Las memorias del emérito

Las memorias del emérito

En España, no ha habido ni hay apenas monárquicos, y el aprecio de la gente a la Corona, perfectamente descriptible, depende de la funcionalidad de la monarquía.

El rey Juan Carlos I, fotografiado en el funeral de Juan Gómez Acebo en Madrid el 8 de septiembre de 2024.GTRES

El rey emérito es de nuevo una caja de sorpresas, todas ellas incómodas para la Casa Real y francamente agresivas para quienes nos sentimos engañados en su día por la deriva del jefe del Estado, quien, tras realizar una meritoria labor política durante sus primeros años, perdió el tino y se lanzó por un despeñadero absolutamente impropio de quien estuvo llamado a ser el más alto servidor del Estado.

Hace unos días, llegó la noticia sorprendente de que el monarca jubilado ha creado una fundación en Abu Dabi, cuyos fines declarados son preservar su legado a través de fondos documentales que contribuyan a destacar su papel histórico, muy opacado en los últimos años por sus irregularidades en asuntos económicos y fiscales. La entidad habría sido bautizada como Fundación Sumer (acrónimo de Su Majestad El Rey) y al parecer no figura en ella ningún miembro de su familia; se ha dotado con fondos propios de 200.000 euros y en principio no tendría carácter patrimonial, aunque otras fuentes aseguran que podría servir para gestionar la trasmisión de su fortuna personal, que Forbes considera inmensa, a sus herederos. En cualquier caso, las irregularidades fiscales reconocidas de don Juan Carlos se realizaron a través de fundaciones, por lo que resulta de pésimo gusto que se reavive esta figura cuando ya se había mitigado el escándalo que tuvo que desembocar en el autoexilio del rey en los Emiratos Árabes, una localización poco digna para quien en un tiempo fue considerado portador del impulso democrático que se plasmó en la Constitución de 1978. Al conocer la nueva Fundación, Zarzuela, con la habitual prudencia, ha hecho saber su disconformidad con la decisión de Juan Carlos, ya que sería mejor -se insinúa entre líneas- que los historiadores del mañana saquen sus conclusiones por su cuenta y sin necesidad del apoyo documental interesado que les brinde el rey saliente.

El miércoles pasado, los medios publicaban una información todavía más incongruente con la delicada posición en que se encuentra don Juan Carlos, quien ha puesto demasiadas veces en evidencia a la Corona, a la propia institución que no ha sabido servir hasta el final: en las próximas semanas aparecerá en Francia un grueso libro de memorias de quinientas páginas firmado por don Juan Carlos I -y escrito por una periodista gala- que se titulará «Reconciliation». Según la revista Point de Vue, que ha dado la noticia, en ese texto “el rey Juan Carlos I explica sus errores y sus malas elecciones. No oculta nada de sus arrepentimientos. Habla con el corazón abierto, como quien sabe que no le queda mucho tiempo”. La editorial es Stock, del grupo Hachette, y cuando se escriben estas líneas no hay (todavía) noticias de que vaya a editarse también en España. Para aclarar el tono del libro, la citada publicación pone en boca de don Juan Carlos este párrafo: «Mi padre siempre me aconsejó que no escribiera memorias. Los reyes no se confiesan. Y menos aún públicamente. Sus secretos permanecen enterrados en la oscuridad de los palacios. ¿Por qué voy a desobedecerle hoy? ¿Por qué finalmente cambié de opinión? Porque tengo la sensación de que me están robando mi historia».

Pero no ha acaba ahí la múltiple y repentina presencia de don Juan Carlos en los medios españoles de estos días: la citada noticia ha coincidido con el anuncio de que el rey Emérito pasará un par de semanas en Sanxenxo, cerca del lugar donde la Princesa de Asturias está realizando su curso en la Marina. La voluntad de Zarzuela de que los viajes del emérito fueran breves y discretos se frustra de nuevo con un desparpajo incomprensible.

Y como colofón, también acaba de llegar a los medios españoles la noticia de la publicación en la prensa de los Países Bajos de unas antiguas fotografías de alto voltaje erótico de don Juan Carlos con una de sus amantes, fotografías realizadas (y vendidas al mejor postor) por un hijo -menor de edad cuando se obtuvieron las instantáneas- de la mujer.

La sociedad civil y la clase política de este país, conscientes de que los desvíos de don Juan Carlos han podido poner en riesgo la estabilidad del régimen político, han actuado con exquisita delicadeza en el tratamiento de la abdicación, forzada en 2014, y en el arropamiento del heredero, don Felipe VI. El nuevo rey, con una voluntad inequívoca de distanciarse de su padre y con un meritorio empeño personal, ha sido capaz de reconstruir la institución monárquica, que su progenitor había situado a los pies de los caballos. En España, no ha habido ni hay apenas monárquicos, y el aprecio de la gente a la Corona, perfectamente descriptible, depende de la funcionalidad de la monarquía. Don Juan Carlos se ganó la confianza en los primeros años de reinado, y recibió por ello un cortés silencio después ante sus primeros excesos, pero a partir de cierto punto ha jugado con fuego. Felizmente, el rey Felipe VI ha dado los pasos precisos para reafirmarse, y ha recuperado objetivamente las cotas de popularidad de que ya disfrutó su padre en la primera época. Lo que no tiene nombre es que don Juan Carlos, en lugar de comprender este esfuerzo de su hijo y de contribuir a la nueva afirmación de la Corona, ponga ahora abundantes palos en todas las ruedas de la institución.

Si este libro de memorias se publica, muchos lo interpretaremos como una burla a esta paciente ciudadanía que ha tenido que digerir las indecencias regias y los devaneos fiscales de un conspicuo defraudador. No tiene don Juan Carlos derecho a decirnos a los españoles que le hemos robado su historia. Por lo que, con independencia de los sentimientos filiales que pueda albergar, don Felipe no tendrá más remedio que romper políticamente esa relación insostenible y que expresar claramente a don Juan Carlos que la sociedad española no acepta sus razones ni le guarda el afecto que le profesó antaño y que se ha roto en mil pedazos en ese largo viaje obstinado y absurdo a la frivolidad.