José Luis López Monedero
Todo está mezclado. Casi nada está en su sitio. El elenco de actores secundarios que han rodeado al caso Monedero lo han dejado todo perdido de filias y rencillas personales expresadas en posmodernés.

Qué intriga. Tras Errejón y Monedero, ¿quién será el siguiente acosador, el próximo metemanos malrollero cuyas conductas intolerables hacia las mujeres de su entorno son conocidas por todo el mundo desde hace años? ¿Quién viene después en la lista de titulares sorprendentes que no sorprenden a nadie? ¿Cuántas veces habrá protagonizado declaraciones en las que atacaba enfáticamente todo maltrato y abuso sexual, autoproclamándose Héroe de la República Feminista? ¿Será... ? ¿O quizá...? Yo estoy casi seguro de que va a ser... Por las redes no es difícil encontrar listas negras, collages cuadriculados de rostros masculinos con algunas casillas ya tachadas con una cruz roja. Políticos, periodistas, actores, humoristas, escritores, cantantes... ¡Ostia, éste está también?
Y, a su vez, ¿cuántas de esas caras que nos sonríen desde el Cuadro de Honor del acoso sexual jamás llegarán a protagonizar una tertulia política por la sencilla razón de que son absolutamente inocentes de tal delito, y su presencia en la lista sólo obedece a una rumorología que funciona con peor intención y mayor crueldad que la Inquisición flamenca —flamenca de Flandes, no de Enrique Morente—? Conozco a alguno de estos sospechosos lo suficiente como para poner la mano en el fuego por ellos con la seguridad de que saldría intacto de la ordalía. De que de tristes personajes como Monedero y Errejón se pueda decir que llevan años protagonizando rumores no se puede concluir que de cada uno que lleva años protagonizando rumores se pueda concluir que son tristes personajes como Errejón y Monedero.
Es fundamental poder trazar una línea que distinga al baboso del acosador, al personaje que tan magistralmente interpretaba José Luis López Vázquez —un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo— del miserable que agarra demasiado fuerte por el brazo a la chica mientras le pide por centésima vez que vaya a dormir con él tras noventa y nueve negativas. Así como es fundamental poder trazar una línea que distinga al político que establece relaciones personales al margen de su situación de poder del que las establece basadas en su situación de poder. Tampoco estaría mal tener un criterio que separase al varón que milita en el feminismo para poner su grano de arena en la igualdad entre los sexos de aquél otro que lo hace para poder ganar la impunidad de su comportamiento machista.
Pero todo esto se ha vuelto prácticamente imposible en una sociedad en donde se ha individualizado la ética, se ha sentimentalizado el Código Penal, se han subjetivizado las denuncias y se ha psicologizado el delito, al tiempo que se politizan los afectos y se judicializa el deseo. Todo está mezclado. Casi nada está en su sitio. El elenco de actores secundarios que han rodeado al caso Monedero lo han dejado todo perdido de filias y rencillas personales expresadas en posmodernés. Debemos entender que el delito y el asco son cosas diferentes, salvo que de una vez por todas nos decidamos a legislar el Delito de Asco. Pero, ojo, entonces no podremos distinguir un Estado de Derecho de un grupo de whatsapp, la condena jurídica de la condena social, ni a José Luis López Vázquez de Juan Carlos Monedero.
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