Criar en la confianza: el renacimiento de un modelo educativo olvidado
La crianza, como en esencia toda conducta humana, ha de entenderse en el contexto de la cultura en la que se inserta. Cualquier estilo de crianza surge de unos valores culturales más amplios que a su vez contribuye a perpetuar.
Elia Fester e hijos, Kalahari Khomani San Bushman, Boesmansrus camp, Northern Cape, South Africa, CC BY 2.0
La crianza, como en esencia toda conducta humana, ha de entenderse en el contexto de la cultura en la que se inserta. Cualquier estilo de crianza surge de unos valores culturales más amplios que a su vez contribuye a perpetuar.
En mi anterior post hablé acerca del estilo de crianza juguetón de los cazadores-recolectores. Ese ensayo formaba parte de una serie de artículos sobre el enfoque lúdico que los cazadores-recolectores imprimen a todos los aspectos de su vida social. Utilicé la palabra lúdico para referirme a una actitud que consiste en tratar a otras personas como iguales, en vez de como superiores o subordinadas. En esos artículos quise comparar el modelo lúdico de los cazadores-recolectores, en facetas como el gobierno, la religión, el trabajo productivo y la crianza, con el modelo basado en la dominación, que es el que ha predominado en todas las culturas subsiguientes.
Mujer San con su bebé, por Petr Kosina, CC BY-NC 2.0
En el juego, nadie controla el comportamiento de otro; cada jugador debe poder tomar sus propias decisiones dentro de los límites que establecen las normas del juego, y cada uno debe poder tener voz sobre dichas normas. Un estilo de crianza lúdico, por tanto, es aquel en el que la madre o el padre no pretende dominar el comportamiento de sus hijos, sino que permite a éstos la máxima libertad para tomar decisiones a cada momento y cada día. Las madres y padres lúdicos permiten a sus hijos tomar sus propias decisiones porque confían en los instintos y criterios de sus hijos.
Criar en la confianza: un modelo educativo adaptado al modo de vida basado en la caza y la recolección
Tal como apunté en entradas anteriores, los cazadores-recolectores se adherían a valores como la libertad individual y la igualdad, valores que promovieron la cooperación, la generosidad, la iniciativa individual y la creatividad; valores necesarios para mantener la vida en un mundo en el que la propiedad no era acumulativa ni se almacenaba alimento a largo plazo. La caza y la recolección en sí mismas requieren gran creatividad y toma de decisiones; no se le dan bien a quienes se sienten obligados a llevarlas a cabo. El modo de vida de los cazadores-recolectores también precisa mucha asertividad. En una sociedad en la que las decisiones grupales se toman mediante largas discusiones que conducen al consenso, en las que cada persona tiene voz y voto, es fundamental que cada persona pueda expresar libremente sus ideas y deseos, y que sea competente haciéndolo. Criar en la confianza fue el medio ideal para crear al cazador-recolector ideal.
Criar en la confianza transmite a los niños un mensaje que es coherente con las necesidades de las bandas de cazadores-recolectores: tú eres capaz. Tienes ojos y cerebro, y puedes darte cuenta de las cosas por ti mismo. Conoces tus habilidades y tus limitaciones. A través del juego auto-guiado y la exploración aprenderás lo que necesites saber. Tus necesidades se tienen en cuenta. Tus opiniones importan. Eres responsable de tus propios errores y confiamos en que puedes aprender de ellos. La vida social no consiste en un choque de voluntades, sino en ayudarnos unos a otros para que todos podamos tener lo que necesitemos y más deseemos. Estamos contigo, no contra ti.
Joven bosquimano, Ghazni, Botsuana, por Petr Kosina, CC BY-NC 2.0
Lo que nos dice la experiencia de los cazadores-recolectores es que las personas criadas en este modelo por lo general se convertían en integrantes de la comunidad muy competentes, cooperativos, no dominantes, alegres, y apreciadas. Contribuían a su banda no porque nadie les obligara a ello sino porque querían, y lo hacían con espíritu lúdico. Un grupo de antropólogos, hace muchos años, lo resumió así: "El recolector exitoso... debería ser asertivo e independiente, y es así como se le educa desde niño"(1).
