Pero
Las posturas contrarias no están tan separadas. Sólo discrepan sobre cuál ha de ser la oración principal y cuál la subordinada.
La palabra que más hemos escuchado esta semana en los medios ha sido “pero”. Podemos clasificar las posturas ante lo que está ocurriendo en Oriente Próximo en dos grandes grupos. Opción A: “los ataques de los grupos terroristas palestinos a Israel son espantosos, pero es que Israel lleva décadas maltratando, invadiendo y torturando al pueblo palestino”. Opción B: “Israel lleva décadas maltratando, invadiendo y torturando al pueblo palestino, pero es que los ataques de los grupos terroristas palestinos a Israel son espantosos”. Como se ve, tomados de forma aislada, los hechos a los que nos referimos son tan incontestables que no hay ninguna discrepancia sobre cómo juzgarlos. Estamos todos de acuerdo. Sólo se difiere acerca de cuál es el pero de cuál.
Las posturas contrarias no están tan separadas. Sólo discrepan sobre cuál ha de ser la oración principal y cuál la subordinada. Por eso estos días oímos “pero” por todas partes, porque es una palabra con superpoderes, capaz de convertir una oración subordinada en la oración principal de la frase. Si digo “te he pegado, pero tú me pegaste antes”, nueve de cada diez lingüístas consultados señalarán que “tú me pegaste antes” es una oración subordinada a “te he pegado”. Sólo ese extraño lingüísta que además tiene la carrera de psicología se dará cuenta de que “tú me pegaste antes” se ha convertido en el mensaje protagonista de lo que quiero decir, gracias a ese “pero” que borra completamente cualquier otra consideración que se hubiera dicho antes de él. La sintaxis es el mensaje.
“Pero” señala que hay una historia previa a la situación actual, y según se elija la opción A o la opción B se estará afirmando que fue primero el huevo o la gallina. Los palestinos o los sionistas. El imperio otomano o los mamelucos. Los macabeos o el imperio romano. La falacia de todos los etnicismos se practica siempre decidiendo de forma interesada el momento cero de la Historia, ese estado de naturaleza inventada que debe ser restituido. Sin embargo, la Historia no tiene primer episodio. “Una nación”, dejó dicho Karl Deustch, “es un grupo de personas unidas por una visión errónea de su pasado y el odio a sus vecinos”. Si la cita es cierta, no existen sobre el planeta dos naciones más canónicas que Israel y Palestina, conjuntadas de forma adversativa.
Así que reivindico la conjunción copulativa “y” en vez de la conjunción adversativa “pero”. Israel lleva décadas invadiendo y torturando al pueblo palestino, y los ataques de los grupos terroristas palestinos a Israel son intolerables. No está claro si la indiscutible ventaja que el Estado de Israel tiene respecto a sus países vecinos en derechos, libertades, democracia, etc, es un eximente o un agravante del desproporcionado horror de su respuesta sobre Gaza. Sí está claro que Hamas busca más la destrucción del Estado de Israel que la construcción de un estado palestino, trivial paso en el proyecto universal de imposición de la sharía. No es ser equidistante negarse a agitar de forma frenética una de las dos banderas. Ojalá llegue pronto el día en el que “y”, “hacia”, “para”, “con”, empiecen a ser más usadas que “pero”.