La Unión Europea se debilita

La Unión Europea se debilita

"Es muy relevante que cuando España ha decidido impedir que una empresa ferroviaria española con valor estratégico pase a manos de un consorcio húngaro, haya encontrado la plena comprensión de Bruselas".

El primer ministro húngaro, Viktor Orban.Kent Nishimura/Getty Images

Las últimas elecciones europeas, que han registrado un alza significativa de la extrema derecha en el Europarlamento, no representan sin embargo grandes cambios en una decadencia de largo recorrido que encontró en el Brexit (2020) un hito que acentuó la depresión.

El devenir de Europa estuvo marcado desde sus inicios —las comunidades del carbón y del acero, los balbuceos iniciales del mercado común— por el eje franco alemán, cuya propia existencia amistosa era, ante todo, una superación de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, París y Berlín estuvieron al frente de la progresiva formación de la Unión Europea. Figuras como Willi Brandt, Helmut Schmidt, Helmut Kohl, Gerhard Schröder, Angela Merkel, Georges Pompidou, Valery Giscard d’Estaing, François Mitterrand, Jacques Chirac… fueron artífices principales de la lenta progresión que por lo menos ha tenido la virtud de mantener en pie el proyecto y de producir un lento avance, demasiado premioso pero al menos bien afirmado y con raíces que avalan su perdurabilidad.

París y Berlín, representantes de las dos grandes sensibilidades de la Europa de posguerra, han mantenido durante este tiempo un debate intenso y constructivo que nos ha traído hasta aquí. Los frutos de esta conversación constructiva han sido una integración gradualmente más perfecta, todavía con grandes deficiencias pero dispuesta a seguir adelante por un camino federal que, para no herir susceptibilidades, no puede ni siquiera enunciarse con este nombre. Pero Macron, el singular líder de un centrismo extraño, ha agotado la fórmula, mantiene bloqueada la República en busca de un primer ministro que no llega y no ha conseguido despejar un horizonte siniestro en el que muchos vemos a Marine Le Pen ocupando pronto el trono de El Elíseo. Scholz, por su parte, es un mediocre funcionario que, como ha escrito la prensa anglosajona, está prisionero de los dos grandes tópicos alemanes, la paz y la estabilidad presupuestaria. Y podría ser que Berlín acabara provocando la derrota de Ucrania y la recesión de Europa, si no cambia a tiempo sus políticas de defensa e industrial.

De cualquier modo, la conversación francoalemana ha decaído considerablemente, en parte por la deriva de las políticas respectivas, y en parte también por otras fracturas y debilidades que han mermado la esencialidad europea. El Brexit fue un grave golpe sobre la encarnadura de la unión; el inquietante camino italiano hacia estribor sobre la senda del fascismo ha abierto una brecha peligrosa en el tercer país comunitario. La deriva populista del grupo de Visegrado, conducida por Orban hacia parajes intransitables, llena de dudas el futuro inmediato.

En Bruselas, repite mandato Ursula von der Leyen, contemporizadora con el populismo y poco audaz en las conquistas sociales. De entrada, si el Parlamento Europeo no lo impide en un rapto poco probable de cordura, la Comisión no respetará la regla de la paridad, que se aprobó solemnemente, y de momento ya se ha propuesto para formar parte del gobierno europeo a 17 hombres y 7 mujeres, entre ellas por cierto la española Teresa Ribera (faltan tres países por designar comisario). Además, el porcentaje de mujeres en el Europarlamento no llega al 40%, como se había establecido, y registra además un retroceso de un punto con relación al quinquenio anterior. En definitiva, ni siquiera se están guardando las formas en la delicada materia de la igualdad de género.

Pero quizá lo más grave es la lenidad con que Bruselas trata al régimen húngaro de Viktor Orban, amigo de Putin, enemigo de Ucrania, autócrata convencido y poco partidario de la división de poderes. Es muy relevante que cuando España ha decidido impedir que una empresa ferroviaria española con valor estratégico pase a manos de un consorcio húngaro, haya encontrado la plena comprensión de Bruselas, lo que significa que el grupo delos 27 tiene efectivamente un topo, que es Hungría. ¿Cómo se ha consentido, entonces, que Orban imponga condiciones radicales a la política migratoria europea o que construya unilateralmente un muro frente a Serbia, un país candidato a ingresar también en la UE?

La Europa institucional carece, en fin, de personalidad política, de capacidad de defender los grandes valores que justifican este ensayo integrador, de autoridad para hacer cumplir los Tratados a los díscolos, de valentía para sancionar a los infractores y oponerse a los populistas sin principios, y hasta de visionarios sólidos capaces de trazar sendas ambiciosas de futuro. Europa decae, y quizá sea preciso, al tiempo que se da la señal de alarma, tomar verdadera conciencia de ello y ubicar la pertenencia a Europa en la principal de nuestras urgencias y potencialidades.