Hablemos de obviedades
Obvio es sentir orgullo por ser un país que avanza y obvio es querer consolidar lo avanzado.
Tenemos la fortuna de pertenecer al ocho por ciento de la población mundial que vive en uno de los 24 países con un nivel democrático calificado como democracia plena. Esta madurez democrática se fortalece cuando la ciudadanía participa activamente en la toma de decisiones políticas, porque la democracia se nutre de la participación ciudadana como un motor de cambio social que busca promover las mejores condiciones de vida de la sociedad a la que pertenecemos.
Por eso, todas y todos hacemos política, ya que política es el arte que nos permite transformar la vida de las personas mediante la interacción de éstas con los partidos políticos y las instituciones gubernamentales. Todas y todos hacemos política, mientras que sólo algunas o algunos somos “la clase política”.
Ser política es dar un paso que te permite ejercer la representación de las diferentes perspectivas, necesidades, conocimiento o experiencias que aporta la ciudadanía, poder sopesarlas y, con ello, poner en práctica las soluciones más completas y equitativas. Y es por esto por lo que se nos debe evaluar.
Mientras escribo, pienso en que estoy contando una obviedad, pero nada por obvio se debe dar por sobreentendido, y más en los tiempos que corren.
Hablemos pues de obviedades:
Recibir la confianza de la ciudadanía para la defensa de sus necesidades implica que las instituciones dirijan su acción en favor del interés general, administrando de manera óptima los recursos públicos, a la vez que se garantizan los derechos civiles, económicos, políticos, culturales y sociales. Esto, llevado a la gestión pública de los últimos años de nuestro país, hoy en día se traduce en unas previsiones de crecimiento de la economía española del 2,1% en 2023, tras superar una pandemia mundial e inmersos en las consecuencias que conlleva la guerra en Ucrania.
Los datos nos sitúan doblando el crecimiento de la zona euro, con una generación de empleo estable que no veíamos desde fechas anteriores a la crisis de 2008. Estamos afrontando una crisis inflacionaria, situándonos en la tercera tasa más baja de entre los 38 países que integran la OCDE, a la vez que se consolidan derechos sociales y civiles para avanzar en la reducción de las brechas de desigualdad, se dan pasos en favor de una fiscalidad justa y redistributiva que nos permita mantener una estado del bienestar sólido, y Europa nos mira como un referente en el proceso de transformaciones profundas que se están produciendo a nivel global en nuestros sistemas productivos.
Hace unos días, The Guardian se refería a la continuidad de la gestión del Gobierno de España como esencial para el interés de Europa y hablaba de una historia económica positiva que contar.
Obvio es sentir orgullo por ser un país que avanza y obvio es querer consolidar lo avanzado, por lo que nos debe llamar la atención que este sea un tema que no aparezca en ninguna de las prioridades de la derecha que aspira a ser gobierno.
Y es que los ciudadanos este país se deberían parar un momento a pensar, en términos de madurez democrática, si lo que importa cuando tenemos la posibilidad de influir en el modelo de sociedad que queremos, es el qué o el quién.
Decía Maquiavelo que "es un defecto común de los hombres no preocuparse por la tempestad durante la bonanza" y la experiencia nos dice que es importante seguir adelante porque cuesta mucho avanzar, pero muy poco retroceder.
Hoy la tempestad se refleja en la derogación y en el odio al adversario como único proyecto político: "derogar el sanchismo" como objetivo ante las urnas es acabar con lo que está siendo un éxito colectivo en este país, un éxito que cumple con lo acordado con Europa y con la mayoría social a la que representan los agentes sociales.
Párense a pensar cómo hemos llegado a que un mensaje perverso, de deshumanización y enfrentamiento, de rechazo visceral entre partes pueda opacar el progreso social de los últimos cinco años. Repitan “Sánchez o España” y olviden la mejora de las pensiones, la generación de empleo, la consecución de los fondos europeos, el derecho a la vivienda, las condiciones laborales dignas, los grandes acuerdos con quienes representan a la mayoría social…
Repitan y piensen si no estamos ante una lacra más que nociva para la eficacia de una democracia, por movilizar la polarización y desincentivar el sentimiento de pertenencia a un proyecto colectivo.
Esto no va de ganar la porra de unos contra otros, va de que sigamos ganando todos.