La dictadura bloqueada de Venezuela

La dictadura bloqueada de Venezuela

"La oligarquía delincuente que se ha beneficiado el poder no aceptaría de ningún modo una reversión del statu quo que supondría su caída inexorable en desgracia".

Nicolás Maduro, el pasado 28 de julio, tras votar en su colegio electoral de Fuerte Tiuna, en Caracas.JESUS VARGAS / Getty Images

Pocas veces un dictador latinoamericano ha demostrado tanto desparpajo como Nicolás Maduro al arrogarse la victoria en unas elecciones presidenciales cuyo escrutinio se ha mantenido en secreto porque, con toda evidencia, resultaba muy poco favorable al autócrata. La felonía ha sido tan evidente que todos los regímenes democráticos han negado a Maduro su legitimidad y le han exigido que muestre sin más demora las actas electorales, que es una manera de sugerirle que presente su dimisión para evitar males mayores. Colombia, Brasil o Chile se han unido a los Estados Unidos y a la Unión Europea en la crítica al intento patético de prolongar una interminable dictadura que ha decaído hasta extremos indescriptibles que han subido a los ciudadanos en la pobreza y han obligado a emigrar a 7,7 millones de venezolanos según ACNUR.

El siglo XX venezolano fue muy agitado y junto a personajes ilustres como Rómulo Gallegos, el ilustre escritor, y Rómulo Betancourt, quien en sus dos mandatos impulsó benéficamente la democracia en el país, figuraron dictadores castrenses como Marcos Pérez Jiménez o civiles corruptos profesionales como Carlos Andrés Pérez. En los sesenta, se pactó una alternancia semejante a la de la Restauración española, pero la política venezolana pasó cada vez más a ser un caos cuajado de corrupción. El dinero procedente del petróleo inundó los bolsillos de una clase dominante que se extralimitó hasta extremos inauditos, generándose una especie de aristocracia opulenta que vivía del saqueo de los público y convivía con una gran mayoría sumida en la miseria. El polvorín terminó estallando, con el militar Hugo Chaves como detonante.

Chaves llegó a la presidencia del país por las urnas en 1998, en un tiempo en que los partidos políticos convencionales habían demostrado su incapacidad para gobernar. Maduro alcanzó el poder después de varias cuarteladas, y dio comienzo la «revolución bolivariana», semejante al experimento cubano, solo que con más recursos que la isla caribeña dada la abundancia de petróleo, cuyas rentas hubieran permitido reformas de gran envergadura. El régimen resultante fue pintoresco, con una constitución ininteligible que, como era previsible, sirvió para entregar el poder a una poderosa oligarquía que en esta ocasión englobaba al ejército. Chávez era un iluminado pero al mismo tiempo un personaje potente, con inquietudes sociales y con innegable capacidad de seducción. Pero, enfermo de muerte, legó el poder a Maduro, un demagogo de poca monta, semianalfabeto, que se afirmó en el poder por el procedimiento de falsear reiteradamente las elecciones. Chávez murió en 2013, y desde entonces la «revolución» ha decaído en una monstruosa farsa.

Aunque la presidencia sea civil, el régimen venezolano se apoya en el estamento castrense, ya que es el ejército en su conjunto el que, en nombre de Hugo Chávez, mantiene el sistema vigente a punta de bayoneta. Y la razón de ello es que el ejército ha sido el principal beneficiario de la corrupción. Tanto es así que la cúpula militar no le permitiría a Maduro desertar ni reconocer su propia derrota, que significaría la pérdida de las bicocas obtenidas durante el chavismo y una inevitable reclamación de responsabilidades a los funcionarios corruptos. Por eso es impensable que Maduro reconozca la victoria de sus adversarios en las urnas: la oligarquía delincuente que se ha beneficiado el poder no aceptaría de ningún modo una reversión del statu quo que supondría su caída inexorable en desgracia.

Desconozco cómo ha sido la relación del presidente Zapatero con Chávez y ahora con Maduro. Entiendo que el vínculo surgió cuando la ‘revolución bolivariana’ mantenía aún sus ingredientes éticos y sus ilusiones románticas, y poco a poco el líder español ha ido convirtiéndose en un freno cada vez más atónito de los excesos bolivarianos. Zapatero ha realizado interminables esfuerzos de mediación, de distensión, de democratización… Su papel ha sido benéfico porque sus gestiones han reducido el horror del conflicto, pero a partir de cierto punto en el desarrollo de la aventura, su eficacia se ha anulado casi completamente. Probablemente haya intervenido Zapatero en la salida de Edmundo González, cuya supervivencia estaba claramente amenazada, pero poco más podrá hacer una persona de buena voluntad en el avispero venezolano.

Maduro está en una soledad rampante, y las verdaderas víctimas son los venezolanos de dentro y de fuera del país que ven cómo su patria se ha empobrecido moral y económicamente hasta la indigencia. La presión diplomática no precipitará a corto plazo la caída de Maduro, pero la insistencia de la comunidad internacional es y ha de seguir siendo el arma principal contra esta perversión corruptora del poder que en aquel país ha alcanzado límites inauditos.