Sexo (¿dónde?) en Nueva York
Nunca antes en televisión se había escuchado a un grupo de mujeres hablar sin tapujos ni metáforas de las relaciones sexuales. Hay muchas probabilidades de que cualquier conversación de un grupo de mujeres sobre sexo haya tenido lugar en algún capítulo de Sexo en Nueva York.
Con motivo del décimo quinto aniversario del estreno de Sexo en Nueva York, me propuse escribir algo sobre la serie de Darren Star. Difícil tarea, no porque no haya mucho para comentar y analizar de ella, sino porque se han escrito ríos de tinta al respecto.
Empezaré con este vídeo, de obligado visionado.
No, no es un error. Empiezo un artículo sobre Sexo en Nueva York con un vídeo de Friends que pertenece a la segunda temporada. Para situarnos, este capítulo se emitió en el año 1995, tres años antes de que se estrenara Sexo en Nueva York. Se trata del momento posterior al primer beso de Ross y Rachel. En las dos secuencias vemos cómo las chicas comentan con todo lujo de detalles ese primer beso para luego ver a los chicos comiendo pizza y haciendo un breve comentario al respecto. Las diferencias entre los hombres y las mujeres, qué tema tan trillado y casi siempre tan someramente analizado al mismo tiempo, ¿verdad? En este capítulo de Friends se presenta, mediante una exageración que funciona bien en comedia una de las premisas de Sexo en Nueva York: las mujeres, entre amigas, pasan horas hablando de sus relaciones.
Sin embargo, este detalle que en Friends es más romántico que otra cosa, en Sexo en Nueva York se transforma en explicitud, en procacidad, en, como su propio título indica, sexo puro y (a veces) duro. Nunca antes en televisión se había escuchado a un grupo de mujeres hablar sin tapujos ni metáforas de las relaciones sexuales. No obstante, a día de hoy, hay muchas probabilidades de que cualquier conversación que mantiene un grupo de mujeres sobre sexo haya tenido lugar en algún capítulo de las seis temporadas de Sexo en Nueva York.
Pero volvamos a su origen, 1998. El espectador televisivo actual está acostumbrado a una mayor dureza e iconoclasia en la televisión de lo que lo estaba en 1998. En el calendario de cualquier seriéfilo de la época se encontraban Urgencias, Homicidio, Frasier, Spin city, Expediente X, Policías de Nueva York, Seinfeld, Loco por ti, Chicago hope o la nombrada Friends. Series que, si bien pasaron a la historia por su calidad, como generalistas que son, tienden a llegar a un público mayoritario. Enfrentándose a este panorama, ¿cómo iba a conseguir Sexo en Nueva York espectadores? ¿Qué iba a hacer que un público mayoritario se acercara a la serie protagonizada por Sarah Jessica Parker cuando era la primera vez que un grupo de mujeres hablaba abiertamente y en algunos casos incluso procazmente de sexo? Creo que aquí hay que destacar dos factores. A saber.
En primer lugar la serie creada por Darren Star no necesitaba una audiencia mayoritaria. Por eso tampoco se planteaba de entrada convertirse en el fenómeno en el que se convirtió posteriormente. ¿Por qué? Porque, por si alguien no lo sabe, Sexo en Nueva York es HBO, cadena de cable y por tanto no sujeta a las cuotas de pantalla y sólo dependiendo de sus abonados.
Cabe recordar que Sexo en Nueva York se estrenó un año antes que Los Soprano y tres antes que A dos metros bajo tierra, por lo que después de Oz, primera serie en formato de la HBO, se puede considerar el segundo gran evento de la Home Box Office, que precisamente quería romper, sorprender, darle al público algo que nadie hubiese visto antes en televisión. Pero aún sin pretender arrastrar a un público mayoritario. ¿Cómo conseguir que ese grupo de mujeres deslenguadas y, en su mayoría, promiscuas, no echen para atrás a los abonados, mayoritariamente hombres y de elevado poder adquisitivo, lo cual en algunas ocasiones está unido a cierto conservadurismo moral? A través de lo que me parece el segundo acierto de Sexo en Nueva York: el glamour urbano de la ciudad de los rascacielos.
Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte bebían Cosmopolitans, comían en los mejores restaurantes de Manhattan y compraban Manolos. Nunca se las veía en apuros económicos o viviendo en pisos de mala muerte, no. Carrie y sus amigas formaban parte de una burguesía neoyorquina que entroncaba directamente con el ámbito en el que se movían Darren Star y sus amigos. No en vano, el creador de la serie más de una vez comentó que en realidad Carrie y su entourage no eran más que alter egos de él y de su cuadrilla. Ese nivel elevado de vida, de manera involuntaria, ayudó a que las conversaciones de nuestras chicas no echaran para atrás al espectador medio. No es lo mismo hablar del sabor del semen del señor con el que alguien se ha acostado, por ejemplo, bebiendo de un tetrabrick de Don Simón en un parque de extrarradio, que con un café en un Coffee shop de Union Square.
Ese entorno, ese glamour, esa reivindicación del estilo y de la moda convirtieron a las protagonistas de la serie en modelos aspiracionales para muchas mujeres, cada una identificándose con la que tuviera un carácter más parecido al propio, pero todas sujetas a un doble denominador común: la burguesía y la libertad para tratar y practicar el sexo. Luego, lo que ya sabemos: éxito a nivel mundial, venta de derechos, dvds, películas, y Sarah Jessica Parker y el resto convertidas en iconos de la moda a nivel mundial. Parece mentira que el estilo, que era así por definición de la serie, tuviera una función (involuntaria) tan concreta y necesaria. Es como ese descubrimiento científico que tiene lugar azarosamente. Como le ocurrió a Alexander Flemming. Dudo que Darren Star supiera quién es, pero como fan declarada de la serie, me encantaría que alguien alguna vez le comparara con el científico escocés y que él lo tomara como un cumplido.