¡NAAAAAAADA!
Una vez que hayan salido todas las bolas que no tienen premio, se entiende que aquéllas que quedan en el fondo del bombo son las agraciadas. Esto hace el sorteo mucho más agradable para los espectadores.
En el universo paralelo al que con frecuencia me voy a pasar unas vacaciones, los sorteos de la lotería de Navidad se celebran exactamente al revés: en vez de ir cantándose los números premiados a medida que van saliendo del bombo, se cantan los números no premiados. Una vez que hayan salido todas las bolas que no tienen premio, se entiende que aquéllas que quedan en el fondo del bombo son las agraciadas. Esto hace el sorteo mucho más agradable para los espectadores, que sostienen en sus manos sus boletos y gritan de júbilo cada vez que el número cantado no coincide con ellos. Y también alivia mucho el trabajo de los niños de San Ildefonso, más concretamente, del niño de la izquierda, porque su labor queda reducida a pregonar “¡naaaaaaada!” cada vez que el niño de la derecha canta una bola.
Es cierto que este sistema alternativo tiene también algunas desventajas incómodas. Los números no premiados exceden a los premiados en una proporción de muchos miles a uno, por lo que la duración del sorteo… bueno… se sale un poco de lo previsto. En vez de cuatro horas dura unas cuatro mil. Lo que viene a ser medio año. Comienza el 22 de diciembre y termina alrededor del día de San Juan. En vez de veintitrés, hacen falta veintitrés mil niños de San Ildefonso, y, ante la imposibilidad de encontrarlos, los presentes deben hacer jornadas larguísimas, de meses de duración, que les impide cumplir adecuadamente con su escolarización. Algún caso ha habido de niños que entran en la adolescencia durante el sorteo y terminan los alambres con un bigotillo que no tenían al comenzarlos.
Aunque para mí, lo más divertido de este nuevo método, con diferencia, es lo que pasa con los informativos de televisión. Esas entrevistas a gente a la que no le tocó la lotería delante de administraciones de lotería en donde carteles gigantes proclaman “Ningún premio de la lotería vendido aquí”… esas respuestas monosilábicas en boca de jugadores que muestran indiferentes su boleto no premiado entre miradas de aburrimiento existencial… esos reporteros que subrayan con entusiasmo que un año más los desafortunados perdedores están muy repartidos por toda España. “¿Y qué es lo que hubiera hecho con el dinero que no le tocó?”, “bueno, me hubiera gustado hacer un viaje y ayudar algo a mi familia”. “Doña Manolita: sin repartir ningún premio desde 1956”.
Durante el primer semestre del año ese “¡naaaaaaada!” lo preside todo. Día, noche, festivos, laborables, radio, televisión. Cadenas enteras dedicadas al evento, emisoras ofreciendo veinticuatro horas al día el sorteo. De fondo a todas horas. Y durante el segundo semestre ese hueco lo ocupan las campañas publicitarias para la lotería de Navidad del siguiente año, hablando sin parar de la ilusión, el amor y la alegría de compartir. Abuelitos que reciben un décimo sorpresa de parte de un viejo amigo. ¡Naaaaaaada! Una mujer parada a la que un ángel le desliza un décimo en su bolso. ¡Naaaaaaada! Niños, enfermos, extraterrestres. ¡Naaaaaaada! No es más absurdo el universo paralelo al que con frecuencia me voy a pasar unas vacaciones que el universo habitual en el que pasamos todos las navidades.