‘Forever Van Gogh’, mucho riesgo y algunas nueces

No es nada fácil convertir una correspondencia en una obra de teatro. Y menos ponerle música y baile. Eso es lo que han hecho Ignasi Vidal, Ara Malikian y Chevi Muraday para crear un espectáculo tan inclasificable como Forever Van Gogh . Obra que se ha estrenado en el Teatro Marquina. Lugar que han tuneado de arriba abajo. A la manera que haría alguien cuando piensa que va a estar en el mismo lugar o en la misma casa de alquiler durante mucho tiempo.

¿Cuál ha sido el resultado de dicha confianza? Un biopic atípico de Vicent Van Gogh. En el que se cuenta su vida de manera lineal desde su nacimiento hasta su muerte. Incluso un poco más allá en el que cualquiera de sus pocos cuadros conocidos se ha convertido en deseo de coleccionistas ávidos y millonarios. Y cuyo valor en el mercado no deja de crecer y crecer.

La historia es un tópico. La del artista incomprendido por sus coetáneos, dando igual si eran de la profesión o público en general. Incomprensión que se extendía a su familia. Por lo que no podía vivir de su arte y dependía de sus parientes, en concreto de su hermano Theo, y amigos, si es que los tenía, para poder seguir dedicándose a la pintura.

Nada de esto parece atípico. Un artista maldito, y Van Gogh lo era; con problemas mentales, que este pintor tenía; y al que le llega un éxito descomunal varios años después de muerto. De tal manera que, en la actualidad, las grandes casas de subastas se matan por sacar al mercado uno de sus cuadros. Lo que les garantizará unos quince minutos de gloria en las páginas culturales de los periódicos y en los telediarios. Y, tal vez, unos minutos en las conversaciones de café o en las cervezas o copas after work.

Quizás esta producción teatral produce la misma incomprensión que el artista en su momento. Hay muchos elementos para ello. Por un lado, está esa caja móvil que se encuentra en el centro del escenario, con aspecto de contenedor industrial. Elemento escénico que se mueve y que servirá para escenificar diversos espacios de la vida del artista: la casa de la infancia, el hospital, el bar o lupanar de mala muerte, hasta una iglesia.

Por otro lado, chocarán las abundantes coreografías. Unas coreografías contemporáneas hechas por Chevi Muraday. Sin duda son lo mejor de la función, y exigen un potente cuerpo de baile y, por tanto, que los actores tengan capacidades de bailarines y al revés.

Pero ya se sabe que un buen bailarín no tiene porque ser un buen actor, y viceversa. En términos generales, esta obra es la muestra. Aunque este coreógrafo es un experto en hacer bailar a actrices e incluirlas en sus coreografías no consigue que los bailarines de esta producción transiten bien al lado de la interpretación y al contrario, con la excepción de Cisco Lara, que interpreta a Van Gogh. Y eso que estamos hablando de un coreógrafo que ha hecho espectáculos con Kiti Mánver, Marta Etura, Aitana Sánchez Gijón, Juana Acosta y Cayetana Guillén Cuervo, incluso con la performer Miss Beige.

Por último, está la música de Ara Malikian. Una música que se oye grabada y en la que el violín tiene una gran importancia y que un violinista toca en directo. Una música que parece aportar poco o nada a la música y que acompaña bien, sin más, lo que sucede en escena. Una música agradable y bonita de carácter melancólico y triste, como la historia que cuenta, que trata de imitar la música clásica a la vez que la actualiza para el público de hoy en día.

Lo demás es puro artificio, muy apoyado en la tecnología. Con unas proyecciones impresionantes, en cantidad y calidad, de los cuadros de Van Gogh que inundan literalmente todo el teatro, no solo el escenario. A la manera de esa exposición inmersiva que sobre este pintor hubo en Madrid hace poco. Y que sin duda impactan e impactarán a los espectadores que vayan a ver la función. Sobre todo, si les gusta el artista.

Como impactantes son algunas imágenes que se construyen en escena. Hasta las hay muy arriesgadas. Como las que se forman sobre la pared del fondo del escenario. En la que, literalmente, los interpretes se cuelgan de unas barras que salen de la pared, adoptando posturas de la vida cotidiana para hablar y charlar. Y que dan la sensación de que los intérpretes pueden resbalarse o caerse en cualquier momento, como en el circo. O que a las bailarinas se le pueden enganchar las faldas. Y que, de nuevo, se juega más con eficacia que con belleza. Con la excepción de la imagen final, que pone un bello punto final que se quedará en la retina de la audiencia y que la mueve a dar un gran aplauso.

Viéndola, se tiene la sensación de que tanto el equipo artístico como de producción eran conscientes del riesgo que iban a correr en las formas o maneras artísticas. Y que, para contrarrestarlo, decidieron ser conservadores en todo lo demás. Buscando un equilibrio que les garantizase un público masivo. El mismo que tiene Van Gogh cuando se anuncia una nueva exposición de este en cualquier parte del mundo.

Quién sabe si lo conseguirán. Lo que sí se puede decir es que intentarlo lo han intentado. Que las personas implicadas en el proyecto, desde el productor hasta el apuntador (si es que lo hay) ponen lo mejor de ellos en esta producción. Como también que la propuesta tiene suficientes elementos para atraer a ese público masivo que le gusta el teatro comercial, pero que necesita una coartada cultural para asistir al mismo, como es celebrar a Vicent Van Gogh y un artista para siempre.