La Universidad, camino al anarcosindicalismo asambleario… pero subvencionado
Como decía Talleyrand, “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”.
La LOSU nace con fecha de caducidad, aunque el Gobierno haya conseguido, qué remedio, una mayoría suficiente. Es lo que suele llamarse un brindis al sol. Tantas veces a los votos los carga el diablo…. Pero como decía Talleyrand, “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”.
Hay muchos indicadores: la OCDE pide una gobernanza equiparable a la europea, Bruselas ídem de ídem; y están todos los estudios realizados por instituciones independientes y expertos, y sobre todo la experiencia, el análisis comparativo y de resultados con el mundo de fuera, y no estaría de más incluir un cierto sentido el ridículo.
Desde hace años la Conferencia Española de Consejos Sociales advierte de un peligro que a estas alturas parece peligrosamente cercano: la autoinmolación de la universidad pública en el altar sacrificial de la estupidez humana. La contemplación obsesiva del ombligo es lo que tiene. Las privadas ocuparán su espacio.
De entrada no fue buena noticia que el ministro Joan Subirats declarara antes de empezar a liarla (empeorando aún más el despiste de su antecesor Castell, sabio y despistado sociólogo que aún se pregunta cómo es posible tanta soberbia y ampulosa mediocridad ambiental) que él se consideraba más académico que político. Como si un ingeniero fuera nombrado ministro de Sanidad y Salud y dijera que a él en el fondo lo que le interesa son las chimeneas que sueltan humo y los tornillos de las camas.
Una memez: un ministro es un político, un servidor público, que tiene que trabajar para toda la sociedad; y la sociedad no es solamente la burbuja o los clanes universitarios.
El profesor y ministro socialista José María Maravall, autor de la primera ley universitaria de la democracia, está en la actualidad muy preocupado por la deriva de la academia pública. Es un catedrático con amplia experiencia internacional, pero sobre todo un hombre inteligente y responsable, o sea, honesto, y como conocía perfectamente a el ‘caminar de la perrita’ y la tentación totalitaria y endiosada de los claustros, ya saben, ‘yo, me, mi, conmigo, y qué hay de lo mío’, introdujo un principio clave en el mismo preámbulo de la LRU, Ley Orgánica 11/1983 de 25 de Agosto: “Esta ley está vertebrada por la idea de que la universidad no es patrimonio de los actuales miembros de la comunidad universitaria, sino que constituye un auténtico servicio público referido a los intereses generales de toda la comunidad nacional y de sus respectivas Comunidades Autónomas. A ello responde la creación de un Consejo Social , que inserto en la estructura universitaria, garantice una participación en su gobierno de las diversas fuerzas sociales….”
Este mandato ha solido ignorarse. Pocos en ese ambiente conocen las leyes. Y si las conocen consideran cualquier límite al libre albedrío una simpática, u odiosa, extravagancia. Creen que están allí como Franco en las monedas de la dictadura: ‘Por la Gracia de Dios’.
Desde el principio la estructura universitaria se dedicó a una aparente modalidad de prevaricación con respecto a este órgano de interrelación y representación de la sociedad, que a través de sus impuestos es como su accionista mayoritario, aunque este término empresarial escueza en el autobombo.
Es decir, se aplicó –con algunas excepciones- a hacer caso omiso de los fundamentos de la LRU, y a actuar en contra de su espíritu y de su letra. A boicotear su dotación de personal, a boicotear su presupuesto, a boicotear sus funciones, a elucubrar que su Servicio de Intervención o Control Interno no es interno como dice la norma sino externo y sin autoridad como supervisor de toda la actividad económica y de eficiencia de todos sus servicios, en nombre del Gobierno, del Parlamento… y del Rey que la firmó y mandó “ a todos los españoles, particulares y autoridades, que guarden y hagan guardar esta Ley Orgánica”.
Es obvio que esto no se ha hecho ni por convicción democrática ni con lealtad a la Constitución y a la Institución.
El deporte preferido en algunos campus es entorpecer el papel del control social y sustituir tan ‘dañina’ supervisión por la famosa ‘interrelación’, que se quiere reducir a cócteles, celebraciones y recaudación de dineros ajenos sin nada que ofrecer… sino humo.
