El conflicto no es un comportamiento asocial (II)
Aunque los conflictos nos parecen indeseables, lo cierto es que están tan bien integrados en lo social que parecen cumplir una función muy importante en los grupos de animales humanos y no humanos. El conflicto es la consecuencia natural de la cooperación y sin ellos esta no sería posible.
Cada especie tiene su particular manera de afrontar los conflictos y también la reconciliación llegado el momento. En todas las sociedades existen maneras de disculparse ya sean verbales, por medio de gestos o regalos. Pero una buena estrategia es dejar de ser una amenaza para tus posibles rivales antes de que se produzca un enfrentamiento real.
Los mirlos de alas rojas son unas aves negras cuyos machos se distinguen de las hembras por unas plumas rojas en los laterales de sus cuerpos. Estas cumplen la función de atraer a las candidatas pero también sirven para advertir a otros machos de su presencia. Si un individuo en concreto quiere pasar desapercibido, este tapa esas plumas rojas con otras negras del cuerpo, de manera que se hará pasar por un individuo del sexo contrario y puede pasear así libremente por el territorio sin ser agredido. Esta estrategia es muy similar en cuanto a fines a la que emplean los gorilas.
Esta especie vive en grupos donde un macho dominante o "espalda plateada" controla a varias hembras junto con sus crías. Los machos deben abandonar el grupo cuando alcanzan la madurez sexual. En diversos estudios ha quedado demostrado que para prolongar este periodo, los jóvenes retrasan el desarrollo de los caracteres físicos que indican que han llegado a la madurez. Son adultos con rasgos infantiles, lo que les permite permanecer durante más tiempo e incluso copular con alguna hembra sin levantar las sospechas del siempre peligroso espalda plateada. Lo interesante de estos ejemplos es que en humanos ocurre algo similar. Muchos jóvenes continúan comportándose como niños ante otras personas para no resultar una amenaza y no despertar así la agresividad de otros. Es una táctica muy inteligente si se vive en un contexto de personas excesivamente dominantes.
Otra estrategia que ha evolucionado en varias especies a la vez, incluida los humanos, son las batallas en las que los contrincantes se pegan por turnos. Los peces cíclidos, alguna tribus como los Mbuti (Congo) y los Yanomami (Venezuela) usan esta modalidad. Se pegan unos a otros de manera alternativa y organizada. Por medio de esta violencia ritualizada, los miembros del grupo se aseguran de no llegar demasiado lejos pues luego serán ellos los receptores de la ira de sus contrincantes.
Los inuit, unos pueblos que habitan el ártico, quizás sean el pueblo más creativo en cuanto a la resolución de los problemas de baja intensidad. Estos crean canciones muy similares a las chirigotas gaditanas, en las que tratan de humillar y caricaturizar al oponente. Un consejo decide después cuál es el ganador.
Diversas sociedades preindustriales del mundo también poseen formas sofisticadas de afrontar los problemas entre miembros del grupo. Los toraja (Indonesia) son cultivadores de arroz por lo que se necesitan mucho unos a otros para su cuidado. Estos poseen unas oraciones que repiten como mantras, que recuerdan lo incoveniente que es para el colectivo tener un conflicto.
Aunque los conflictos nos parecen indeseables, lo cierto es que están tan bien integrados en lo social que parecen cumplir una función muy importante en los grupos de animales humanos y no humanos. El conflicto es la consecuencia natural de la cooperación y sin ellos esta no sería posible. Cuando una gran cantidad de seres viven juntos es necesario un método para dirimir intereses. Es por esta razón que os propongo una nueva mirada hacia estos fenómenos sociales. Aceptar que los conflictos, al igual que la colaboración, son tecnologías sociales que nos permiten seguir viviendo en colectivo como lo venimos haciendo desde hace millones de años.