‘Le congrès ne marche pas’, anímate y hagamos que marche

‘Le congrès ne marche pas’, anímate y hagamos que marche

Puede verse en el Teatro Valle Inclán del Centro Dramático Nacional. 

Escena de 'Le Congrès ne marche pas' de La CalóricaSilvia Poch

La llegada de La Calórica al Teatro Valle Inclán del Centro Dramático Nacional con Le congrès ne marche pas había suscitado mucha expectación. Tal vez demasiada. Puede que eso haya hecho que lo que se esperaba un estrenazo se desinflase a las primeras de cambio. Y es que su celebrado espectáculo Las aves  había colocado a esta compañía muy alto en el imaginario cultural y cultureta o gafapástico. Producción que se llegó a reponer en teatros privados a pesar de que su vertiente intensamente filosófica y política hacía pensar que no era posible. Claro que el humor y la alegría que destilaba remaba a su favor.

Y eso, teniendo en cuenta que Le congrès ne marche pas es una producción más espectacular. Simplemente porque tienen más presupuesto. Detrás de la misma están el Teatre Lliure, donde se vio la temporada pasada, y el propio Centro Dramático Nacional, donde estará hasta el 20 de octubre. Financiación que les ha permitido más escenografía y más elenco.

Además de seguramente haber dado la posibilidad de dedicar más tiempo a preparar y desarrollar el espectáculo. Algo necesario porque habían decidido que sus personajes tenían que hablar en francés, en ruso y en inglés y bailar valses. Y el elenco ni hablaba esos estos idiomas con la fluidez que exige el teatro, ni bailaba valses.

Todo esto para contar el Congreso de Viena de 1814. Un congreso en el que las monarquías absolutistas de aquella Europa que habían vencido a Napoleón decidieron repartirse el continente. Esto pa ti y esto pa mí. Con Polonia en el centro del debate del reparto. Y con el objetivo de mantener el Antiguo Régimen, es decir, las monarquías absolutistas citadas frente a los revolucionarios franceses que habían instaurado la república y habían llevado a Napoleón al poder. Y con él, había traído la guerra al continente y más allá.

  Escena de 'Le Congrès ne marche pas' de La CalóricaSilvia Poch

Un congreso que se prometía corto, una o dos semanas, pero que se alargó en el tiempo, y que tuvo consecuencias nefastas para la ciudad de Viena. Una ciudad que no estaba preparada para duplicar su población, dar servicios y ofrecer entretenimiento a gente tan insigne e importante y pervertida o depravada como la que se presentó allí para hablar de qué hay de lo mío. Y en la que se certificó que España había dejado de ser un actor global. De hablar idiomas y no tener que depender de intermediarios que le tradujesen.

De nuevo, su autor, el reconocido Joan Yago de Breve historia del ferrocarril español, y su director, Israel Solá, recurren a la ironía y al sarcasmo para dibujar a esta influyente pandilla. Tanto que condicionaron la historia mundial más allá de aquel reparto. Pero que al no entender el mundo y lo que estaba pasando no fueron capaces de parar las revoluciones que querían evitar. Y que se llevarían por delante tanto a ellos como a sus herederos. Dejando a la mayoría como carne de cañón de las revistas del corazón y los tabloides ingleses.

Y, entre las revoluciones que no supieron ver se encontraba la que introduciría el capitalismo y el liberalismo económico. Que por aquellas fechas el pensamiento del escocés Adam Smith ya empezaba a difundirse, junto con esas ideas de que el mercado reina y de que el mercado es capaz de regularse y encontrar un equilibrio que posibilite la buena vida. Discurso entonces vanguardista y minoritario, solo para connaisseurs, y ahora tan mainstream y compartido que incluso son usados por políticos que pretenden concitar mayorías, ya sea para ganar el poder o para mantenerse en el mismo.

  Escena de 'Le Congrès ne marche pas' de La CalóricaSilvia Poch

Si lo anterior se puede resumir y contar de esta manera se debe tanto al texto como a la puesta en escena. Son méritos de La Calórica. Entre todos han sabido encontrar una forma sencilla y directa de contar esas complejas, y seguramente tediosas, reuniones de repartos. Si hasta hacen atractivo un discurso de la histórica política tory, es decir, ultraconservadora, Margaret Thatcher. Un referente para toda la derecha y el liberalismo económico que sube y sube en las encuestas y en las votaciones en las democracias liberales actuales.

Es esa escena, tal vez por su sencillez y lo directa que es, la que mejor muestra la forma en la que trabaja esta compañía. El delicado equilibrio entre el humor, la ligereza con la que cuentan las cosas, y la seriedad que exige lo que cuentan. Esa distancia que permite la diversión del personal, pero no su infantilización o su atontamiento. Sino dejando espacio a la conciencia del público y allá cada cual.

Una forma en la que no solo son importantes las ideas. La concepción de un texto y una puesta en escena. También cuenta la práctica. Lo que acaba siendo la obra. Para lo que es clave el trabajo actoral.

De un espectáculo lleno de escenas que de principio a final se podrían usar para ejemplarizar lo anterior, la mejor muestra es la citada escena de Thatcher. En la que Roser Batalla, con unos zapatos de tacón de vértigo con la bandera inglesa, se pasea poderosa y amodelada repitiendo en inglés uno de los icónicos discursos de la ex —primera ministra de Reino Unido—. ¡Qué diferente de la escena que Andrés Lima y Albert Bornonal crearon para Shock con el mismo personaje!

  Escena de 'Le Congrès ne marche pas' de La CalóricaSilvia Poch

Divierte, sí, pero a la vez hace consciente al público, sobre todo cuando a ese discurso se le acompaña de datos, cosa que esta compañía sabe hacer sin que la obra decaiga, aburra o se apanflete. Las evidencias de cómo su política contra el Estado Niñera aumentó de forma brutal el número de pobres en Reino Unido e hizo mucho más ricos a los que ya lo eran. Esas evidencias que casi nadie mira. Prefiere las emociones, emocionarse.

Entonces, si el trabajo es tan afinado ¿qué ha podido hacer que se haya desinflado el entusiasmo? Pues es posible que tenga que ver con lo anterior. Con saber poner tan claramente el estado de las cosas y, en vez de jugar a la indignación, al cabreo, a la cara de perro, ante esa situación hayan decidido de manera consciente la defensa lúdica de otra forma de hacer y estar en el mundo.

De reivindicarse y reivindicar un cambio de modelo más inclusivo, que luche contra la pobreza y la desigualdad desde la alegría de vivir y de estar vivo. Y además hacerlo hoy y ahora, aquí, en este momento.

Eso no se perdona. En determinados ámbitos, esa presencia y en presente, la esencia misma del teatro, y encima alegre, se considera ingenua. Se condena por su falta de búsqueda de transcendencia, por no pensar en hacer historia del teatro. La suerte es que, como público, y como pueblo llano, a esos aguafiestas no se les tiene por qué hacer caso, ni compartir sus presupuestos. Nada impide pasárselo bien en el teatro y en la vida, luchando y reivindicando frente a lo que hay que mejorar. ¿Por qué tiene tan mala prensa y resulta tan sospechoso el optimismo?

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.