Coordinados los ‘soberanistas’ por ese ‘lobbi feroz’ de intereses gremiales que es la CRUE, la Conferencia de Rectores (que no de universidades, mejor representadas por los Consejos Sociales y su Conferencia Nacional) que se ha ido configurando, junto con el CGPJ como una especie de cámara legislativa parasitaria que le disputa la representación de la soberanía nacional al Congreso y al Senado… se han salido de madre. Muchas veces con secretarios generales de Universidades del Ministerio que son meros portavoces o caballos de Troya de la corporación rectoral.
Así, la Universidad española se ha ido convirtiendo en un anacronismo en la UE, haciendo caso omiso a la unanimidad de los informes de expertos y a los modelos de éxito europeos, al que incluso Portugal se ha sumado.
Eso sí, como según el refrán, y la ciencia ha demostrado, Dios le da sombrero hasta al que no tiene cabeza, en el universo universitario, donde en gran parte el talento, tan jurado en vano, la excelencia y el método científico han sido declarados materia reservada y secreto oficial, de un zapatazo, a ver si no cuántos estudios sobre calidad y eficiencia han hecho los ‘campus’, se tiene el ‘convencimiento’ de que la autonomía universitaria no tiene límites.
Que está en expansión permanente, como el universo según Einstein, y que en realidad es una especie de soberanía a lo Puigdemont, Junqueras, Rufián, Otegui, a los sibilinos del PNV, o a los restos del BNG y otros profetas de barra de bar. Y no es eso, ni de casualidad: La Constitución no sacraliza la autonomía universitaria, como defendía nada menos que una secretaria del gobierno de la ULPGC aceptando con fe de carbonera la cínica doctrina de la CRUE.
Muy al contrario, la CE78 lo que hizo fue ponerle límites, barreras intraspasables, acotarla para que no se desmandara, porque según dicen las leyes de Murphy todo lo que puede empeorar, empeorará sin remedio.
El artículo 27.10 tiene una coma ‘perversa’ en la que pocos se fijan, y los que menos reparan en ella y en lo que implica en el párrafo suelen ser algunos de los más encumbrados catedráticos mandamases que yo creo que en el fondo se creen miembros de un cabildo catedral: ‘(La Constitución) reconoce la autonomía de las universidades, (coma) en los términos que la ley establezca’. O sea, que hasta ahora se ha vivido en el error de confundir la autonomía con la monarquía claustral.
En su momento, la Ley de Reforma Universitaria fue un gran salto adelante. Un paso histórico para salir del centralismo y el autoritarismo franquista. Pero desde el inicio, los claustros convirtieron el gobierno de la universidad en un sofisticado sistema de chantajes, ocurrencias y egos y vanidades revueltos.
Ya en 1996, un ilustre profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, de esos a los que les gustaba, y añoran ya octogenarios, dar clases, sobre todo a los recién llegados, el doctor Roberto Moreno Díaz, decía con clarividencia lógica y científica en una entrevista periodística en ‘La Provincia’ con respecto a la deriva de la gobernanza: “Yo dije una vez en una reunión: “En una universidad en la que la mitad más uno son enanos, se elige a un rector enano. (…) Aparte de que el claustro es algo que no está conectado socialmente. A los profesores y alumnos que deciden quien es el rector, les importa muy poco la opinión pública. (…)” Y continuaba: “La universidad se transforma de esa forma en algo asocial o parasocial, al margen de la sociedad (…) El rector no puede fiscalizar a la mayoría porque la mayoría lo puede quitar…”
La clave de cualquier ley que sustituya a la LOU, está en la gobernanza. No se engañen con los hologramas. Todo lo demás es papel celofán. Un cóctel de obviedades, paparruchas, insensateces y cohetes de feria con el rabo retorcido.
Por muchos aspectos urgentes y necesarios que se traten, casi todos de adecuación a estos tiempos vertiginosos, el arco de bóveda, como en las grandes catedrales, no está en las valiosas y llenas de simbolismo vidrieras pintadas, sino en esa piedra central sin la cual todo se derrumba.
Seguiremos. Porque la LOSU, en realidad, ya ha superado su fecha de caducidad. Subirats y el populismo morado que le apoya se han equivocado de siglo.