La herencia envenenada de Angela Merkel
El error más evidente y grave de Merkel fue la forma de plantear su relación con Rusia, ya que no llegó a ver las aviesas intenciones expansionistas de Putin.
Como es bien conocido, en noviembre se presentó en una treintena de países la voluminosa autobiografía de Angela Merkel. El evento, patrocinado por Barack Obama en los Estados Unidos, ha tenido gran repercusión y ha sido, como es lógico, ocasión para revisar la ejecutoria de la antigua canciller, que se mantuvo al frente de Alemania entre 2005 y 2021. Un mandato inusualmente largo que la antigua ciudadana de Alemania del Este y discípula protegida de Helmut Kohl consumió con aprovechamiento y sin merma sensible de su prestigio personal…
Aunque a su término, y en un plazo de tiempo muy breve, aquella biografía se ha desmoronado como un castillo de naipes y la figura de Merkel se ha eclipsado gravemente. Por ello, la publicación de su autobiografía, hagiográfica como casi todas, ha sido francamente inoportuna y ha levantado ampollas en muchos sectores de opinión, y por ello abundan las críticas adversas. Quizá la más llamativa surgida de la intelligentzia europea haya sido la del sociólogo, activista y periodista polaco Slawomir Sierakowski, que se titula descarnadamente “Has Angela Merkel No Shame?” (“¿No tiene vergüenza Angela Merkel?”).
Un párrafo de dicho artículo ilustrará el tono de la crítica en cuestión: “antes, los alemanes se burlaban de los polacos por considerarlos tontos e incompetentes, pero ahora la situación ha cambiado. Si hoy día visitas Alemania, quizás descubras que ni siquiera puedes pagar el desayuno con tu tarjeta de crédito. Tendrás que correr a un cajero automático, pero puede que esté roto o que no acepte visa o MasterCard (como ocurre dos tercios de las veces). Y ni se te ocurra conectarte a una red Wi-Fi. Encontrarás un mejor acceso (y un sector de tecnología de la información más dinámico) en Bielorrusia, un Estado vasallo de Rusia”.
A su llegada al poder en 2005, Merkel se benefició de las últimas políticas llevadas a cabo por su predecesor, Schröder, las llamadas reformas Hartz (la célebre Agenda 2010, un verdadero plan de estabilización), muy impopulares, que, sin embargo, incrementaron la productividad y sentaron las bases para la recuperación económica y la consolidación fiscal de Alemania. Y durante su propio mandato, Merkel se limitó a gestionar el país aseadamente, sin visión de futuro ni improvisación alguna. Es cierto que al llegar Trump al poder en 2016, Merkel brilló por contraste como un faro de libertad en Europa, pero el efecto del paso del tiempo sobre la perspectiva ha resultado devastador.
La historia se inicia con la gran crisis de 2008, que Merkel abordó con criterios conservadores de estricta consolidación fiscal que causaron severos destrozos en las economías de los países del Sur —el entonces ministro de Finanzas, Schauble, provocó gran indignación en todo el continente—, generaron intenso desapego hacia la UE y fueron el germen del surgimiento del radicalismo populista y de la exacerbación de la extrema derecha europea. La ortodoxia de Merkel causó también daños a su propio país, obstinadamente aferrado a la estabilidad presupuestaria, cicatero incluso con el gasto militar, bastante por debajo del 2% del PIB.
Al llegar su sucesor, Olaf Scholz, a la cancillería, se han constatado las carencias de aquella larga etapa y hoy Alemania muestra “una economía que oscila entre la recesión y el estancamiento, que ha puesto de manifiesto las consecuencias de décadas de subinversión en infraestructura, vivienda, educación y digitalización. La inflación ha erosionado los salarios, lo que ha exacerbado la crisis de accesibilidad a la vivienda. Y los flujos migratorios sin precedentes han alimentado un descontento público generalizado, lo que ha permitido que tanto la extrema derecha como la extrema izquierda obtengan importantes avances electorales” (de un artículo recién publicado de Helmut K. Anheier, profesor de Sociología en Berlín).
En 2011, la catástrofe nuclear de Fukushima llevó a Merkel a adoptar una decisión poco meditada, el abandono gradual de la energía nuclear, una decisión plausible pero precipitada que dejaba a Alemania en manos del gas y del petróleo rusos y que introdujo una gran incertidumbre en los mercados energéticos alemanes y europeos. Ante la anexión de Crimea por Rusia en 2014, Merkel inició los acuerdos de Minsk, que favorecieron claramente a Rusia. Al año siguiente, aceptó un millón de inmigrantes de Medio Oriente, un gesto indudablemente humanitario pero que hubo que haber adoptado con mayores precauciones para evitar el ascenso de unos furibundos movimientos nacionalistas que encontraron un pretexto sólido para implantarse y permanecer.
Pero sin duda el error más evidente y grave de Merkel fue la forma de plantear su relación con Rusia, ya que no llegó a ver las aviesas intenciones expansionistas de Putin. El 2008, se opuso a invitar a Ucrania y a Georgia a solicitar su ingreso en la OTAN en tanto se esforzaba en mantener en vigor los acuerdos de Minsk, a la vez que debilitaba la propia Bundeswehr (las fuerzas armadas) con la ya mencionada mengua presupuestaria. Pero el mayor dislate fue su defensa del gaseoducto Nord Stream 2, que habría de llevar gas ruso a Alemania a través del Mar Báltico, sin pasar por Polonia y Ucrania, a pesar de las advertencias de los Estados Unidos y de la OTAN de que aquella decisión reforzaría a Putin y lo volvería más peligroso.
La llegada de la pandemia del COVID-19 en 2020 fue un mazazo para la debilitada economía y la sociedad alemanas, y aunque las decisiones colectivas de la Unión Europea consiguieron paliar en buena medida los efectos negativos de aquella crisis, Alemania empezó a mostrar con crudeza su decadencia. Constanze Stelzenmüller, de la Brookings Institution, afirmó por aquel entonces que Alemania “había subcontratado su seguridad a Estados Unidos, su crecimiento basado en las exportaciones a China y sus necesidades energéticas a Rusia”. La invasión de Ucrania por Putin terminó de poner en evidencia a Berlín, en parte responsable de que Moscú se hubiese envalentonado hasta aquel punto.
Hoy Alemania está en situación precaria, tras derruirse su liderazgo hasta hace poco indiscutible en la UE. La falta de reformas internas pone en riesgo todo el aparato productivo alemán, que se muestra incapaz de seguir el ritmo frenético de las nuevas tecnologías. La coalición encabezada por Scholtz ha arrojado la toalla, la ultraderechista AfD sube incesantemente y hay dudas de que Alemania sea capaz a corto plazo de revertir el malestar de una sociedad cansada y falta de ilusión que ha pasado de ser una locomotora a convertirse en una rémora.