Ofrécete como manitas y sácate un dinero extra
UBER ha ido precarizando el sector del transporte de pasajeros en todo el mundo con la cobertura de la mal llamada economía colaborativa. Hasta que los taxistas de Barcelona no los han llevado a juicio al Tribunal de Justicia de la UE, no han reconocido que son una empresa. Digital, sí, pero una empresa
Foto: EFE
De un tiempo a esta parte, hemos pasado del proletariado que vende su fuerza de trabajo a utilizar Heygo, una app de economía colaborativa para conseguir los servicios que ofrecen los manitas que se registran en ella. Es más o menos lo mismo, pero con una tomadura de pelo por medio. UBER, por ejemplo, ha ido precarizando el sector del transporte de pasajeros en todo el mundo con la cobertura de la mal llamada economía colaborativa. Hasta que los taxistas de Barcelona no los han llevado a juicio al Tribunal de Justicia de la UE, no han reconocido que son una empresa. Digital, sí, pero una empresa. Lo más seguro es que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictamine que son una empresa de transporte. Hasta ahora, lo de la economía colaborativa les ha servido para decir que no tienen ninguna relación laboral con los chóferes, pese a que les imponen las tarifas, condiciones de jornada, mínimo de transportes y es UBER quien ingresa el dinero en la cuenta de los conductores, etc. Es lo que en derecho del trabajo se llama ajenidad y dependencia. Ajenidad y dependencia son los elementos básicos que definen una relación laboral realmente existente, pero que parece que, por tratarse de una app, ya no existan.
Parar a estos jetas, es tarea de los gobiernos central y autonómico, pero, sobre todo, de la UE, donde los lobbys y las puertas giratorias están laminando los principios básicos de las relaciones laborales. No en vano, el exministro de transporte de Obama y la excomisaria de Competencia y exvicepresidenta de la Comisión de la UE son algunos de los últimos fichajes de UBER. La discusión en la UE es si estas empresas se deben someter a las leyes de los estados en su materia pertinente -transporte, en el caso de UBER- o pertenecen a la laxa Directiva de la Sociedad de la Información que va más en la línea de liberalización de otras directivas como la conocida Directiva Bolkenstein o el contenido de tratados como el TTIP y el CETA.
Mientras tanto, unas empresas con sede en paraísos fiscales pretenden escapar de las normativas laborales, fiscales o habitacionales con la excusa de lo cool que es la economía colaborativa. La concejala del distrito I de Barcelona no dudó en denominar como "el cáncer de nuestra ciudad" a la empresa Airbnb, que ofrece ya tantas camas en Barcelona como toda la oferta hotelera legal. Si Airbnb no fuera una app, lo llamaríamos llanamente mercado negro del alquiler vacacional. Anuncian viviendas sin licencia turística y obligan a vecinos y turistas a competir en el mismo mercado inmobiliario del alquiler. El resultado es evidente. Los precios del alquiler en la ciudad de Barcelona se han disparado y barrios enteros se han despoblado para convertirse en zonas del parque temático del turismo globalizado. A los vecinos se les ha expulsado. Todo sea por la economía colaborativa.