Junts y la estabilidad del Gobierno
No hay nada más ridículo que un chisgarabís alardeando de solvencia y de autoridad, y cuando Puigdemont se pone solemne y amenazante pierde inmediatamente los papeles.
Una vez más, sobrevuela el panorama político el fantasma imaginario de la inestabilidad. El nacionalismo conservador comandado por Puigdemont, heredero del pujolismo -aunque entre Pujol y su epígono haya un gran abismo-, todavía a la espera de que se materialice una amnistía que los jueces regatean con un tesón digno de mejores causas, frustrado por no haber podido conquistar la Generalitat, necesita mantener constantemente encendida la llama de su propio ego y para ello está dispuesto a efectuar las más ditirámbicas piruetas. Últimamente, tras haber colaborado con el resto de las fuerzas que apoyaron la investidura de Sánchez a sacar adelante un gran acuerdo fiscal, ha reclamado a Sánchez una moción de confianza (que solo puede plantear, según la Carta Magna, el propio interesado) y ha negociado con el PP una inviable enmienda presupuestaria que eliminaría el impuesto a la generación eléctrica. Además, quien escucha a Puigdemont en Waterloo podría pensar que el personaje tiene la sartén de España por el mango y que en su mano está la supervivencia o no de este Gobierno. Woody Allen dijo con gracejo aquello de que “cada vez que escucho a Wagner me entran ganas de invadir Polonia”, y a Puigdemont seguramente le sucede que cada vez que interioriza que tiene un palacio en Waterlooo le acomete el afán de declarar la independencia de Cataluña y la guerra a los Reyes Católicos.
Pero lo cierto es que el margen de maniobra de Puigdemont, todavía sometido a una orden de busca y captura en España, es más bien escaso. Primero, porque la sociedad catalana, harta de revoluciones de salón y de inestabilidad política, añora aquel inefable ‘oasis catalán’ de antaño y ha menguado su vehemencia nacionalista en las urnas. Hoy gobierna cómodamente el PSC, respaldado por el nacionalismo más pragmático que es el de ERC. Y segundo, porque las amenazas del líder independentista no son creíbles porque no existe para él opción alternativa al modelo actual.
En efecto, la teórica alternativa a Sánchez es Feijóo… con Abascal de vicepresidente del Gobierno. Y Feijóo, como es sabido, recurrió ante el Tribunal Constitucional la amnistía gracias a la cual Puigdemont espera regresar a España y recuperar la operatividad política, en tanto Abascal es líder de un partido que quiere destruir el Estado de las Autonomías para recuperar le estado unitario y que ha manifestado su disposición a ilegalizar a los partidos nacionalistas. Es evidente que solo un absceso de locura podría impulsar a Puigdemont a auspiciar esta segunda opción, cuyo solo enunciado aterra a muchos españoles y disuade incluso a muchos conservadores de respaldar esta experiencia inquietante.
Así las cosas, Junts podrá presionar intensamente al ejecutivo para conseguir objetivos concretos y particulares en el marco de lo posible y de lo legal, podrá hacerse notar cuanto le plazca amenazando con rupturas que no podrá cumplir, podrá incluso bloquear la acción de Gobierno… Pero no podrá provocar la caída de Sánchez, a menos que quiera suicidarse políticamente, destruir el autogobierno catalán y alejar el debate sobre la independencia varias generaciones.
No hay nada más ridículo que un chisgarabís alardeando de solvencia y de autoridad, y cuando Puigdemont se pone solemne y amenazante pierde inmediatamente los papeles. Por eso, parecería lógico que, al menos mientras las minorías periféricas rechacen rotundamente este pacto insano PP-VOX, el proceso político discurriese por un camino más discreto de negociación y pacto de manera que se pudieran sacar adelante con más facilidad decisiones y reformas que a todos convienen. Es evidente que el trayecto entre el día de hoy y el de las próximas elecciones sería mucho más fecundo y productivo si se aprobaran unos presupuestos del Estado capaces de asegurar los equilibrios macroeconómicos, de financiar nuevas políticas necesarias, de asegurar el estado social, etc.
Claro que el Gobierno podrá sobrevivir a este incómodo griterío permanente, urdido por una oposición vociferante, airada y perfectamente incapaz de presentar un proyecto de país. Pero con seguridad todo sería más fácil si los miembros de esta plataforma de socios forzosos que apoyan al Gobierno socialista y cierran el paso a la ultraderecha negociaran más y mejor el camino al futuro. Porque en ese camino está toda la ciudadanía, que observa perpleja cómo se la ignora con frecuencia a la hora de planear un porvenir mejor.