'La señorita de Trevélez' o la obra que nace sainete, sainete se queda
La gran apuesta del Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa para esta temporada.

Había mucha expectación el día del estreno de la nueva producción de La señorita de Trevélez de Arniches en el Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa. Una expectación que estaba mediada por ser la gran apuesta de este centro para la temporada 2024-2025. Lo que se nota en términos de producción. Con un elenco largo, extenso y de calidad y una escenografía en la que se han dejado los dineros para que ocupe la gran embocadura de este teatro. Un teatro en cinemascope.
Todo esto para contar una broma. La que el Guasa Club, formado por graciositos señoritos de casino de provincia, le gastan a un igual y a una señorita, soltera, entrada en años, que pensaba que se iba a quedar para vestir santos. Por lo contado ya se pueden imaginar que la cosa sucede en los años veinte del siglo XX.
Pues bien, en nombre del igual, un galán, le mandan una carta a la señorita de Trevélez declarándole su amor y pidiéndole relaciones. Ella que, según la obra, penaba por no disfrutar de lo que tenían otras señoritas del lugar y, sin embargo, amigas, responde que sí al amor. Que ella quiere lo mismo. Un novio que se convierta en marido.
A partir de este momento, su hermano, que ve que los sueños de su queridísima hermana se van a cumplir, se desvive por el futuro cuñao. Por un lado, haciéndole regalos envenenados pues meten al galán en unos gastos que no puede asumir y por los que se tiene que endeudar. Y por otro celebrándole con soirées y otras fiestas.

Una broma que viene provocada por la rivalidad entre el galán y el líder de los Guasa Club. Ambos enamorados de la simpática criada de la señorita de Trevélez. Que en su corta intervención se ve, se nota y se siente que es más lista que el hambre que ella y su familia han debido pasar. Y sabe que las atenciones que le dedican los señoritos, son porque van a lo que van. Así que les da largas, como puede y con gracia, siguiéndoles el juego. Que un no a tiempo, entonces, como muchas veces ahora, no se entendía.
Como ya se ha dicho, para contar todo esto se ha elegido un buen elenco. Con Daniel Albadalejo, Daniel Diges, que se muestra tan eficaz en la comedia como en los musicales, y Silvia de Pé como cabezas de cartel. Y sí, están fantásticos, por si alguien lo dudaba. Como lo están el resto.
Una calidad que se nota porque son capaces de mantener el interés por un texto que a medida que pasa la función, y se va viendo de lo que va, lo va perdiendo. Convirtiéndose en pura anécdota o chiste. Contribuyendo a afianzar en la cartelera madrileña lo que se podría llamar un teatro de sobremesa, porque tiene el espíritu de las telenovelas que se ven después de comer y que ocurren a finales del siglo XIX o principios del siglo XX.
A ese elenco se suma una gran escenografía de Ana Garay. De las más impresionantes que se pueden ver en el teatro. Que permite la recreación de uno de los lujosos casinos de capitales o pequeñas ciudades de provincias que había en aquel entonces. Donde los señores se reunían a hablar de sus cosas, leer periódicos, jugarse unas partidas mientras se fumaban unos puros.

Pero no solo eso, también permite recrear el jardín de los pudientes señorita de Trevélez y hermano. Y hasta un teatro, con el que comienza la función. Una escenografía en la que no solo hay dinero, o al menos eso parece, sino que también hay imaginación. Y el mejor ejemplo, es la forma en la que se recrea el balcón al que se asoman la señorita de Trevélez y su criada para recibir requiebros y responderlos.
A todo ello se podrían añadir algunas acertadas notas de dirección, de puesta en escena, de Juan Carlos Pérez de la Fuente. Que abusa de la salida y entrada por el patio de butacas de personajes, ampliando la ya de por sí la gigantesca embocadura de este teatro, o de los abrazos que tiende a dar un personaje y la cojera de otro, lo que agota su efectividad escénica. Sin embargo, usa bien los elementos coreográficos que tanto le gustan y para los que ha contado con uno de los mejores, Guillermo Weickert. Tanto, cuando son evidentes, como el baile que hay en la función, como cuando no lo son tanto, que es el caso de la forma sigilosa y sibilina en la que se mueve el Guasa Club a las órdenes de Tito Guiloya, su líder que interpreta Críspulo Cabezas con la eficacia que lo hace todo el elenco.
Tampoco se podría dejar de nombrar con acierto el vestuario y los figurines de Almudena Rodríguez Huerta. Que está cuidado e incluso va más allá. Y que sitúan quién es quién y qué posición social ocupan en esa ciudad provinciana y algo pacata, de la que la Trevélez quiere escapar. Ya sea con un novio, ya sea yéndose a un convento.

Habrá un público al que todo esto deslumbre y seguramente divierta. Un público que no busca sorpresas o ser cuestionado. Si no ser reafirmado en unas formas de entender la vida y el mundo, que aprendió en casa, y antes, sus padres aprendieron en sus casas, y así hasta donde tienen memoria. Porque digan lo que digan, para ellos nada ha cambiado excepto en superficie. La vida siempre ha sido así. Y lo demás es wokismo mal entendido que complica la existencia.
Un público más amplio de lo que se piensa, si se tiene en cuenta la intención de voto y de cómo está cambiando el tablero en las democracias occidentales. Pero no solo. Que no se puede decir que a aquellas personas que se sientan ante el televisor después de comer les una la misma ideología. Más bien les une la melancolía por un pasado que se recuerda mejor de lo que fue. Y que, sin conocer la obra, como le pasa a la señora que he tenido al lado, es capaz de completar lo que dicen los personajes, incluso lo dice antes que ellos, cosa que hace en voz alta como para reafirmarse ante la amiga que la acompaña y las personas que tiene a su alrededor.
Sin embargo, al espíritu crítico, capaz de valorar el esfuerzo que se ha hecho y encontrar lo valioso de este trabajo, quizás se le quede flotando una pregunta de vuelta a casa. La de si era necesario poner en escena este texto. Y, de serlo, ¿para qué? ¿Para divertir y entretener? Y, de ser así, ¿divierte y entretiene?