Civismo y basura: todos los días salvo la vida a una persona
No podemos permitir que destruyan esta ciudad a golpe de talonario, vengan de donde vengan, con la idea más o menos explícita de convertirla en un parque temático homologado con cualquiera de esos que se crean en los Estados Unidos o en los Emiratos Árabes.
Como un friki -pero en positivo, creo yo- voy a veces por la calle recogiendo basura y arrojándola en papeleras o contenedores. Hoy mismo he recogido una piel de plátano del suelo y la he tirado a una papelera. El otro día recogí una vieja camiseta que estaba sobre las ramas bajas de un pino, en un parque cercano a mi casa y al lado también varias latas vacías de cerveza. A menudo recojo papeles, de esos satinados de la publicidad, de las escaleras de bajada al metro, porque siempre pienso que alguien poco atento se puede resbalar fácilmente con ellas y resultar lastimado....
Por eso cada día pienso que salvo la vida física o estética de alguien haciendo esto. Quitando del suelo, de unas escaleras o de las ramas de un árbol, cosas, papeles, objetos que no deberían estar ahí... claro que no lo hago todo el tiempo porque sería imposible dado el elevado nivel de incivismo de los habitantes de la ciudad de Madrid. Y estoy generalizando claro está.
Los ciudadanos compartimos el espacio físico de la ciudad: las calles y plazas, las estaciones de tren, el metro, los autobuses... y mucha gente piensa que estos espacios no son suyos y por lo tanto no debe cuidarlos. A menudo veo gente estupendamente vestida, elegante y limpia arrojando papeles al suelo, arrojando al suelo cualquiera de esos objetos que todos pensamos que deberían ir a la papelera: un cigarrillo, una lata de cerveza, un paquete de tabaco vacío, el envoltorio de un caramelo, las cáscaras de las pipas...
Las papeleras tienen incluso ceniceros, por eso no entiendo a la gente que tira las colillas al suelo o que come pipas en el parque y deja todas las cáscaras amontonadas delante suyo sin sentir por ello la menor vergüenza. Esta ciudad además es la ciudad de las papeleras, desconozco el número pero deber haber miles en toda la ciudad, porque te encuentras una cada pocos metros, pero la basura está en el suelo alrededor de ellas sin que las personas que la han dejado ahí se hayan dignado dejarla donde deberían.
La falta de civismo es falta de amor y de respeto a los seres humanos, al otro, al vecino, a las personas con las que compartimos el espacio público. Hoy día hablar de respeto no tiene muy buena prensa, parece algo anticuado, como de otra época. Es esta una sociedad que predica y bendice el borreguismo. Esta es una sociedad que aunque parece que lo que valora es la originalidad, lo que de verdad exalta es el individualismo, la competitividad extrema, el ego y la indiferencia hacia el otro...
Ser cariñoso, educado y amable con los demás, sobre todo si se trata de desconocidos, parece estar de sobra, resulta algo raro y como pasado de moda, y sin embargo debería ser 'el abc' de la vida en la ciudad. De lo contrario la convivencia se convierte en un infierno. Vivir en una ciudad sucia y que huele a letrinas no es agradable. Además, el espacio público es el espacio de los "pobres", de los que menos tienen.
Los ricos viven en pisos de doscientos metros y no necesitan vivir la calle -aunque también lo hagan- porque desde los garajes de sus casas salen en coche, camino al trabajo, al colegio de sus hijos, camino a sus fincas de recreo o sus chalets de la playa. Sin embargo los ciudadanos de a pie vivimos la calle porque es nuestro espacio natural, aquel en el que paseamos, aquel al que llevamos a los niños a jugar a una plaza o a un parque infantil donde disfrutar de los bancos públicos de madera, mientras les esperamos leyendo un libro o un periódico... Por eso debemos cuidarlo más que nadie, más que los que no lo necesitan porque tienen grandes terrazas o grandes jardines en sus casas y en los que pueden disfrutar del sol y de las plantas.
Las ciudades a menudo son lugares hostiles y poco amables. Es famosa la antipatía de los parisinos -no sé si tópica o real- y estos días por el contrario, tras los actos terroristas que tuvieron lugar el pasado 13 de noviembre, se ha dicho en algunos medios que el atentado les ha humanizado.
En Madrid pasó algo parecido. Tras el 11M, la gente, durante unos días o semanas, se miraba -nos mirábamos- más a los ojos, nos apreciábamos más, nos queríamos más, porque todos compartíamos una misma emoción, un mismo miedo y eso nos llevaba a sentir una solidaridad compartida con las víctimas, porque otro día la víctima podíamos ser cualquiera de nosotros. Es como si la ciudad por unos días o semanas recuperara su alma o simplemente una humanidad que se había perdido entre el tráfico y el humo de los coches, las prisas y el estrés.
La derecha de esta ciudad: Álvarez del Manzano, Gallardón, Botella... Descuidó el espacio público porque para ellos no era importante. Descuidaron la limpieza, la estética... Los monumentos que instalaban en la vía pública a menudo eran horribles e inadecuados, sólo hay que recordar aquella grotesca violetera en el inicio de la Gran Vía... Para la derecha de esta ciudad, al menos para el PP, el espacio público no era importante, de ahí el desinterés que llegó a haber en la limpieza viaría y en el propio uso y abuso del espacio público: terrazas que ocupan la casi totalidad de las aceras, plazas que han desaparecido cubiertas por mesas, sillas, sombrillas y estufas, andamios que ocupan la acera por completo... Parece que lo público no importa, que no es necesario cuidarlo, cuando es lo más importante que tiene una ciudad.
Pero igual de importante es cuidarnos los unos a los otros, respetarnos, protegernos... Es lo que eleva o rebaja el nivel cívico y humano de una ciudad. Lo que hace de una ciudad un espacio agradable de convivencia o un lugar de pesadilla del que dan ganas de salir huyendo.
Y luego está el tema de la contaminación o de los edificios históricos destruidos o que pretenden destruir (la Pagoda, Operación Canalejas, Plaza de España, antiguos mercados de San Antón y Barceló...) para convertirlos en centros comerciales u hoteles, sin el menor respeto a un patrimonio que es de todos, aunque el titular sea una persona o una empresa.
No podemos permitir que destruyan esta ciudad a golpe de talonario, vengan de donde vengan, con la idea más o menos explícita de convertirla en un parque temático homologado con cualquiera de esos que se crean en los Estados Unidos o en los Emiratos Árabes. Madrid no es un desierto, es una ciudad con una historia de más de nueve siglos.
Madrid es la ciudad en la que han nacido o vivido ciudadanos de la talla de Velázquez, Goya, Valle-Inclán, Lorca, Dalí, Lope y Cervantes... Una ciudad con un patrimonio cultural de primer orden no puede ser arrasada de un día para otro, en aras de un supuesto beneficio económico, ante nuestra pasividad, nuestra baja autoestima como madrileños y nuestra escasa memoria cultural.