Ana Belén, el camino que la trajo hasta aquí
Fue un mito sexual y cultural de un tiempo que ya no existe más allá de algunos libros, de todos esos recortes de periódicos y revistas amarilleados por el paso del tiempo que conservamos como pequeños tesoros en cajas, álbumes y carpetas. Y de nuestra memoria, claro, aún en forma a pesar de algunas batallas perdidas y de otras imposibles ya de afrontar.
Foto: GTRESONLINE.
Fue un mito sexual y cultural de un tiempo que ya no existe más allá de algunos libros, de todos esos recortes de periódicos y revistas amarilleados por el paso del tiempo que conservamos como pequeños tesoros en cajas, álbumes y carpetas. Y de nuestra memoria, claro, aún en forma a pesar de algunas batallas perdidas y de otras imposibles ya de afrontar.
No se trata de nostalgia, sino de hechos. Ahí está, en esas fotos y en nuestra memoria, en carteles de películas y obras de teatro y en portadas de discos, vestida con alguno de los diseños de Jesús del Pozo. Elegante y sofisticada, sencilla y atractiva, cercana y distante al mismo tiempo, siempre luchando por sus ideales, posicionándose, como debe ser.
En los años setenta y ochenta, en películas y series de televisión, realizó algunas de sus mejores interpretaciones. Con Jaime de Armiñán, con Pilar Miró, con Mario Camus, con Manuel Gutiérrez Aragón, con José Luis García Sánchez, con Fernando Colomo. Adaptaciones de Lorca, de Valle-Inclán, de Galdós o de Cela, último Nobel español hasta el momento. La casa de Bernarda Alba, Divinas palabras, Fortunata y Jacinta o La colmena, que es una de esas pocas películas cuya calidad está a la altura de su original literario y cuyo reparto, piezas que encajan sutil y milimétricamente como en los puzles más complicados, aún no se ha vuelto a repetir en el cine español. Quizá sea la película que mejor supo retratar aquel tiempo tan terrible. Unas cuantas vidas cruzadas antes de que Robert Altman y Raymond Carver las pusieran de moda.
Le faltó, como a tantas de sus compañeras, un Almodóvar, pero, tras algún intento, no pudo ser (hasta la fecha). Una lástima. Cuando Victoria Abril no quiso ser la Desideria Oliván de Antonio Gala, ella, Ana Belén, le insufló carne a una pasión turca que, de haberse parecido a las oscuras pasiones de Amantes (película cumbre de Vicente Aranda), la cosa hubiese sido bien distinta. A Gala (y a casi nadie) le gustó la adaptación de aquella historia, pero queda el desgarro y el esfuerzo de la actriz, que no es poco.
Obras de teatro, discos, conciertos y canciones que son auténticos himnos generacionales. En la memoria brilla especialmente aquella versión de Sólo le pido a Dios junto a Antonio Flores, aquel poeta herido que se fue mucho antes de tiempo. No se trata de nostalgia, insisto, sino de un trocito de la historia de este país. Un trocito que vibra y emociona cada vez que se recuerda, como ahora mismo. Pequeños teatros, grandes estadios y escenarios míticos. Una canción era la que siempre les llevaba a ella y a su marido y a sus amigos de aquí para allá. De Mucho más que dos a Dos en la carretera. Del disco A los hombres que amé o Canciones regaladas a la nueva gira con Víctor y los amigos, veinte años después de la primera vez... Y ahí están esos hombres a los que amó (ama), los de siempre: Sabina, Aute, Serrat, Pedro Guerra, Víctor Manuel...
Y a este lado, estamos nosotros, que también la seguimos amando. Nominada en cuatro ocasiones como actriz principal y una como directora novel a los Premios Goya, la Academia le otorga el Goya de Honor 2017. Sí, la justicia hace su papel en ocasiones. Esta es una de ellas. Y debemos celebrarlo. Hace poco dijo que dentro de unos años le gustaría parecerse a María Dolores Pradera. Creo que no puede ir por mejor camino.