Alberto Nuñez Feijóo, santo y mártir
Hoy el líder del PP se ha inmolado públicamente mientras presumía de ser un político tan santo que renunciaba a ser investido presidente.
Hoy Feijóo se ha inmolado públicamente mientras presumía de ser un político tan santo que renunciaba a ser investido presidente a pesar de haber podido tener los votos. La seriedad era palpable en las caras de barones como Ayuso, Juanma Moreno, Mazón, López Miras, María Guardiola o Fernández Mañueco, sentados en la tribuna frente al candidato mientras hablaba, dispuestos a subir o bajar el dedo como romanos en el circo. Risas en el hemiciclo cuando Nuñez Feijóo ha asegurado que podía gobernar. Seriedad permanente de los presidentes autonómicos. Hay que pasar el trago sin dejar imágenes de apoyo para la posteridad. Nunca se sabe quién será la próxima lideresa o líder. Ni siquiera Alfonso Rueda, sucesor en la Xunta de Feijóo, ha cambiado la expresión en ningún momento.
Sus rictus imperturbables chocaban con el grupo parlamentario, engordado por los senadores que se sentaban junto a los diputados para aparentar en las fotos ser más de los que son en realidad. Aplausos cerrados cada tres frases, bajo la batuta de González Pons, que aplaudía rabiosamente ahondando en la ficción que hoy se desarrollaba en el Congreso de los Diputados, donde el aspirante a ser investido, arrancaba su discurso como jefe de la Oposición y desgranaba el programa de gobierno de quien sabe que no lo hará. Una especie de moción de censura a un gobierno en funciones.
Feijóo se ha dibujado hoy a sí mismo como un santo apostol, al que se sumaba el título de mártir que ha adquirido desde la noche de 23J cuando saltó en el andamio de Génova, un salto al vacío. “No antepongo la ambición personal”. Qué pensará Pablo Casado cuando le escuche. Quizá se haya convencido de que es responsabilidad exclusiva de Ayuso que ahora ocupe él mismo su lugar. Pero fue la acción coordinada y capitaneada entre Moreno, Ayuso y el propio Feijóo lo que le permitió estar hoy aquí, enterrando sin miramientos a Casado asegurándose de que no pudiera volver a levantar cabeza.
“Feijóo es el primer candidato que renuncia a los votos para ser presidente” adelantó ayer Cuca Gamarra y hoy lo ha vuelto a repetir él mismo. En realidad ha intentado tenerlos pero se los han negado. Y esa negativa y su empecinamiento en venderse como presidenciable, es lo que internamente genera un ruido que no cesa de crecer. Está seriamente dañado como futuro candidato porque su credibilidad está tan debilitada que ya nadie le ve como una apuesta sólida. “Prometo ser un presidente de fiar para el pueblo y para esta cámara”. Continúa la ficción. Una aparente ingenuidad que precisa, en caso de que sea auténtica, de que alguien le saque de su ensoñación.
Invocar a la Transición, como tantas veces hizo Albert Rivera y Ciudadanos desde esa misma tribuna que hoy ha ocupado el presidente popular, es desafiar al mal fario. Hay una gran parte de la sociedad española que no ha vivido esa etapa y por lo tanto no la hace suya. Alinearse así con la vieja guardia socialista, al ‘nosotros lo hicimos mejor’ de Felipe y Guerra igual ya no resulta tan rentable. Y difícilmente creíble, cuando el PP lleva negándose a llegar a acuerdos aún en contra del mandato constitucional, como en el caso de la renovación del CGPJ.
Uno de las grandes medidas que promete el candidato popular en caso de que pudiera gobernar, la ley de lealtad institucional, podría sobrecoger a algunos de sus propios barones en caso de que llegase a ser realidad. ¿No es el dumpling fiscal que ha puesto en marcha Isabel Díaz Ayuso en la comunidad de Madrid una deslealtad institucional? Y las sucesivas condenas por corrupción al PP por beneficiarse de fondos públicos ¿se pueden considerar deslealtad institucional?.