Una utopía cívica llamada lectocracia
Entrevista con el autor y editor Joaquín Rodríguez.
La lectocracia, un gobierno de buenos lectores, se antoja en un primer momento como un concepto a caballo entre la utopía y la distopía. ¿Acaso no ha sido el libro la mejor arma de los sátrapas? ¿No son ingenuos los humanistas, desde Cicerón hasta Irene Vallejo, al creer que el don de la lectura convertirá a nuestro planeta en un edén solidario? O peor aún, ¿no se podría esconder, detrás de lo que Terry Eagleton llamaba el humanismo liberal, la intención de enmascarar la desigualdad social con un amor supuestamente puro y desinteresado por la lectura? Joaquín Rodríguez encara estas y otras preguntas en Lectocracia: una utopía cívica (Gedisa, 2023), un ensayo que pretende acercarnos a una utopía humanista donde surja una ascesis lectora llena de curiosidad y reflexión. Al fin y al cabo, y como dice el autor recordando a Oscar Wilde, un mapa del mundo que no incluya Utopía no es digno de consultarse.
Voy a empezar reconociendo que me he leído su libro con algo de reticencia hasta que he visto que en las primeras páginas discute el argumento de Peter Sloterdijk de Normas para el parque humano. Para el filósofo alemán, la lectoescritura es poco menos que un ejercicio de domesticación de las masas. Se comparta o no su opinión, su crítica al humanismo me parece crucial para iniciar este debate. Que ambos compartamos esa lectura me hace pensar que el canon (las obras imprescindibles), por problemático que resulte, sigue siendo algo ineludible, ¿no cree?
Lo que Peter Sloterdijk dice en su libro es que la lectura ha traicionado los ideales del humanismo, que nunca ha promovido ni alcanzado las promesas que hacía, porque es una antropotecnia (una tecnología inventada por los seres humanos) radicalmente insuficiente para hacernos mejores. Sloterdijk sostiene que, ante esta perspectiva, de lo que se trata es de desarrollar y utilizar otras antropotecnias, en particular la de la manipulación de nuestro alfabeto genético, con el fin de hacernos supuestamente mejores, aunque nadie haya especificado cómo y quién dirigiría esa eugenesia colectiva. En otros textos de Sloterdijk, sin embargo, parece decirnos que quizás la lectura como archivo de la memoria de la humanidad siga guardando tesoros que deberíamos preservar. No necesariamente el tesoro de un canon inamovible o indiscutible, que no existe, porque es tan cambiante como la historia misma, pero sí al menos las competencias necesarias para escavar en los archivos y en los estratos de nuestra memoria vegetal.
Me gustaría pedirle que especule sobre el Ministerio de la Lectura y el Pensamiento Crítico al que hace referencia. ¿Cómo actuaría ese ministerio? ¿Qué medidas tomaría? Algunos docentes dirán, ¿acaso no hay ya planes de fomento de la lectura? Esta se intenta promover con subvenciones al libro, festivales literarios y un largo etcétera. ¿Qué sigue fallando para que muchos alumnos de primaria o secundaria aborrezcan la lectura? ¿No será ese rechazo consustancial a la educación obligatoria, el privilegio de una sociedad alfabetizada?
Existen varias razones para crear no lectores, aunque la mayoría de las sociedades democráticas presuman de iniciativas de fomento de la lectura: en primer lugar la procedencia social, el capital cultural y educativo de las familias que se transmite a los hijos en forma de expectativas y de un conjunto de intereses, gustos y prácticas solidarias, entre las que no suele estar la lectura; en segundo lugar, una escuela jerárquica, desinteresada por completo de los intereses y los afanes de quienes deberían convertirse en lectores, empeñada en imponer cánones muy distantes de las zonas de desarrollo de quienes deberían asumirlos; en tercer lugar, dos mundos que apenas se rozan: el de los nativos digitales y el de los tipográficos, que utilizan lenguajes, medios y dispositivos diferentes, que se comunican y expresan de distintas maneras, creando modelos discursivos muy alejados entre sí.
Si sumamos todo eso el resultado es el de la creación de no lectores de por vida, aunque las campañas de lectura sigan empeñándose inocentemente en creer que con un cartel y un eslogan resulta suficiente. Un supuesto Ministerio de la lectura y el pensamiento crítico responde a aquella idea manifestada en el año 1977 por Kurt Vonnegut, que comentaba a su entrevistador en el Paris Review que, si por él fuera, el dinero del desempleo debería percibirse una vez que se hubiera redactado un comentario fundamentado de texto sobre un libro cualquiera. Aunque aquello sonara como una provocación, como una burla, de lo que se trataría es de promover colectiva y ordenadamente una forma de lectura que nos sirviera a todos para aguzar nuestro juicio, para fortalecer nuestro entendimiento, para ejercer nuestra capacidad crítica, para no dejarnos hablar por los lugares comunes, para no dejarnos manipular por consignas y pensamientos prestados, para navegar airosamente en un mar de información tóxica y apenas contrastada, para elegir soberanamente aquello que nos convenga, para intervenir en nuestra comunidad aportando algo de valor, porque no hay democracia sin lectura.
No leer no debería ser una opción. Leer debería seguir siendo uno de los fundamentos de un juicio independiente, crítico y fundamentado, entre el resto de las alfabetizaciones que hoy son necesarias para enfrentarse a un mundo tan complejo como el que nos ha tocado vivir.
¿Debería albergar esperanzas en que esta entrevista se lea y haga reflexionar a los lectores?
Ivan Illich reclamaba ya hace años que en un mundo de múltiples alfabetizaciones en los que predomina la imagen y el sonido, la lectura era una forma renovada de ascesis, de contención y maduración del juicio, de inversión voluntaria de la atención en un proceso de comprensión y empatía con ideas ajenas. Es cierto que en nuestra era digital, con formas discursivas en las que preponderan las mezclas de objetos digitales de toda índole, un simple texto pueda parecer remoto y aburrido, pero es nuestra misión justamente llamar la atención sobre el lugar que debería ocupar esta práctica en ese nuevo mundo, sobre la indiscutible relevancia que sigue teniendo para hacer justicia a la etimología de la palabra lectura, que habla de la capacidad para saber escoger. En un mundo de inteligencia artificial y verdades algorítmicas que se toman como incuestionables, no encuentro que haya muchas cosas mejores que la lectura para interponer nuestro juicio y reclamar nuestra condición humana.