Con el auge de la agricultura, los estilos de crianza pasaron de la confianza a la directividad y la dominación
La agricultura, inventada hace tan sólo 10.000 años, trastocó drásticamente las condiciones en que se desarrollaba la vida humana. El valor de la agricultura, por supuesto, consistía en poder producir más alimentos y abastecer a más personas en menos espacio que la caza y la recolección. Los costes, sin embargo, fueron elevados en términos de libertad humana.
La agricultura dio lugar a la propiedad de la tierra y la acumulación de bienes, y con ellas vino la necesidad de permanecer junto a las propiedades de uno y de protegerlas, a veces por medios violentos. Pero eso no es todo: la agricultura, y esto es quizás lo más significativo, también produjo la mano de obra. Mientras que la caza y la recolección requerían iniciativa personal, habilidad, inteligencia, creatividad, y un espíritu juguetón, gran parte del trabajo que precisaba la agricultura era rutinario y podían realizarlo trabajadores poco cualificados. La agricultura trajo consigo familias más grandes; con más bocas que alimentar, se hizo necesario que los niños trabajasen -en los campos y cuidando de otros niños- para poder mantenerse ellos y sus hermanos y hermanas. Fue así como se manifestó la ruptura con los ideales de igualdad y libertad en que se basaba el modo de vida de los cazadores-recolectores.
Escena agrícola de la tumba de Nakht, Tebas, siglo XV antes de Cristo, Wikimedia Commons.
La agricultura sentó las bases para el surgimiento de relaciones de dominación y desigualdad. Quienes no poseían tierras -entre ellos los niños y casi todas las mujeres- pasaron a depender de quienes sí las poseían. Los terratenientes se convirtieron en amos y señores, y quienes no tenían tierras se convirtieron en sirvientes y esclavos. No resulta sorprendente que estos cambios alteraran radicalmente los valores sociales. Las religiones, por ejemplo, pasaron de ser lúdicas e igualitarias a ser mortalmente serias y jerárquicas, transmitiendo mensajes de obediencia en lugar de libertad (véase mi entrada del 18 de junio de 2009). Es evidente que, en este contexto, el modelo de crianza había de cambiar también.
Grabado de Hans Holbein el joven para Elogio de la locura (1511), de Erasmo de Rotterdam. Fotografía de Jim Forest, CC BY-NC-ND 2.0
Mientras que los cazadores-recolectores necesitaban ser independientes y asertivos para sobrevivir, quienes vinieron después necesitaban ser obedientes. Y así, la finalidad de la crianza para la mayor parte de la gente pasó a ser la de producir niños obedientes y serviles. Mientras que el estilo de crianza de los cazadores-recolectores fomentaba la independencia y la voluntad personal, los primeros agricultores y quienes vivían en tiempos feudales criaban a sus hijos de manera que se eliminaran en ellos estas cualidades. El maltrato físico de los niños era una forma habitual y aceptada de conseguirlo: se apaleaba a los niños que no trabajan tanto como se les ordenaba; se apaleaba a los niños que se ponían flamencos con sus padres o amos. Y las mujeres y los criados no recibían mejor trato.
Muchas investigaciones han demostrado la relación existente entre el modelo económico de una sociedad y su estilo de crianza. Un estudio estadístico a gran escala publicado hace cincuenta años, por ejemplo, mostró una fuerte correlación entre el grado en que una cultura dependía de la agricultura como medio de subsistencia (frente a la caza y la recolección), y la medida en que su estilo de crianza iba dirigido a lograr la obediencia en lugar de la asertividad (2).
El auge de la industrialización agravó la supresión de la voluntad y la independencia infantiles
La industria, en sus albores, requería aún más mano de obra que la agricultura, y los niños proporcionaban una cuota importante de ésta. Los niños, junto con los adultos, trabajaban largas jornadas en condiciones abyectas, y a menudo se les pegaba para que no aflojaran el ritmo de trabajo. La mayor parte de la gente siguió dependiendo de un amo, pero ahora estos amos eran los dueños de las fábricas en lugar de ser señores feudales.
Niños trabajadores en Newton, NC, por Lewis Hine (1908), Wikimedia Commons.
