Decálogo del cómplice arrepentido
No tenemos la culpa de que la sociedad de consumo a crédito haya arruinado nuestro pueblo, de la corrupción, del robo de los bancos, de los desahucios, de los suicidios; aunque nos hayamos hipotecado, aunque tengamos un buen coche, aunque hayamos vivido PEDNP. Aquí lo que hay es gente que está pagando la estafa y gente que la está cobrando, nada más. Eso sí, sin ser culpables, tal vez sí que pudiéramos llegar a ser tan sólo un poquitiquitín cómplices. El sistema no es nada sin nosotros, ¿no?
ATENCIÓN: Este post contiene enlaces futuros. Los textos a los que apuntan todavía no están publicados. Paciencia.
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Nos insisten. Nos hacen dudar. Nos obligan a repetirnos tantas veces la verdad: "No soy culpable".
No somos culpables. No tenemos la culpa de que la sociedad de consumo a crédito haya arruinado nuestro pueblo, de la corrupción, del robo de los bancos, de los desahucios, de los suicidios; aunque nos hayamos hipotecado, aunque tengamos un buen coche, aunque hayamos vivido PEDNP. No deberíamos olvidarlo nunca. Aquí lo que hay es gente que está pagando la estafa y gente que la está cobrando, nada más.
Eso sí, sin ser culpables, tal vez sí que pudiéramos llegar a ser tan sólo un poquitiquitín cómplices. Al fin y al cabo, el sistema no es nada sin nosotros, ¿no?
Cuando pido un crédito o hago cualquier transacción monetaria a través de un banco privado, soy cómplice. Lo bueno es que puedo dejar de serlo reduciendo el uso del banco al mínimo, usando banca ética, o mejor, cooperativas de crédito. También puedo fomentar la creación de bancos públicos. El sistema financiero en sí mismo debería ser un gran servicio público.
Cuando uso euros, soy cómplice. Pero puedo reducir el consumo, sobre todo de grandes marcas, fomentar redes de intercambio locales, unirme a un grupo de consumo o pagar con divisa local o >>criptomoneda. Los productos locales directos del productor cada vez son más asequibles incluso en las grandes ciudades. Gracias sobre todo a las redes sociales, y no sólo las virtuales.
Si mi coche va con gasolina o gasóleo, soy cómplice. Casi todos los coches se pueden vegetalizar, aunque el fabricante lo niegue. A veces te dicen: "Puede usted echar hasta un 5% de biodiésel". Pregúntales por qué no se puede echar más, verás lo que te responden. Ya te lo digo: nada. Nunca responderán por escrito a esa pregunta. La realidad es que todos (si es que no hay alguna excepción) los coches diésel pueden ir con 100% biodiésel, y con una pequeña e indolora cirugía, también con aceite reciclado, simplemente filtrado. Un filtro excelente es un rollo de papel higiénico, por ejemplo. En mi pueblo hay un coche que va con aceite reciclado puro y además tiene una pequeña célula electrolítica que añade hidrógeno a la mezcla, reduciendo el consumo de aceite en un 40%. No sólo eso: unos imanes colocados en la admisión de la manera adecuada lo reducen en otro 17%. Por otra parte, hay coches eléctricos funcionando desde los años 70; hay coches en EEUU que funcionan con un vaporizador de leña; los hay que van con etanol, con metano... En fin, usar petróleo para quemarlo, en vez de para fabricar materiales, es de... cómplices.
Si tengo un smartphone, no soy cómplice. La autogestión y la independencia de las leyes del mercado topa con un importante obstáculo: el hardware. Desgraciadamente, aún no podemos fabricar teléfonos ni servidores. La única alternativa, renunciar a comunicarnos a distancia y en masa, es mucho peor. Aquí sí que no queda otra, pero se ven avances imaginativos casi cada día en >>autogestión tecnológica.
Si les voto, soy cómplice. Ellos son cómplices de nivel Uno. Y muchos, culpables.
Si no exijo que se garanticen los derechos humanos y constitucionales para todo el mundo, soy cómplice. No te hablo sólo de escribir cartas al presidente de Uganda. Si miras atentamente, no muy lejos de tu barrio encontrarás casos de violación de derechos humanos. Los tribunales internacionales, Amnistía Internacional, etc. coinciden en acusar a España de incumplir una y otra vez estos derechos. Las redadas racistas, el derecho a reunión o el derecho a la vivienda son sólo algunos ejemplos.
Si uso redes y software privativos (como Facebook o Windows), soy cómplice y además estoy regalando mi intimidad a los culpables. Y lo que es más grave, la intimidad de la gente que me rodea, a la que quizá sí le importa. Menos mal que siempre hay >>alternativas de software libre.
Si odio a mi vecino, soy cómplice. Nuestra mejor arma contra los estafadores y los poderosos es la unión. Lo saben, y hacen lo posible por romperla y fomentar el individualismo. A veces piensas que se aprovechan de ti, qué cabrón, yo pudriéndome once horas al día en este cubículo con esta gente detestable para pagarle el paro a ese vago... Primero es mejor pensar si todo el mundo a mi alrededor tiene las necesidades básicas cubiertas, y luego hablamos de lo de las pensiones o lo que sea. Y de paso, podemos darle también una vuelta al tema de la frustración acumulada. Quizá sea buen momento para cambiar algunas cosas.
Si uso la violencia, soy cómplice. Violento es, por ejemplo, cualquier acto autoritario, es decir, ejecutado en base a la autoridad que una persona tiene sobre otra(s) por acumulación de fuerza, dinero o información. El rico, el jefe, el copyright, >>el Estado, son sujetos violentos. Asimismo, la obediencia es un acto de autoagresión. Si la violencia es intolerable, la defensa es obligatoria.
Si no soy feminista, soy cómplice. En fin, si no me rebelo contra el poder y la dominación en cualquiera de sus formas, estoy ayudando a construir la dictadura del dinero, un sistema arcaico que agrede a los seres humanos, agranda la brecha entre ricos y pobres, produce crisis traumáticas y contamina biosferas.
Quiero confesarme: yo soy cómplice del capitalismo. Soy parte del mercado, y por tanto, responsable de la estafa. Afortunadamente, cada vez lo soy menos. Porque estoy tomando medidas.
No hay que agobiarse, no hay que avergonzarse, pero sí conviene saberlo. Y cambiarlo. Como diría J. Mota: "Si no pasa nada, absolutamente nada. Ahora, ser, eres".
Que Dios nos coja confesaos.