? Porque si el problema es el neoliberalismo, habría que cambiar todo el sistema.

Hay una frase que decía que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Yo no creo que sea así. Estoy aquí y he aceptado este trabajo como Comisionada de Salud Mental con este marco teórico desde el que trabajo porque creo que sí que hay esperanza. Está habiendo un viraje porque no podemos sostener esta incertidumbre todo el tiempo. El malestar conlleva que nos hagamos preguntas como: ¿Qué nos está pasando? Tenemos que dejar de preguntarnos qué salud mental tenemos para preguntarnos por qué estamos sufriendo. ¿Qué nos hace sufrir? Cuando tengamos la respuesta, se nos ocurrirán más ideas y podremos señalar el origen. Y si ese origen tiene que ver con el sistema capitalista, nos pondremos en marcha para poder cambiarlo.