Políticos punching ball
Durante las sesiones del martes y el miércoles en el Congreso de los Diputados hemos preguntado a sus señorías cómo manejan la desafección que se ha instalado en los votantes, con los riesgos que conlleva y cómo el poder económico les ha pasado el marrón.
A Esperanza Aguirre le costó sortear la fiambrera que le arrojó una madre exasperada, pero Alberto Fabra, presidente de la Generalitat, tuvo menos suerte y un huevo le alcanzó de lleno. El martes, Duran i Lleida se refugió bajo un paraguas de las monedas que le tiraban en la marcha independentista en Barcelona, mientras le abucheaban. Los tres gestos, en dos días. Las protestas y caceroladas frentes a los bancos disminuyen mientras aumentan los incidentes contra políticos. ¿Cómo ha logrado el poder económico y financiero retirarse de la primera línea de las iras ciudadanas para ser sustituido por la clase política como punching ball?
Durante las sesiones del martes y el miércoles en el Congreso de los Diputados hemos preguntado a sus señorías cómo manejan la desafección que se ha instalado en los votantes, con los riesgos que conlleva y cómo el poder económico les ha pasado el marrón.
Cristobal Montoro, ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, está preocupado aunque se muestra comprensivo: "La gente no ve los resultados a las políticas que se están poniendo en marcha, así que es normal que no nos tengan en la mejor consideración. Los medios deberían reflexionar sobre su papel y sobre su empeño en señalar los privilegios de los políticos. ¿Qué privilegios tenemos? ¿Es un iPad un privilegio o que tenga que ir en coche oficial? No existe un interés privado en la dedicación a la política, sino de servicio. Supone un desgaste y se pierde libertad personal". La solución pasa, en su opinión, por hacerse entender por medio de leyes como la de Transparencia y en regular los mercados.
¿Se está convirtiendo la política en una profesión de alto riesgo? A Trinidad Jiménez, ex ministra de Zapatero y actual secretaria de Política Social del PSOE, le parece que hay que diferenciar entre los ataques al prestigio de la clase política y el enfado de los ciudadanos. "Los episodios puntuales de la tartera contra Aguirre o el huevo a Fabra no se pueden justificar en absoluto pero derivan de la crisis, más o menos coyuntural -eso desearíamos todos-, y son muy distintos a los organizados por los ultras de cualquier signo en las redes. Este ha sido mi primer verano sin escolta y he ido por todos los sitios, desde la playa a la Feria de Málaga, tan tranquila. No he tenido ningún incidente. Quien me ha tenido que decir algo, me lo ha dicho educadamente, tanto para reprocharnos a los socialistas como para decirlo contra el actual Gobierno".
Otro ex ministro socialista que prefiere guardarse el nombre (¿?) considera que "la política está teniendo un castigo tremendo por no haber actuado con disciplina frente a los mercados financieros, sobre los que todavía no se han tomado medidas contundentes. Aunque el castigo es excesivo y peligroso porque pone en tela de juicio la democracia".
Rosa Díez de UPyD, la política mejor valorada según el CIS, no está de acuerdo con meter a todos en el mismo saco: "La gente tiene que saber que política y democracia van unidas, no podemos amilanarnos y tenemos que dar ejemplo de comportamiento con nuestra actitud. Eso de que en política todos somos iguales es del régimen franquista, de los totalitarismos. No tengo miedo por nuestra seguridad. Hay que explicar con valentía y urgencia que no somos iguales".
Alberto Garzón, diputado de IU y uno de los pocos políticos con tirón en las redes sociales, también insiste en que hay que machacar explicando las diferencias y analizar los intereses que existen en generalizar el desprestigio. "No creo que la gente piense que todos los políticos somos iguales. Detrás hay una estrategia del status quo dominante de desviar la culpabilidad hacía los políticos. Los políticos hemos fallado a la hora de dar una explicación alternativa pero se está produciendo un ataque a la democracia en estos momentos de confusión. Sobre ese trasvase de culpabilidad, seguramente el problema es que cuando se mete en la cárcel a un político corrupto también habría que meter al corruptor, por ejemplo".
En el Gobierno se palpa una ola de comprensión hacía quienes piensan que para lo que hacen, cualquiera puede ser ministro, con el mismo convencimiento de los que creen que un Miró lo pinta su hijo. A la ministra de Sanidad, Ana Mato, le inquieta pero prefiere no cargar las tintas: "Es consecuencia de la desmoralización por la situación económica. Es lógico que la gente focalice en nosotros. En el gobierno no hemos entrado a analizarlo, aunque es un asunto importante, porque estamos muy ocupados trabajando para salir de esta crisis. En cuanto las cosas mejoren, la percepción cambiará".
Su colega Ana Pastor obvia por un instante el enfado por el asunto de Ryanair para ofrecer su solución ante el cabreo ciudadano: "Trabajar por encima de todo. Yo es a lo que me dedico". El secretario de Estado de Relaciones con las Cortes y mano derecha de la vicepresidenta, José Luis Ayllón, es consciente de que "la gente está preocupada y es legítimo que lo expresen".
La ausencia de autocrítica es palpable en la mayoría de los diputados consultados, a menos que se sientan protegidos por el off the record. Entonces, un veterano y destacado político popular se lanza con sinceridad: "Esto ha alcanzado una dimensión que requiere reaccionar ya. La idea de que las cosas ya pasarán, tan arraigada en este partido, no sirve. Estamos haciendo una dejación de funciones en este asunto. Cualquier profesional se plantearía cómo defenderse ante esta campaña de desprestigio. Ya no es problema de un partido sino de todo el parlamento. No nos podemos permitir esta deriva. Puede que el sector económico financiero ya no sea el centro del descontento porque ha tomado cartas en el asunto". En esa percepción coincide con Gaspar Llamazares, de IU, que ve "un interés del poder económico para quedar al margen centralizando el descontento en la política. Extender el desprestigio a toda la política es una estrategia de este Gobierno para convertir la crítica legítima de los ciudadanos hacía sus medidas, en una descalificación a los partidos en general y a la democracia".
Nos hemos quedado con ganas cuales son esas cartas que dicen que ha jugado el poder financiero en el asunto para desviar el tiro sobre ellos. Tan desviado que nombres como Adelson y Bañuelos son ahora referentes. ¿Volvemos a empezar el ciclo?