Europa: "solución final" a la inmigración
La UE no ha sabido articular una respuesta a esta presión demográfica procedente del sur e impulsada por el gradiente de renta, por la perspectiva de prosperidad.
África tiene algo más de 30 millones de kilómetros cuadrados y cerca de 1.400 millones de habitantes, con una densidad de población de 49 habitantes por km2, en tanto Europa se alza sobre un territorio que es la tercera parte del africano (10,5 millones de km2), con una población de algo más de la mitad (741 millones de habitantes), y con una densidad de 71 habitantes por km2. Según GlobalEconomy, el PIB per capita africano de 2023, en promedio, fue de 6.873 dólares, en tanto Europa alcanzó los 50.193 dólares; los 27 países países de la Unión Europea llegaron a los 55.636 dólares y los 20 de la Eurozona, a los 58.866 dólares. Como se ve, entre Europa y África existe un brutal desequilibrio: en términos macroeconómicos, el gradiente de renta y de riqueza entre las dos orillas del Mediterráneo es de 8,5. Europa es 8,5 veces más rica que África.
En el siglo XIX, la vieja Europa vivió la gran revolución industrial, que generó un potente movimiento expansivo en busca de mercados y de materias primas. Por ello, el XIX fue el siglo de las grandes expediciones al sur, que poco a poco fueron confeccionando el mapa del continente africano, cuyos recursos fueron explotados en un proceso de colonización que solo buscó el enriquecimiento de las potencias colonizadoras. Estas empezaron a chocar entre sí, y en 1894 Alemania convocó la Conferencia de Berlín, organizada por el canciller Otto von Bismarck. Se invitó a doce países europeos más el Imperio turco y los Estados Unidos. España fue uno de los países convocados, y estuvo representada por el embajador Francisco Merry y Colom. Poco a poco se fue creando un conflictivo mosaico poscolonial, en el que apenas había dos países independientes: Abisinia y Liberia.
Europa salió de África a lo largo del siglo XX, dejando tras de sí un continente atrasado, primitivo y exhausto. En principio, el continente negro cayó en el olvido, salvo para seguir exprimiendo sus recursos, y los habitantes de aquellos vastos territorios hicieron cuanto pudieron por recuperarse de aquella gran violación a la que habían sido sometidos, para ser después abandonados. Pero llegó la globalización. Poco a poco pero mucho más deprisa de lo que los europeos podíamos imaginar, los africanos, que habían vivido aislados o enajenados por sus administradores europeos hasta la descolonización, fueron tomando conciencia de su propia postración, que contrastaba con la opulencia exterior que les era mostrada a través de las televisiones. Lejos de su mundo de pura supervivencia en un medio primitivo, existía más al norte un paraíso luminoso y fecundo en que la mayoría de la gente vivía sin carencias ni necesidades. Los habitantes de la orilla meridional del Mediterráneo fueron los primeros en percatarse de que al otro lado del mar había una especie de edén en el que podrían realizarse como seres humanos. Y poco a poco aquella evidencia se extendió a todo el continente negro. La tentación era tal que grandes masas de africanos no tuvieron duda y decidieron jugarse la vida para salir de la depauperación y conquistar el bienestar que hasta entonces les había sido ocultado.
La UE no ha sabido articular una respuesta a esta presión demográfica procedente del sur e impulsada por el gradiente de renta, por la perspectiva de prosperidad. En 2015 tuvo lugar el llamado proceso de la Valeta, cuya cumbre sobre migración reunió a jefes de Estado y de Gobierno europeos y africanos en un intento de reforzar la cooperación y abordar los desafíos actuales de la migración, así como las oportunidades que brinda (el desarrollo de los países africanos sería el medio idóneo para reducir la emigración). El mayor logro fue la creación de un insuficiente Fondo Fiduciario de menos de 5.000 millones de euros, sin efectos perceptibles sobre el problema. Más recientemente, los jefes de Estado o de Gobierno de la Unión Africana (UA) y de la Unión Europea (UE) se reunieron en Bruselas en febrero de 2022 para celebrar la sexta cumbre conjunta. Los dirigentes de la UE y de la UA convinieron en una asociación reforzada y recíproca para la migración y la movilidad, de la que no se ha vuelto a tener noticia. Más adelante, los 27 países de la UE firmaron el Pacto sobre Migración y Asilo el 14 de mayo de 2024, que reconocía nominalmente la necesidad de repartir la carga migratoria entre todos los estados europeos. En la práctica, el compromiso ha quedado en papel mojado.
Finalmente, parece imponerse la solución brutal, que viene de la mano de la extrema derecha neofascista y se parece infelizmente a la “solución final”: la ya impulsada por Meloni en Italia, que consiste en confinar a los inmigrantes en campos de concentración alquilados a países extranjeros, vulnerando todos los pactos internacionales sobre derechos humanos, asilo e inmigración. Posteriormente, los infortunados serán devueltos a sus países de origen, con lo que se disuadirá también a quienes tenían la osadía de pensar en marcharse a Europa para huir de la depauperación y el hambre.
A este paso, muchos europeístas y antifascistas dejaremos de creer en la Unión. Europa no puede limitarse a ser la fortaleza inexpugnable de los europeos, aislados del mundo real, celosos de lo nuestro, incapaces de promover un viaje colectivo hacia el desarrollo global.