La locura de las vacunas
Cuando a mi hijo pequeño le diagnosticaron, hace ya dos años, una enfermedad rara, me sorprendió una de sus profesoras. "¿Os han dicho si es causada la enfermedad por una vacuna?".
Cuando a mi hijo pequeño le diagnosticaron, hace ya dos años, una enfermedad rara -de las más raras posibles-, me sorprendió que una de sus profesoras del colegio -era americana la profesora- me preguntara directamente: ¿Y os han dicho si es causada la enfermedad por una vacuna? Yo me quedé helada. No, le respondí. No saben nada de ésta enfermedad, dicen que es autoinmune, que es la palabra de moda que los médicos utilizan cuando no saben explicar que le pasa, en éste caso a tu hijo.
Alarmada por la contundencia de la pregunta, llamé a su pediatra, la doctora Maria Jesús Pascual, una de esas mujeres cuyo sentido común supera la media con creces, y que al mismo tiempo es la pediatra que más sabe de niños celíacos de España. "Ni caso, Pilar, hay un run run recurrente sobre las vacunas, pero no hay ninguna demostración científica que correlacione las vacunas con enfermedades posteriores, y mucho menos de la naturaleza de la de tu hijo".
La doctora Pascual, jefe del Departamento de pediatría del Hospital Nisa- Aravaca de Madrid fue crucial en el diagnóstico de mi hijo pequeño. En cuestión de horas me puso en contacto con el departamento de neurología pediátrica de La Paz, en donde el Doctor Ramón Velasco fue providencial para el diagnóstico. Ni una palabra sobre las vacunas, sencillamente hay enfermedades que surgen, que nada tienen que ver con las vacunas, y cuyas causas desconocemos.
Aún estando absolutamente convencida de que el tema no tenía la menor importancia, decidí hacer una búsqueda en Internet sobre la relación entre vacunas y enfermedades raras en niños. La búsqueda es extraordinariamente preocupante, y las decenas de blogs, comentarios y supuestos estudios que relacionan algunas enfermedades del espectro autista con las vacunas, ponen los pelos de punta.
Por supuesto localicé lo antes posible al pediatra del niño en Nueva York, ciudad donde había nacido, y en la que finalmente, el equipo de doctores del NYU Children Hospital ha encontrado con un combinado químico que está curando a mi hijo. Ramón Murphy, jefe de Pediatría del Mount Sinai casi me asesina cuando le pregunté entre confusa e incómoda: "Mira, el médico inglés que escribió el supuesto informe que relaciona enfermedades raras del espectro autista con las vacunas es un impostor. No sólo no tenía ni un dato que pudiera aportar para soportar sus afirmaciones, sino que ha puesto en peligro la vida de muchos niños, cuyos padres en esta paranoia de "conspiraciones mundiales del ser humano contra el ser humano", han decidido que a sus hijos no les vacunaran. Una locura".
El estrafalario Doctor Andrew Wakefield ya no tiene ni licencia de médico. Se la quitó el Departamento de Medicina General del Reino Unido en mayo de 2010. En 1998 había publicado un supuesto informe en la revista médica Lancet, describiendo ocho casos de niños que según él habían desarrollado señales de autismo días después de haber sido vacunados de la "MMR" (triple vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola). De hecho, según el Departamento de Salud de Estados Unidos, el terrible informe ha sido un "terrible fraude para la sociedad", y se había inventado los datos.
Con todo aún hay periodistas -especializados en demandar normalmente a las empresas farmacéuticas a través de bufetes de abogados amigos- que hacen el agosto con padres desesperados con los diagnósticos de sus hijos, y la falta de respuesta a las enfermedades de los pequeños simplemente porque, en muchos casos, no las hay.
En ésta necesidad de racionalizarlo todo que tiene el ser humano, no nos parece "asumible" que no se conozca el origen de las enfermedades raras y cualquier impostor es un clavo ardiendo al que agarrarse.
El 28 de enero de 2010, un tribunal reglamentario de cinco miembros del Departamento de Salud del Reino Unido determinó que tres docenas de cargos fueron probados, incluyendo cuatro de deshonestidad y doce de abuso de niños con discapacidad de desarrollo, en contra del medico en cuestión. El comité dictaminó que Wakefield había "fallado en su deber como especialista responsable", actuado en contra de los intereses de sus pacientes y obrado "de manera deshonesta e irresponsable" en su investigación. A raíz de las conclusiones, la revista se retractó totalmente de su publicación de 1998, asegurando que los datos de los manuscritos habían sido falsificados. Wakefield fue excluido del registro médico en mayo de 2010, con un observación indicando falsificación deshonesta en el estudio publicado en The Lancet, y se le revocó su licencia para ejercer la medicina en el Reino Unido.
Su estudio y la tesis de que la vacuna triple vírica podría causar autismo condujo a un declive en las tasas de vacunación de Estados Unidos, Reino Unido e Irlanda y un consecuente aumento del sarampión y paperas, ocasionando enfermos graves ( algunos incluso murieron), y su continua alarma contra las vacunas ha contribuido a crear un clima de desconfianza hacia todas las vacunas y el resurgimiento de enfermedades previamente controladas.
Según el informe de AOL Daily Finance / Huffpost de 2011, el coste para la sociedad de los activistas anti-vacunas está siendo extraordinario para la sociedad: en Italia entre 2002 y 2003, la presión "anti vacunas" provocó la hospitalización de más de 5.000 personas, cuyo tratamiento tuvo un coste para las arcas públicas de entre 17,6 y 22 millones de euros. El brote de rubeola a causa de no ponerse la vacuna en 2006 en Chicago tuvo un coste de 272.000 dólares por cada caso detectado, mientras que el mismo brote detectado en San Diego -California- en 2008, supuso para la sanidad un coste de 10,376 dólares por cada caso detectado.
Las compañías farmacéuticas por supuesto han comercializado drogas/medicamento que muchas veces han tenido efectos terribles en parte de sus pacientes. Pero gracias a ellas, la humanidad en general ha progresado en el control de las enfermedades, la prevención y la cura de forma extraordinaria en las últimas décadas.
Es sencillamente intolerable que se intente engañar a los padres con razones no probadas para que no vacunen a sus hijos, y que pongan en riesgo al resto de los niños de su entorno. Si algo hemos aprendido es que con una vacuna se pueden erradicar la malaria, la polio o la difteria, entre otras muchas enfermedades mortales entre los más pequeños. Y si algo también sabemos es que el ser humano es el ser más complejo tanto en su conformación genética como en las mutaciones que nuestros genes sufren a lo largo de los años. Y si algo es evidente, es que el 90% de las denominadas "enfermedades raras" tiene un origen neurológico. Sería mucho más conveniente dejar de perder el tiempo en discusiones ridículas de si vacunar o no a nuestros hijos y empezar a pensar que es mucho más urgente: desvelar cómo funciona nuestro cerebro.
Aún me sorprende que la parte de nuestro cuerpo que nos hace "humanos", es decir, nuestro cerebro, sea la más desconocida no solo por la medicina, sino por el público en general. Sin el cerebro no somos personas. Saber cómo funciona y por qué deja un día de funcionar correctamente es lo que nos debería de preocupar a todos.
Hay que vacunar a nuestros hijos. Sin más.