Las refugiadas sirias 'crean' sus refugios en Jordania
Con los "espacios seguros" tanto de Mafraq como de Zarqa, poco a poco las mujeres sirias y jordanas han ido adquiriendo más funciones y responsabilidades.
Las refugiadas sirias aún existen. No salen ya en las noticias ni sus imágenes llenan los telediarios, pero cientos de miles de mujeres, desde ancianas hasta niñas, siguen viviendo. Algunas desde que nacieron, o nacen mientras lee este artículo, en el limbo que supone no tener tierra ni casa a la que volver ni más horizonte que la supervivencia. Son las olvidadas de un conflicto que lleva 12 años activo y las mantiene desplazadas, la inmensa mayoría en países cercanos al que era suyo, donde sus vidas se han convertido en una crisis continua. En un contexto internacional complejo, los problemas en los países de acogida van en aumento, incrementando una violencia de género que, en general, permanece invisible. Evitarlo es el objetivo de una organización española que lleva ya más de una década trabajando con las refugiadas para facilitarles la vida.
En el último año, fiel a su compromiso humanitario con un enfoque feminista, la fundación Alianza por la Solidaridad-ActionAid , en colaboración con el Institute For Family Health/King Hussein Foundation (IFH/KHF) de Jordania y el apoyo económico de la Generalitat Valenciana, centró sus esfuerzos en crear un proyecto para espacios seguros en los que mujeres y niñas, sobre todo refugiadas sirias pero también jordanas en riesgo, pudieran sentirse a salvo. Lugares en los que encontrar ayuda emocional, protección, asistencia social y, sobre todo, donde compartir, reconocerse en otras y crear alianzas que las sacaran de la opresión de entorno.
En el año transcurrido desde que se puso en marcha la iniciativa, Alianza explica que han atendido, de uno u otro modo, a más de 10.700 personas y que sus campañas han llegado a más de 800.000, gracias a la difusión de mensajes sobre los derechos de las mujeres de los que antes ni habían oído hablar.
La realidad implacable nos dice que no hay conflicto armado, desde hace siglos, incluso milenios, en el que las mujeres y las niñas no sean objeto de agresiones sexuales y de violencia por su género. Y la que había en la vida de la sirias ya era implacable antes de la guerra. Difícil olvidar que en 2010, en la región de Alepo, viví en directo cómo un hombre "consiguió" a una hermosa mujer engatusando a los hermanos de ella con su coche y su trabajo. Él era el conductor que me llevaba. Arreglaron la boda en 10 días desde que se vieron fortuitamente, por primera vez, en un pequeño pueblo de la región. Ella no pudo negarse.
Años después visité Mafraq, ciudad jordana en medio de un desierto, muy cerca de la frontera siria y un lugar de acogida desde las primeras batallas. Allí, desde 2013, Alianza ha participado en la puesta en marcha de una clínica de atención a salud sexual y reproductiva, un lugar perfecto para detectar casos de violencia de género. Y allí sigue trabajando. El otro espacio seguro abierto con el proyecto está en Zarqa, una gran ciudad con 1,3 millones de habitantes. Allí, además de atención, las mujeres reciben formación y un empoderamiento que es contagioso. Se trataba de crear un auténtico liderazgo femenino como medio para lograr cambios reales y duraderos, auténticos semilleros para futuros y necesarios centros donde poder salir de la opresión social y familiar.
Ciertamente, el contexto no puede ser más complicado. El largo conflicto en Siria y en la vecina Palestina ha desplazado hacia Jordania a cientos de miles de personas, aumentando la tensión social en un país que acarreaba ya una grave desigualdad social. El gobierno acoge a las sirias desde el inicio de la guerra —hoy en torno a 675.000, según la ONU— pero no creó servicios para ellas (salvo dos campos de refugiados que son de gestión internacional) porque, en principio, estaban de forma temporal. Y han pasado 12 años. El COVID-19 y la guerra de Ucrania no han hecho sino empeorar el panorama entre quienes carecen de tierra y tienen pocas opciones para encontrar en Jordania un empleo digno. De hecho, en 2020 casi una de cada cuatro mujeres en el país estaba en paro, el 49% entre las jóvenes. En el ranking global de brecha de género, están en el puesto 122 de 146.
