Los científicos admiten un error que ha durado 38 años con uno de los planetas más cercanos a la Tierra
Supone todo un giro de los acontecimientos.
Urano no es tal y como creíamos hasta ahora. El motivo es que el reconocimiento del planeta efectuado por la sonda espacial Voyager 2 en 1986 tuvo lugar en un momento poco adecuado. Esa es la principal conclusión a la que ha llegado un reciente estudio publicado en la revista Nature Astronomy.
Desde que hace 38 años la sonda Voyager 2 sobrevoló Urano, los científicos tienen gran intriga ante el campo magnético especialmente asimétrico y la magnetosfera aparentemente libre de plasma con la que cuenta el planeta. Sin embargo, la mencionada investigación ha puesto en duda esas (hasta el momento) certezas.
Los científicos han vuelto a examinar los datos recopilados por Voyager 2 y han detectado que el reconocimiento de la sonda espacial tuvo lugar en un momento crítico: justo después de un intenso episodio de viento solar sobre Urano.
Cabe destacar que esos vientos solares( corrientes de partículas cargadas emitidas por el Sol) pueden comprimir y deformar las magnetosferas planetarias. Y en el caso de Urano, según los investigadores, el mencionado episodio habría modificado temporalmente la estructura de su campo magnético y reducido considerablemente la densidad del plasma.
Por lo tanto, la imagen que teníamos de Urano no era fiel a la realidad, sino una especie de ‘retrato robot’ que fue tomado en un momento de gran agitación en el planeta. Es decir, la información recopilada estaba alterada.
Se abre la posibilidad de la existencia de agua
Este giro de los acontecimientos tiene implicaciones directas en la comprensión de las lunas de Urano. Hasta ahora, la ausencia de plasma en la magnetosfera del planeta sugería que sus lunas eran geológicamente inactivas. Sin embargo, si la magnetosfera de Urano acaba siendo más dinámica y rica en plasma de lo que se pensaba, las lunas del planeta podrían estar sometidas a un bombardeo mucho mayor de partículas cargadas.
Ello podría generar calor suficiente como para mantener océanos de agua líquida (elemento clave para la existencia de vida) bajo la superficie helada de ciertas lunas, como Miranda o Ariel.