'Medusa', me quedo 'toa' loca
La obra cuenta con Victoria Abril y Ruth Lorenzo.
Eso, "me quedo toa loca" es lo que dirán los distintos espectadores que vean Medusa . Obra escrita y dirigida por José María Castillo que se estrenó esta semana en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Aunque las razones para decirlo de un tipo de público y de otro serán muy distintas.
El público en general dirá que sale toa loca o loco o loque porque han ido allí a ver una estrella. Y la obra se la ofrecerá en bandeja. Además de una manera reconocible. Es decir, como se espera que vista, actúe, se mueva por el escenario y diga lo que tiene que decir como siempre lo ha dicho. Esa estrella es Victoria Abril, aunque es cierto que, para los espectadores más jóvenes, puede que la estrella sea la cantante Ruth Lorenzo.
Sin embargo, el público profesional lo dirá por otros motivos. Su desconcierto tendrá más que ver con que no entenderá la necesidad artística de esta producción. Una producción bien dotada de recursos económicos. Pues a la estrella, o las estrellas, las acompañan otros actores teatrales también de relumbrón. Además, hay un cuerpo de baile y un coro. Y, por si fuera poco, tiene una escenografía a lo grande, aunque de nuevo pensada más para la gira que para Mérida, y un vestuario a la altura de esta producción. Ah, y tienen mucha música, una banda sonora original con varias canciones que la acerca bastante al musical sin llegar a serlo.
Vayamos al turrón, que es la historia de la Gorgona, la Medusa del título. Partiendo del tópico de que la historia la escriben los vencedores, la Gorgona, o séase, Victoria Abril, pide paso para contar su historia. Una historia que escribió Perseo, el que le cortó la cabeza, o al menos su pueblo.
Y su historia es que siendo la guapa de tres hermanas y dedicada a la diosa Atenea en cuerpo y alma, lo que significaba ser y mantenerse virgen, atraía los ojos de los hombres. Con lo que aumentaba los fieles varones a Atenea a la vez que su deseo sexual.
Hete aquí, que Poseidón, que es un dios, pero antes es un hombre, atraída por su belleza la viola. Lo que encela a Atenea, que antes de mostrar sororidad y comprensión, la culpa. Los argumentos son los que se escuchan y se leen en la prensa. A saber, si te ha violado será porque le habrás provocado; y si te ha violado es porque no te has resistido ni bien ni suficientemente.
Así que la castiga. La echa del templo y la condena a vivir en una cueva cochambrosa y oscura, y a petrificar a cualquier persona que la mire a los ojos. Lo que la deja aislada y con una cueva llena de aguerridos guerreros petrificados que se acercaron para acabar con el monstruo.
Todo esto la provoca una típica reacción de duelo, que empieza con la negación de lo que ha pasado hasta llegar a la aceptación tras pasar por la ira, la depresión y la negociación. Fases que se nos van contando. Primero, esto. Luego lo otro. Pero que verse no se ven.
Por supuesto, no es la única víctima. Los hombres también lo son de este sistema patriarcal que les obliga a ser los más altos, los más guapos, los más fuertes, y a no mostrar su sensibilidad ni su vulnerabilidad. Ellos sufren el sistema, pero en silencio, como las hemorroides. No pasa nada, Medusa, que ya ha pasado su duelo y ha aprendido, ejercerá de psicóloga y le aplicará terapia, antes de que Perseo haga lo que fue a hacer y le corte la cabeza.
Sí, to er mundo es güeno, menos los dioses y el poder que ejercen. Desde luego, los dos que se ven en escena, Atenea y Poseidón, y del que se habla, Zeus, no lo son. Un poder y una maldad divinos que desaparecerían si los humanos dejaran de creer en ellos, porque los dioses se desvanecerían en la niebla.
Todo amenizado con fornidos hombres bailando y haciendo posturitas de guerreros en calzoncillos por el escenario, al estilo de Conan o de peplums o de gimnasio, desde el comienzo. Y por una música de película de serie B que parece sonar de continuo como en los aeropuertos acompañando hasta los momentos más banales y, por tanto, anulando su capacidad de emocionar, de aportar a lo que se cuenta.
Como las canciones, que paran la acción antes que hacerla avanzar. Montadas como números musicales de los conciertos de las grandes divas del pop actual. Al estilo de las famosas Beyoncé, Karol G y, sí, Taylor Swift. Lo que antes ya hizo Madonna.
De hecho, el espectáculo parece más un concierto que otra cosa. Pues hay muchos solos, ya sean canciones o monólogos estilo cabaret o café cantante, acompañados de coreos. Y, en general, una composición de imágenes alrededor de un decorado que parece un frontispicio de papier-mâché o de cartón piedra de una atracción de parque temático o de restaurante chino gigante. Por eso de los colores, rojos y dorados, y de las figuras que se representan, las serpientes.
Todo lo anterior convierte este espectáculo en una obra kitsch y pop a partes iguales. Que permite aventurarse por las posibles referencias con las que ha crecido su joven autor y director. Y, entre las que destacaría, Hércules de Disney. Que, por cierto, parece haber marcado a esa generación más que muchas otras de las que más se habla pues es fácil encontrar referencias.
Así que sí. La audiencia sale toa loca, porque les hayan dejado ver a sus ídolos relativamente cerca haciendo lo de siempre y que ellos esperan. Y la crítica teatral sale toa loca porque no sabe qué hacer con lo que les han ofrecido.
Porque desde el punto de vista de la producción, es un trabajazo. Porque, hay una posición política clara: el feminismo, lo LGTBI+ y el ateísmo nos harán libres de los roles de género y del sufrimiento que producen a hombres y mujeres ¿Qué pensará de esto el actual gobierno de Extremadura y sus socios dimitidos que pagan el festival, la fiesta, y defienden lo contrario? Porque como producto empresarial, cumple de sobra con la satisfacción del cliente, como se comprueba con los aplausos, y produce beneficio empresarial, que pocas alfileres cabían el día del estreno en Mérida, y eso que era miércoles.
Ante esto, solo se puede hacer una crítica en saco roto y lateralmente en la distancia. Que, por cierto, es donde la organización del festival ha puesto a los críticos profesionales esta vez. A distancia. Lejos de poder apreciar los detalles que son los que quizás habrían marcado la diferencia. Acercándolos al público, para ver si se asimilan.
Pero los críticos miran al escenario, lo que sucede y cómo sucede sobre las tablas y evalúan un trabajo por sus resultados artísticos. Mientras el público llega tarde, se abanica, sale a mear, mira al móvil, hace la foto, la sube al Insta y espera los likes. En cualquier caso, todos estaban allí porque nadie se quería perder la que seguramente era la noticia y el titular culturales y sociales del verano: Vuelve la Gorgona, perdón, Victoria Abril, a los escenarios. Y no hay tantas con ese poder de convocatoria.