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La cancelación de la extrema derecha

La cancelación de la extrema derecha

Lo singular del proceso francés es que la derrota de quien en teoría representa la moderación ha sido obra de la colaboración de ambos extremos

Michel Barnier.Mustafa Yalcin/Anadolu via Getty Images

La crisis francesa, que ha causado la inquietante caída del primer ministro Michel Barnier tres meses después de su designación, ha sido el fruto de la conjunción antinatural de los extremos frente al centro. Una alianza insólita y absurda de la izquierda -de una izquierda que incluía al Partido Socialista y a Partido Comunista- con la extrema derecha ha puesto en evidencia a Emmanuel Macron, personificación de un teórico centrismo, representante de una ambigüedad equidistante y simétrica -fluida, si queremos utilizar la palabra de moda- que fue provisionalmente aceptada por los franceses para huir de la polarización. Ahora, la polarización ha vencido a la centralidad.

Lo singular del proceso francés es que la derrota de quien en teoría representa la moderación ha sido obra de la colaboración de ambos extremos. Lo que lleva a una conclusión aleccionadora: no es posible mantenerse indefinidamente en política en una situación indefinida. Frente a la tecnocracia (que a muchos nos parece reaccionaria) que asegura que la buena política es estabilidad y templanza, la realidad demuestra que el proceso democrático saludable tiene siempre fundamentos reformistas, en un sentido o en otro. Y en este caso concreto, la extrema derecha y la izquierda se han aliado para denunciar y desmontar una mixtificación, la que pretendía imponer Macron tras ignorar que el Nuevo Frente Popular ganó las legislativas de julio pasado.

En España, hemos experimentado una profunda transformación sistémica impulsada por el electorado. De un bipartidismo imperfecto, que dio lugar a gobiernos siempre monocolores hasta 2015 -en las elecciones de aquel año, PP y PSOE lograron conjuntamente poco más del 50% de los votos-, se pasó a un complejo pluripartidismo, en el que irrumpieron Ciudadanos, Podemos -y otras organizaciones regionales conectadas- y VOX. A ellas hubo que añadir las formaciones nacionalistas, ERC y Junts en Cataluña, PNV y Bildu en Euskadi. La primera consecuencia seria de semejante cambio fue la presentación de una moción de censura contra Rajoy a finales de mayo de 2018, con lo que se zanjó una serie de escándalos encadenados que afectaron al partido conservador. La moción fue apoyada por todos, salvo el PP y Ciudadanos. Ciudadanos, torpe hasta la exasperación, ha acabado desapareciendo por los errores de su líder. Y hoy, el panorama parlamentario está escindido en dos mitades: la progresista, formada por el PSOE, Sumar (síntesis de un conjunto de partido situados a babor de los socialistas) y los cuatro diputados de Podemos, además de los partidos nacionalistas, y la conservadora, constituida por el PP y por VOX, que no dudaron en formar gobiernos de coalición en las comunidades autónomas y en las localidades en que ello fue posible.

Las dificultades francesas provienen en gran medida de la existencia de una extrema derecha potente. En el caso español, habíamos conseguido evitar el neofascismo tras promulgar la Constitución de 1978 -el recuerdo del franquismo actuó como vacuna, se dijo reiteradamente-, pero ya en los 2000 fue inevitable que se desgajara por estribor del PP una fuerza claramente reaccionaria, homóloga de la francesa y de las demás europeas que formaron este ominoso club.

Aunque en un examen apresurado podamos incurrir en un error de análisis, la realidad es que VOX no perjudica tanto los intereses de la izquierda como los de la derecha democrática. Hay un sector bastante significativo de la sociedad conservadora española que siente repulsión hacia la extrema derecha, que inevitablemente aparece como una prolongación de la dictadura. Y ese sector se resiste a facilitar con su voto una fórmula de gobernabilidad que incluya a Vox. Por esto, en las últimas elecciones autonómicas y locales obtuvo ventaja la derecha, pero en las generales que se convocaron a continuación, la izquierda pudo formar gobierno. El país no quiso que Abascal fuera vicepresidente del Gobierno.

El PP está haciendo ahora sensatos gestos de desapego con respecto a VOX, ha roto la coalición en varias comunidades y alguna ciudad y podría avanzar hacia la ruptura total. Si eso sucede, la izquierda debe ser sensible a esta actitud, como ha sucedido en Francia y otros países. El cordón sanitario no será posible si la derecha y la izquierda no se alían, aunque sea tácitamente, para que los límites del espacio parlamentario sean los mismos que la Constitución establece.