30 rock. Adiós Liz, hasta pronto Tina. Obituario seriéfilo II
30 rock no pasará a la historia de la televisión como una sitcom rompedora ni renovadora del género. No le hace falta. 30 rock pasará a la historia televisiva porque cuenta televisión, porque es, snif, ha sido televisión en continente y en contenido.
Otra pérdida. Otro funeral seriéfilo. No será el último de 2013, pero sí el que más lamentaré. 30 rock (en España Rockefeller plaza) se despidió de todos sus seguidores con un capítulo doble el pasado jueves 31 de enero.
30 rock no pasará a la historia de la televisión como una sitcom rompedora ni renovadora del género. Tampoco entrará en los anales catódicos como una serie de audiencias masivas. No le hace falta. 30 rock pasará a la historia televisiva porque cuenta televisión, porque es, snif, ha sido televisión en continente y en contenido.
De las tramas y los arcos meta de 30 rock y de su relación directa con la situación política en EEUU, pero sobre todo con el devenir de la NBC durante estos últimos años mucho se ha hablado ya. Sólo Community se le aproxima en este sentido, con la diferencia de que mientras Community vive de clásicos atemporales, 30 rock ha estado mucho más vinculada a la actualidad, lo cual supone un esfuerzo extra.
Sin embargo, siempre es buen momento para hablar de los personajes que protagonizan 30 rock. Tan dispares, pero tan bien engrasados, representan distintas formas de participar de un oficio, el de la televisión, para el que el trabajo en equipo es tan indispensable como agotador. Todos ellos se merecen un homenaje.
Jack Donaghy, personaje que ha dado a Alec Baldwin sus momentos de mayor gloria televisiva, es ese ejecutivo de televisión. Sí, ése, el que bebe whisky en la oficina, y que tuvo un affaire con Condoleeza Rice. Y con los personajes interpretados por Salma Hayek y Julianne Moore, por sólo nombrar algunas de las actrices invitadas más famosas de la serie. El que sería capaz de casarse con la una discapacitada mental heredera de un imperio, sólo para hacerse con él. Ese directivo conservador, paternalista y sin otra vocación que la del poder. ¿Quién dijo que la televisión no tuviera que ser un negocio? ¿Quién dijo que esa espada de Damocles no pueda ser incluso estimulante en algún sentido?
Jenna Maroney. Siempre Jenna y después Jenna. Interpretada por una Jane Krakowski que parecía haber tocado techo en Ally McBeal. Pronto demostró que el invento que mejor se adaptaba a ella no era el sujetador facial que lucía en la serie de David E. Kelley, sino este papel, la actriz hecha personaje. El afán de protagonismo personificado, la amante de los espejos y de las costumbres sexuales peculiares. La que mataría por que "un fan loco" colgara en twitter "por error" una foto de sus pechos desde una cuenta cuya IP perteneciese a su ordenador. La protagonista de The rural juror, gag musical vestido de trabalenguas. El personaje que, si pudiera trascender la serie, estaría encantada de que ésta se terminara -incluso sería capaz de sabotearla- sólo para poder lucirse dando un concierto en la fiesta de fin de rodaje.
Tracy Jordan en la serie, Tracy Morgan en la vida real. Difíciles de distinguir. El excéntrico. El que se inventa la mitad de sus discursos. El niño grande en el peor sentido de la expresión. El actor que está acostumbrado a que todo el mundo le ría las gracias, que quema dinero porque le sobra. El que lo quiere todo y lo quiere ya. Tanto da si se trata de un regalo para su mujer como de un EGOT (acrónimo de Emmy, Grammy, Oscar y Tony).
Kenneth (Jack McBrayer) el conserje que quiere más a la NBC que a su propia y castradora familia sureña. Que ama la televisión porque la idealiza, como el que se enamora de una estrella de rock. El jugador de póker perfecto. El chico que lleva el adjetivo "naif" a extremos insospechados. Un carácter que, mezclado con una educación ultraconservadora, lo convierte en un personaje tan adorable como lastimero y escalofriante. Un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo de la televisión y de los que trabajan en ella.
Pete (Scott Adsit), el deprimido. La crisis de la mediana edad andante y el duro trabajo a pie de pista. Las malas noticias que tiene que dar un jefe de producción. "Eso no se puede hacer, no hay tiempo, no hay dinero". Y el equipo de guionistas, esa mezcla entre empollones de Harvard y frikis de toda condición, que matan por elegir qué van a pedir ese día para comer y que se mueren de ganas de ir a casa de Jack a ver Harry y los Hendersons.
Sólo falta Liz Lemon. La jefa de guionistas, el eslabón intermedio, hábil como para coordinar un equipo, pero lo suficientemente idealista como para renunciar a crecer al lado de Jack. La niña que tuvo un percance con un póster de Tom Jones. La adolescente impopular. La joven que disfrutó de su beca universitaria en Alemania yendo a un museo de pájaros. La adulta que vive de la comida basura, de la televisión que consume y escribe y de relaciones frustradas (por su lecho ha pasado Jon Hamm, vale la pena recordarlo). La misma que es capaz de tararear a Joni Mitchell y a Alanis Morissette y de citar frases Battlestar galactica. Liz Lemon es un modelo de mujer y Tina Fey su doble. O más bien al revés.
En su autobiografía, Bossypants (aún sin traducir al castellano) Tina Fey escribe que para ella crear una serie de televisión es como tener un hijo. Puedes esforzarte y ponerle el trajecito de marinero que a ti te gustaría que llevara, pero al final va a terminar siendo lo que tenga que ser.
Mientras se producía la primera temporada de 30 rock, nadie, ni siquiera ella, tenía muchas esperanzas de que la serie pasara de los doce primeros capítulos que le encargó la NBC. Ella afirma que su piloto le parece horroroso, pero que de tanto decirlo y en un alarde de benevolencia, se ha obligado a sí misma a describirlo como extravagante y único.
Pues bien, Tina, siete temporadas después aquí sigo y me encantaría decirte, entre otras muchas cosas, que a pesar de que es un poco repelente y sabidilla, adoro a esa niña extravagante y única que pariste hace ya siete años. He sonreído cada vez que se subía las gafas cuando se le resbalan y cuando ponía uno de sus mohines de desprecio e ironía, pero también he disfrutado mucho viendo cómo se le iluminaba la cara cuando se vestía de What the frak.
Qué pena que se acabe, que no vaya a ver a esa niña entrar en la universidad y doctorarse con una tesis sobre algo interesante a la par que completamente inservible. Sólo un menú de Wendy's con todo el queso que se le pueda añadir servirá para consolarme.