No es HBO, es televisión
Gracias a 'Los Soprano', cierto tipo de espectador empieza a sentirse identificado con un tipo de series que ofrecen contenidos y tratamientos imposibles de encontrar en la televisión generalista, bien porque se consideran tabúes, bien porque en términos publicitarios sea rentable.
Quince años se cumplieron el pasado enero del estreno en HBO de Los Soprano. Ahí empezó la epidemia. Que sí, que HBO ya hacía series, que había estrenado Oz en 1997 y mucho antes, en 1990, Sigue soñando, por poner dos de los ejemplos más conocidos, pero hoy día nadie niega que fue Los Soprano la que marcó un antes y un después, no sólo en la manera de hacer televisión, sino en lo que le pide un nicho concreto y minoritario de espectadores a la ficción televisiva.
Gracias a Los Soprano, cierto tipo de espectador, principalmente el target masculino, que ronda la cuarentena, vive en grandes ciudades y tiene un nivel cultural medio/alto, empieza a sentirse identificado con un tipo de series que ofrecen contenidos y tratamientos imposibles de encontrar en la televisión generalista estadounidense, bien porque se consideran tabúes, bien porque se cree que no podrían reunir un número necesario de espectadores como para que su emisión, en términos publicitarios, sea rentable.
Después vinieron A dos metros bajo tierra, The wire, Hermanos de sangre, Sexo en Nueva York y Juego de tronos, entre muchas otras. Y siguieron la estela otros canales de cable que también emitían ficción producida para ellos y que trataron de ocupar diferentes nichos de mercado, como Showtime, FX, Syfy y AMC. Hasta aquí un muy somero resumen.
¿Y qué pasa durante estos quince años con la televisión generalista estadounidense? ¿Qué pasa con esas cadenas que tienen que tratar de llegar a un público mayoritario porque el éxito, en términos de audiencia, es lo que va a permitir que sus series perduren? Pues que siguen haciendo bien (incluso en ocasiones de manera excelente) su trabajo, a pesar de que pocas veces reciben el reconocimiento que merecen por parte de críticos o de espectadores elevados.
Sí, parecía que este iba a ser otro artículo sobre las bondades del cable, que son muchas, pero no. Hay muchos y muy buenos sobre eso. De hecho cada vez hay más y cada vez llegan antes provocando en servidora un miedo atroz a encontrarme un día leyendo una crítica tremendamente positiva -o tremendamente negativa, no suele haber medias tintas- de una serie de HBO o AMC incluso antes de que quien la escriba haya tenido oportunidad de verla.
De lo que se habla cada vez menos es de esa otra televisión, la de toda la vida. Esa con la que los amantes de la televisión (no sólo del cable) nos hemos criado. Esa que hasta hace quince años no sólo no despreciábamos, sino que alabábamos. Esos procedimentales que también y tan bien se siguen haciendo. Policías, abogados y médicos. La CSI original lleva catorce temporadas emitiendo, atrayendo a una legión de espectadores semana a semana, ¿no es meritorio y digno de análisis? Anatomía de Grey lleva diez años en antena y nadie duda (o debería dudar) del talento de Shonda Rhimes, que prácticamente ha inventado un género en sí mismo y en sí misma. Por no hablar de The good wife, una de las series más difíciles de escribir y mejor escritas -si no, la mejor- del panorama televisivo actual. No rompen moldes, no inventan la rueda, no tienen contenido transgresor o no apto para según qué espectadores, pero ¿eso directamente las convierte en series menores? De mi boca no saldrá una respuesta afirmativa a esa pregunta.
Por no hablar de la sitcom clásica, tan de capa caída hoy día, pero que mantiene sus últimos bastiones, a la espera de -cruzo los dedos- una urgente renovación, en la televisión en abierto. The Big Bang Theory, Modern family y Parks and recreation, por destacar tres series que siguen funcionando como un reloj y teniendo el favor de un público mucho mayor que el que ve comedias alejadas de la sitcom que tienen su casa en el cable como Louie, Girls o Nurse Jackie.
También el culebrón, ese género tan denostado por una parte de la élite televisiva, sigue teniendo su sitio en la generalista. Ahí están Revenge o Nashville. Culebrones orgullosos de serlo con espectadores también orgullosos de verlos.
Por otro lado, aunque las networks no sean la sede de los grandes cambios en la narrativa televisiva actual, sí que contienen ejemplos meritorios de series innovadoras como Community o Glee (sí, estoy dispuesta a defender ante quien sea que cuando Glee se estrenó fue innovadora) o políticamente incorrectas como Padre de familia, que siguen ahí no a pesar de sus espectadores, sino gracias a ellos. Incluso cabe destacar el hecho de que algunos creadores de televisión que han trabajado en la generalista y en la de cable, han hecho mejores series cuando tenían una network por casa. Y sí, me refiero a Aaron Sorkin.
Además, a pesar de que la nostalgia se está convirtiendo en una nueva fuente de pornografía emocional, si echamos la vista atrás alabando Los Soprano, para ser justos, al hablar de toda esa estupenda televisión que se ha emitido en los últimos quince años, no deberíamos olvidarnos nunca de El Ala Oeste de la Casa Blanca, Urgencias, 24, Friends, Seinfeld, Frasier, House, Cold case, Boston legal, Futurama, Expediente X, Swingtown, Mujeres desesperadas, 30 rock, The office y Studio 60, por nombrar algunos ejemplos de series de calidad ya desaparecidas. No es HBO, es televisión.