Es razonable suponer que, en los inicios de la sociedad agrícola y de la era industrial, las familias que apaleaban a sus hijos para someterlos lo hacían por el bien de éstos. Para sobrevivir en condiciones en que la supervivencia requiere obediencia necesitas ante todo suprimir tu voluntad y aprender a hacer, sin cuestionamientos, lo que se te dice. Pero este estilo de crianza nunca fue del todo exitoso. Por naturaleza, todas las personas tienen voluntad propia, son creativas, y juguetonas. El modo de vida de los cazadores-recolectores es el modo de vida natural para los seres humanos. No es posible cambiar esto, ni siquiera a palos. Por eso siempre habrá rebeliones y levantamientos, aunque signifique arriesgar la propia vida. A las personas no se las puede entrenar para que se comporten como hormigas.
Las condiciones de vida modernas han fomentado un estilo de crianza directivo-protector
Hoy en día muchas personas, por no decir la mayoría, sienten repulsión por la idea de apalear a los niños para lograr someterles; la iniciativa, la creatividad, y la asertividad son en general valoradas en los niños. Nos hemos dado cuenta de que, en el mundo actual, la obediencia no basta. La necesidad de mano de obra no cualificada ha decaído, al ser reemplazada por máquinas, y las personas han de ser creativas y autónomas para encontrar la forma de subsistir. Muchos de los valores abrazados por los cazadores-recolectores están en alza en nuestra sociedad.
Pero, como cultura, no hemos hecho revivir el modelo de crianza de los cazadores-recolectores basado en la confianza. En su lugar, hemos sustituido la crianza directiva-dominante de los tiempos feudales y principios de la era industrial por un nuevo estilo directivo, un estilo directivo-protector. Por múltiples razones, la infancia ha pasado a verse como un periodo extremadamente frágil del desarrollo. Los expertos nos advierten constantemente de los peligros de los que debemos proteger a nuestros hijos. Hemos llegado a creer que los niños carecen de capacidad para tomar decisiones por sí mismos; debemos cuidarlos con esmero y conducirles progresivamente hasta que puedan alcanzar un estadio en el que, algún día, posean esa capacidad.
La seguridad ante todo: una mano adulta sujeta a un niño que juega al borde del río. Safety First, por Lukas Kr., CC BY-NC 2.0.
Se nos dice que debemos proteger a los niños de toda clase de accidentes, con el resultado de que se restringe gravemente su juego y su exploración. Debemos protegerles de enfermedades que pueden contraer con casi cualquier cosa que hacen. Debemos protegerles de los adultos depravados que acechan, supuestamente, en cada barrio, y de la dañina influencia de sus compañeros o de niños de más edad, o adolescentes. Debemos protegerles de su propia estupidez; regularmente aparecen nuevos estudios que pretenden demostrar que los niños y especialmente los adolescentes son, por razones biológicas, unos cabezas de chorlito. Debemos proteger su frágil autoestima elogiándoles constantemente con alabanzas cada vez más vacías, y estando presentes en sus juegos (que organizamos para ellos) y aplaudiéndoles, y planificando sus vidas para que nunca fallen. Y debemos proteger su futuro, como se nos dice que podemos, obligándoles a pasar más y más horas y años de su vida en un sistema educativo del que no se sienten partícipes, y que no conecta con sus verdaderas necesidades e inquietudes.
De esta forma, y con las mejores intenciones, privamos a los niños de hoy de libertad, tanto como hacían las familias de la época feudal y comienzos de la era industrial. No apaleamos a los niños, pero utilizamos cualquier otro medio a nuestro alcance, mientras dependen de nosotros, para controlar sus vidas.
¿Cómo podría resurgir una crianza basada en la confianza?
Muchas familias querrían adoptar una crianza basada en la confianza, pero se les hace difícil. La voz del miedo suena fuerte e incesante, un miedo que no siempre es totalmente infundado. No puede desecharse por completo: los accidentes ocurren; existen adultos depravados; las malas compañías pueden tener efectos perjudiciales; los niños y los adolescentes (como las personas de cualquier edad) se equivocan; y los errores pueden hacernos daño. También somos, por naturaleza, conformistas. Es difícil nadar contracorriente y arriesgarse a ser juzgados por otras familias. Sin embargo, algunas personas han logrado hacerlo. Si su número sigue creciendo, el curso del río podría llegar a cambiar.
Niña con taladro en Tinkering School, San Francisco (EEUU): www.tinkeringschool.com
Notas
- Devore, Murdock & Whiting (1968). En Richard B. Lee & Irven DeVore, Man the Hunter, p 337.
- Barry, Child, & Baron (1959), "Relation of Child Training to Subsistence Economy", American Anthropologist, 61, 51-63.