¡Feliz perihelio!
El perihelio es el momento del año en el que la Tierra se encuentra más cerca del Sol, y esta vez tendrá lugar el 2 de enero a las 21:38 horas, instante en el que nos encontraremos a sólo 147.100.632 km de la bolita de fuego.
Guardo en una libretina anotado el nombre de todos los que me han felicitado estos días pasados el solsticio de invierno, para felicitarles dentro de tres meses el equinoccio de primavera —los amigos del hemisferio sur que me han felicitado el solsticio de verano recibirán también a finales de marzo su felicitación del equinoccio de otoño—. Sabré esperar. La venganza es un plato que se come frío. No hay nadie en el tercer planeta de nuestro sistema solar con menor espíritu navideño que el arriba firmante. A mi lado el Grinch es un moderado y Mr. Scrooge, un socialdemócrata. Pero he descubierto para mi pasmo que hay algo que me irrita más que el “Feliz Navidad”. Sí, es el “Feliz Solsticio de Invierno”. Casi siempre con mayúscula.
Lo suele decir gente que aprovecha el brindis para dejar claro que no les gustan las connotaciones religiosas de estas fiestas. Coño, pues que no feliciten, como hago yo. Porque lo que tiene de religión la Navidad no es una connotación: es una denotación, una definición e incluso una etimología. “No, porque ya los romanos celebraban antes de Cristo el solsticio de invierno”, te dirán exhibiendo el imaginario protestante en su felicitación —nieve, árboles, trineos, gorritos rojos con ribete blanco—, que suele ser la religión de los ateos europeos. Tararí: los romanos celebraban en estas fechas unas fiestas llamadas “saturnales” en honor a Saturno. Saturno no era un astrónomo sino un puñetero dios, y de los gordos. ¿El niño Jesús mal y Saturno bien? No confundamos el paganismo con la aconfesionalidad.
Hacen fiestas de inscripción de los recién nacidos en el Registro Civil. Dan el pésame diciendo “que la tierra le sea leve”. Y felicitan las navidades con un “¡feliz solsticio!”. Practican una religión cero cero que creen muy sofisticada. Pero balbucean cuando recibes su transgresioncita con extrañeza de paleto y les preguntas qué tienen de felicitable los eventos astronómicos. ¡Feliz eclipse! ¿Por qué el solsticio y no el equinoccio? ¿Por qué el de invierno —en el hemisferio norte, claro— y no el de verano? ¿Y por qué la astronomía ha de ser fuente de gozo y regocijo y no otras vías de conocimiento? La meteorología: ¡feliz anticiclón! La epidemiología: ¡feliz campaña de vacunación de la gripe! La agricultura: ¡feliz recolección de la alcachofa y próspera temporada de fresas!
Así que aprovecho para felicitarles el perihelio a todos ustedes, que me han soportado con encomiable paciencia durante el año que termina. El perihelio es el momento del año en el que la Tierra se encuentra más cerca del Sol, y esta vez tendrá lugar el 2 de enero a las 21:38 horas, instante en el que nos encontraremos a sólo 147.100.632 km de la bolita de fuego. El perihelio está más cerca del día de Año Nuevo que el solsticio del día de Navidad. Dentro de seis meses, si me acuerdo —que lo dudo—, les felicitaré el afelio, momento del año de mayor distancia entre ambos astros. Tenemos por delante 366 giros de la Tierra sobre su eje, y deseo de todo músculo cardiaco que los vivan exponiéndose a muchos reforzamientos positivos y secretando mucha dopamina y ácido gamma-aminobutírico. ¡Feliz perihelio a tod@s!