Puigdemont: el viaje a ninguna parte

Puigdemont: el viaje a ninguna parte

El expresidente es de los políticos bocazas que gustan de amenazar y hacerse temer. Pero le guste o no, está atado de pies y manos.

Carles Puigdemont, a su llegada a Barcelona.REUTERS

No es fácil superar un desentendimiento histórico de calado. Y el 'procés', aunque felizmente incruento, ha generado una profunda brecha en el interior de Cataluña y una tensión inquietante entre Cataluña y el resto del Estado. Por fortuna, la izquierda en el poder, siempre más comprensiva que la derecha en la aceptación de las identidades diferenciales, optó hace tiempo por intentar la distensión y la pacificación, facilitadas por la necesidad de conseguir apoyos para la gobernación. 

Dicho en otros términos, las dos izquierdas estatales y el nacionalismo catalán han optado, con grandes dificultades, por pactar la gobernabilidad en términos que finiquiten el 'procés' y sus consecuencias más adversas. Para avanzar en este camino, primero se otorgaron los indultos para que salieran de prisión los encarcelados por la tentativa secesionista. 

Después llegó la amnistía, como cierre definitivo del contencioso. Y de momento, esta ley orgánica está siendo malinterpretada por ciertos tribunales, en lo que parece ser un escandaloso caso de lawfare. Los jueces tienen la obligación de acatar las leyes y de aplicarlas precisamente en el sentido en que las concibió el legislador. Las normas de obligado cumplimiento pueden interpretarse, pero no para buscar sus escapaderos sino para entender lealmente qué pensaba el poder legislativo al promulgarlas.

En las elecciones autonómicas de mayo, el electorado catalán dio su opinión sobre esta compleja operación de apaciguamiento. Y los resultados fueron muy expresivos: la sociedad catalana premió al PSC por su sensibilidad y su apelación al realismo, y le entregó una clara victoria. Las dos fuerzas nacionalistas quedaron relegadas, y, por primera vez en mucho tiempo, cedieron la hegemonía a los constitucionalistas. 

La venida rocambolesca de Puigdemont a introducir zozobra en Cataluña, a desacreditar las instituciones catalanas -la policía autonómica entre ellas—, a dar al mundo un espectáculo procaz y circense, ha sido un vulgar disparate

Pero esta confrontación abrió otra controversia, esta vez entre el nacionalismo conservador de Junts y el progresista de ERC. ERC ha accedido a la lógica de la afinidad ideológica y ha entronizado a Illa en la presidencia de la Generalitat, en un gesto que honra a quienes han dirigido esta formación y han pagado por ello un alto precio personal (Junqueras y sus compañeros de aventura han sufrido la cárcel).

Junts, por su parte, ha dado pruebas de su inconsistencia intelectual y política. Puigdemont tiene motivos para quejarse por el comportamiento de la cúpula judicial que escamotea en este pleito político una amnistía irreprochable, que es una herramienta utilizada en todas las democracias occidentales para resolver disfunciones complejas. Pero ello no le faculta para poner en riesgo el camino emprendido, ni para arrojar piedras en el camino, ni para dinamitar la alegría de los catalanes, que ven cómo las aguas vuelven a su cauce y el Principado volverá a ser un país próspero y tranquilo.

Que ERC haya apoyado la candidatura de Illa supone una retractación del nacionalismo progresista tras los excesos peligrosos de antaño

Se quiera reconocer o no, el hecho de que ERC haya apoyado la candidatura de Illa supone una retractación del nacionalismo progresista tras los excesos peligrosos de antaño. Y asimismo, Junts también ha aceptado a regañadientes la vía pacífica del PSC-PSOE. En este marco conceptual, la venida rocambolesca de Puigdemont a introducir zozobra en Cataluña, a desacreditar las instituciones catalanas —la policía autonómica entre ellas—, a dar al mundo un espectáculo procaz y circense, ha sido un vulgar disparate, que ni sus seguidores han entendido y que demuestran que no se puede dejar nada importante en manos de este atrabiliario personaje. Puigdemont se ha consagrado como un gran escapista. 

Estefanía lo ha comparado incluso con Houdini, y con razón. Pero aquí no necesitamos expertos en ocultaciones que sepan emboscarse en los perdederos de la política: este viaje a ninguna parte de Puigdemont lo incapacita, ya que de ningún modo ha sabido estar a la altura de una pléyade de personajes que le han precedido y que han ocupado con gran dignidad el desgastado sillón de la presidencia de la Generalitat.

Puigdemont es de los políticos bocazas que gustan de amenazar y hacerse temer. Pero le guste o no, está atado de pies y manos. Mientras haya gobiernos progresistas en España, podrá tener esperanza en su rehabilitación, en disfrutar antes o después de los efectos de la amnistía. Pero si llega a España un gobierno conservador, puede despedirse para siempre de cualquier medida de gracia. En este sentido, Puigdemont es hoy, por su propia estupidez, el único rehén real que ha dejado toda esta conmocionante historia.