'Luces de bohemia', otra vez

'Luces de bohemia', otra vez

Una producción nueva tuneada aprovechando los recursos actuales, como son la proyección de imágenes o las posibilidades de luminotecnia.

Escena de 'Luces de bohemia'Javier Naval (Teatro Español)

No hay duda de que el estreno de la semana en Madrid es Luces de bohemia, de Valle-Inclán en el Teatro Español, dirigida por Eduardo Vasco. Porque es la primera producción de la nueva dirección artística de este teatro. Porque se considera la obra capital de Valle y una de las mejores obras de teatro del siglo XX, aunque no fuera de España. Porque es una producción de las que ya no se estilan con 25 intérpretes todos notables, que no son suficientes para representar todos los personajes.

Todo esto cuenta a la hora de mirar desde la butaca el recorrido por el Madrid de los años veinte de Max Estrella, el protagonista de la obra. Ese cráneo privilegiado de su tiempo, empobrecido y alcoholizado, junto a su fiel escudero. Don Latino. El listorro, pícaro preferirán decir otras personas, y, también, alcoholizado que aprovecha la poca miseria que puede para hacerse algo más agradable una vida que de agradable no tiene nada.

Un recorrido que le lleva por un Madrid de los años veinte. Lejos de los glamurosos Nueva York y París que se muestra en las películas que retratan aquella época, la capital de España en la que se mueven los personajes, era vieja, sucia, fea, pobre, inculta, antigua, avariciosa y represiva con los que se salían de la norma. A la que el glamour se lo ponen unos poetas modernistas que vienen del más allá, del otro lado del Atlántico, con Rubén Darío a la cabeza, o pasados los Pirineos, de París.

Una imagen, por cierto, con la que muchos compatriotas identifican a la capital, todavía hoy, y, por extensión, a España. Donde los cráneos privilegiados no tienen cabida. Son anomalías de las que alegremente se prescindían y se prescinden.

Una España conflictiva. Entre los que se defienden de la miseria llamando a las barricadas y manifestándose. Y los que piensan que no hay mejor manera de ser español-español que conservando las esencias de esa España y el orden social heredado, que proviene de Dios, es divino.

Conflicto que Eduardo Vasco, a la manera de los grandes espectáculos que llegaron en masa en los ochenta del siglo pasado, pone en forma de contexto. Al fondo del escenario. Aprovechando la cantidad de actores que tiene. Manifestaciones de banderas rojas y contramanifestaciones de banderas españolas.

Un contexto que poco a poco se va adelgazando. Hasta convertirse en uno o dos hombres en anacrónica gabardina y gafas oscuras portando una bandera española. ¿Una metáfora? Sería demasiado evidente para un texto tan sugerente. Convirtiéndose en una denuncia o señalamiento inocuo. Que, en vez de cuestionar, hacer pensar, refuerza y mantiene el statu quo.

Gines García Millán como Max Estrella en 'Luces de bohemia'Javier Naval (Teatro Español)

Pero es verdad que ese uso de las masas actorales, como todo en la producción, está técnicamente bien hecho. Como corresponde a una función bien producida y financiada. Y, que guste o disguste, dependerá más del gusto personal, basado en lo que se piensa y en las ideas que se tengan sobre el teatro, España y la vida, de que se pueda objetar algo de la técnica teatral usada.

Otra cosa bien distinta son los objetivos para los que se usa dicha técnica. Para qué se usa cada recurso teatral. Aparte de esa decisión de un escenario en negro, pues la leyenda negra persigue a España, parece que se ha acudido a un repertorio de técnicas y se ha usado según la ocasión para crear una imagen.

Ejemplifica muy bien esto la escena en la que la masa habla atrás y delante hay una barra de donde cuelgan pequeños títeres que dos actores mueven. ¿Qué necesidad hay con lo que cuenta? ¿Qué aporta a lo que se quiere contar? ¿De nuevo una metáfora escénica de que la gente, el pueblo, es un títere en mano del poder?

Esa insistencia en el lugar común, tapa la obra y ciega al público. Que posiblemente se vaya tan contento a casa, el día al que pertenece esta crítica salió mayoritariamente contento, porque una vez más le han explicado porque España es España y no tiene remedio. Una elección teatralmente legítima pero que merece un debate.

Así que, de nuevo, nos enfrentamos a una gran producción pero que da más de lo mismo. De lo que ya se ha visto en las grandes producciones en los últimos 50 años. La de Lluis Pasqual, la de Helena Pimenta y la de Alfredo Sanzol. De la que se desmarcó un poco la de Lluis Homar, tampoco tanto, forrando el escenario de libros, de ficciones, que situaba la vida de los personajes en un entorno librescamente polvoriento.

Revolucionarios en 'Luces de bohemia'Javier Naval (Teatro Español)

Una producción nueva tuneada aprovechando los recursos actuales. Como son la proyección de imágenes, las posibilidades de luminotecnia, las opciones actuales para que los cambios de escena resulten rápidos y fluidos y dar distintas perspectivas de un mismo espacio. Como la taberna de Picalagartos. En la que, aparte de la distorsión que supone los trajes de las prostitutas, al menos para el imaginario colectivo, el vestuario de Caprile sienta como un guante.

En donde, una vez más, se ha desaprovechado para mirar en las contradicciones del texto. Incluso, el choque de trenes entre un texto, que se considera constitutivo de la cultura española, y el mundo actual. Para ver si en esa brecha se ve algo parecido a lo que se muestra en

No se está pidiendo algo tan radical como el paso del Congreso de Viena de 1814 al discurso de Margaret Thatcher de Le congrès ne marche pas de La Calórica. No está en el texto.

Sino cosas como si se puede seguir llamando cráneo privilegiado, y mostrarlo como tal, a alguien que se maneja tan mal en la vida práctica. Si Max Estrella, como hijo del cine mudo de su tiempo, no es más que un payaso, un clown chapliniano, que vive en una realidad distorsionada por los libros o sus fuentes de conocimiento. Sí, otro Quijote con su Sancho Panza.

O si esa distorsión del mundo que se muestra, más que fruto de su cráneo privilegiado es de un cráneo alcoholizado. En un estado similar al que tienen hoy las personas adictas ya sea al alcohol o a las drogas.

En definitiva, si sigue siendo válido como referente cultural. Como modelo de estar en España y en el mundo, y como modelo de comportamiento. Esa debería ser la mirada contemporánea a los clásicos. También a los del XIX y a los del XX. Por eso son clásicos teatrales. Es decir, juegan en escena y con los espectadores en el terreno del conflicto y no de la satisfacción del cliente. Clientes habituales de teatro, ya entrados en años, que mayoritariamente saldrán satisfechos tras ver este montaje.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.