El uso inteligente de las tecnologías
No alimentemos falsas fantasías. La fantasía de controlar los efectos de la tecnología sobre nosotros, aburre. Estimula mucho mejor dejar a la tecnología estimularnos, movernos más allá de lo pensado, sacarnos nuestras pasiones y ponerlas al sol y al descubierto; empujarnos a ser los que somos.
La clave profunda de una vida en general se cifra en un acto realizado compulsivamente. Para bien o para mal, la verdad emerge cuando el deseo se manifiesta antes que su mediatización inteligente, es decir, reflexionada o calculada. Somos ese instante y ese instante nos hace quiénes somos.
Ni lo pensó y disparó; estaba haciendo acaso por primera vez justicia en su vida... Dejó todo lo que parecía valer la pena y se fue al otro lado -a Tahití, por ejemplo- a empezar de nuevo, a ser otro, a ser él. Era el momento; podía ser un error -claro que sí-, pero si no era en esa noche, a esa hora y en medio de ese frenesí, ya no sería; y lo hizo: te amo -le dijo- y voy a pasar el resto de mi vida contigo; tenían escasas horas de conocerse. El prófugo estaba acorralado, finalmente; lo habíamos cercado; eran 7 soldados a mi cargo y el fugitivo andaba solo y desarmado; apenas lo protegía -acaso solo demoraba lo inexorable- la oscuridad profunda de aquel llano; pero a la hora de apresarlo un impulso me transformó y decidí -vamos a decir- no dejar caer a aquel valiente, me di la vuelta y comencé a pelear con él para liberarnos ahora de aquellos soldados cobardes...
Nos ufanamos por dominar nuestra vida, controlarla lejos de los riesgos; y cuando al fin sentimos que lo hemos logrado, que la hemos reducido a nuestros designios y hemos cumplido el objetivo, volteamos y nos damos cuenta -siempre- que lo dominado ya -acaso por ese mismo dominio- carece de todo sentido. Una vida dominada es más justo llamarla muerte.
El impulso tiene mala prensa y gran vocación. Él sabe lo que hace. Él intuye bien; es lúcido en el vértigo. Mucho más que nosotros, claro está. Las vidas que suelen interesarnos están atravesadas y determinadas por aquella irresponsabilidad genial y aquella falta de reflexión determinante. El arrojo nos da una seguridad muy superior a la convicción. Vale mucho más ser valiente que tener razón, quiero decir. Al fin, somos seres humanos; o sea, seres primarios que necesitamos que la adrenalina nos empuje a la acción y nos haga mejores. Nuestra inteligencia nos hace poca cosa ante la inconmensurable biología. Necesitamos instintos para valer la pena.
... Lo mismo en la vida que en las tecnologías. El presunto uso inteligente de las tecnologías me suena a tedio, a control y a sojuzgamiento, lo que en más de un sentido quiere decir, negación del sentido mismo de las tecnologías.
El uso inteligente de las tecnologías no es el que nosotros hacemos de ellas, sino el que ellas hacen de nosotros. Se trata -más bien- del uso de las inteligentes tecnologías y no del uso inteligente de las tecnologías. Lo bueno que ellas nos traen es que nos dominan y nos empujan, despiadadamente, a nuestro propio mundo esencial, primitivo -también-, básico y nodal de los deseos. Que nos desnudan, en todo sentido. Que nos desbordan. Fracturan nuestros narcisismos inteligentes y nos ponen ante la pulsión constitutiva. Que nos evidencian.
No alimentemos, pues, falsas fantasías. No vale la pena. La fantasía de controlar los efectos de la tecnología sobre nosotros, aburre. Estimula mucho mejor dejar a la tecnología estimularnos, movernos más allá de lo pensado, sacarnos nuestras pasiones y ponerlas al sol y al descubierto; empujarnos a ser los que somos. Develarnos y desvelarnos. Mostrarnos. Evidenciarnos. Carearnos. Cifrarnos en actos no mediatizados, que ora nos edifican, ora nos defraudan, pero que siempre nos sorprenden y nos enseñan.
Desde las tecnologías para acá, siento que aún los asesinos son más honesta y directamente asesinos; como los sexópatas más sexópatas; las chismosas más chismosas y más hondamente chismosas; los líderes mucho más líderes; los justos más puramente justos; los solitarios más solitarios y los solidarios mucho más solidarios; los homófobos más fóbicos, las lesbianas más lesbianas... y los menos, menos.
No soñemos con un uso inteligente de nada, porque la inteligencia y la verdad se bifurcan. Nuestras intuiciones son más confiables que nuestra inteligencia, e inmensamente más productivas. Nuestra inteligencia, a lo largo ya de tantos siglos, se ha enroscado hasta hacerse un nudo fatal. Ya no se sabe ni para qué. Nos traiciona, la muy oronda. No inhibe y nos justifica; es traba mortal. Nos enferma. Nos neurotiza todo el rato. Nos convence de que no podemos. Nos castra... No trabajemos para ella.
Un hombre inteligente es casi casi lo mismo que un hombre infeliz... Infelizmente. Hagamos que los actos vayan por delante y se anticipen a las reflexiones. No discutamos qué hacer; discutamos qué sucedió con lo que hicimos. Me vienen a la mente miles de ejemplos de éxitos vitales que son cracks, anticipaciones, irrupciones pulsionales que desbordan la especulación inteligente y nos lanzan a la acción. Y otros miles de ejemplos de postergaciones sofisticadamente justificadas por la inteligencia; vidas que no fueron por exceso de inteligencia deliberativa. Inmolaciones elegantes.
No me interesa que nos planteemos el uso inteligente de las tecnologías, estoy queriendo decir. Me interesa mil veces más el saldo social -individual y colectivo- de la irrupción casi violenta de la tecnología en la sociedad del siglo XXI. Me interesa quiénes somos ahora que sabemos que todos y todo están ahí, disponibles sin mediación. Me interesa esa apelación descarnada que me hacen la máquina y la red a mi propia capacidad de producción y de elección. Me interesa mucho esa nueva verdad compulsiva que nos pone con quienes somos cuando estamos solos y todo es posible. Me importa mucho ese saldo social.
La tecnología nos desnudó y me da gusto vernos desnudos. No nos convenció de que sería bueno desnudarnos (porque si no solo andarían desnudos los locos y los perversos, que no son representativos de todos nosotros). Nos desnudó de golpe, sin preguntar, y ahora nos apela. Ese mundo nuevo, repentinamente carnal y sensual y brutal e inmediato, ahora nos desafía y nos potencia. Toca definir quiénes somos, cada uno y en conjunto.
La tecnología que nos transformó y nos desveló. Ahora sí creo que es hora de que reflexionemos un poco.