Si mal está para la población jordana, aún peor para la refugiada: se calcula que un 78% vive por debajo del índice de pobreza, la inmensa mayoría (el 80%) fuera de los campamentos. Sus posibilidades de salir de la miseria son mínimas y la mayoría tampoco tienen adonde volver, con sus casas destruidas en una Siria en ruinas.
Son situaciones en las que mujeres y niñas se convierten con más frecuencia en objeto de explotación sexual y trata de personas, cuando no de matrimonios forzosos, incluso siendo menores. Menos bocas que alimentar. ¿Y qué opciones tienen donde no existe acceso a la justicia, donde no hay ninguna ley contra la violencia de género que las proteja? ¿Cómo denunciar lo que ni siquiera está definido legalmente? Sin embargo, en las encuestas, un 38% reconoce que la violencia contra ellas es común, sobre todo la de tipo sexual, y que hasta el 70% de las mujeres y niñas supervivientes a la violencia de género son sirias. Muchas son agredidas emocionalmente —recuerdo a Selma, a quien su marido, por celos, la tenía prisionera en casa desde hacía años— , otras físicamente maltratadas. "Lograr cierta independencia es un camino para salir de ese círculo y estos lugares son nuestras vías de escape", señalan algunas de las que lo han conseguido.
Pero no es fácil. Butal tiene 26 años. Estudió en Siria, pero de nada le valía su certificado académico en Jordania. "Me deprimí. Es muy difícil para una mujer encontrar trabajo porque casi todas quieren tener hijos y los dueños de las empresas no quieren pagar por la baja de maternidad. Además, los pocos puestos de trabajo que hay para nosotras prefieren dárselos a las jordanas", cuenta. Encontrar el centro de Zarqa, donde ahora es voluntaria, la impulsó a salir adelante, aprender y crecer: "Las personas tienen que encontrar nuevas oportunidades, a pesar de lo que han vivido en el pasado. La vida me obligó a cambiar, yo dejé mi país obligada, algo para lo que nadie está preparado, pero al final descubrí que podía ser una persona nueva", señala.
Para este proyecto en Zarqa y Mafraq, Alianza y el IFH han seguido la estrategia de generar redes locales para que se extiendan por si mismas. Por un lado, se han creado los llamados Grupos de Acción para la Protección de Mujeres” (WPAG, en inglés) con una decena de mujeres de las comunidades que previamente fueron formadas y que a su vez habían sido supervivientes de agresiones de algún tipo. Una vez empoderadas, hoy son ellas los altavoces en sus comunidades. A ellas, se fueron sumando otras 240 por cada grupo, los llamados Círculos de Mujeres, impulsados por las actividades y la movilización que organizan desde los grupos de acción. Además, dentro del proyecto una media de 10 mujeres al mes han pasado por cada centro (unas 250) en busca información y protección, y las que hay que añadir las más de 5.000 personas a las que han llegado las campañas de divulgación sobre lo que es esta violencia, que hasta ahora se sufría en silencio. Aseguran que, al final, sus mensajes han llegado a más de 800.000 personas.
Un servicio novedoso, puesto en marcha a raíz de la COVID-19 y que se ha mantenido, es un chatbot online sobre violencia de género, que ha llegado a otras 5.000 mujeres conectadas a una plataforma digital que responde a dudas sobre casos de violencia y derechos de las mujeres. Así se ha llegado a alejados lugares de las dos ciudades donde estaba el foco.
Con los "espacios seguros" tanto de Mafraq como de Zarqa, poco a poco las mujeres sirias y jordanas han ido adquiriendo más funciones y responsabilidades. "Las refugiadas llegaron en Jordania después de haber sufrido fuertes traumas y para nosotras tampoco era sencillo porque no estábamos acostumbradas a vivir con tantas extranjeras, al comienzo no sabíamos que queríamos las unas de las otras, pero luego nos conocimos y hoy gracias a las actividades aprendemos a construir relaciones de confianza, ahora somos amigas", señala Mona, jordana y monitora en Zarqa.
También Hiba, llegada de Siria en 2014, ha rehecho su vida: "El problema más grave de esta sociedad es la violencia. Es fundamental concienciar las mujeres y ayudarlas a ser económicamente independientes. Cuando se está económicamente empoderada, la violencia se reduce drásticamente. Yo fui víctima de violencia de parte de mi marido, pero cuando empecé a trabajar de voluntaria y, luego, a ganar algo de dinero, la violencia disminuyó", asegura. "Aprendí aquí que tener miedo es normal, ¡pero hay que seguir luchando!".