¿Es la inmigración? ¿O es la ineptitud?
"El populismo es el reflejo del fracaso de la superestructura política"
El auge del populismo de extrema derecha en Europa empieza a ser un fenómeno incontrolable que amenaza la estabilidad de nuestras democracias y la vigencia del parlamentarismo como régimen refinado que sostiene el sistema de libertades.
El pasado domingo, en Alemania, el partido ultraderechista AfD y un nuevo partido populista de extrema izquierda obtuvieron casi la mitad de los votos en el estado federado oriental de Turingia y, en conjunto, más del 40% en la vecina Sajonia. En Turingia, el AfD quedó en primer lugar, lo que representa la primera victoria de un movimiento de extrema derecha en unas elecciones regionales en la Alemania de posguerra.
En Francia, las elecciones legislativas del 30 de junio, celebradas imprudentemente después de unas elecciones locales en que fueron arrollados los partidos convencionales por la extrema derecha, dieron a luz un parlamento sin mayoría y entregaron al partido de extrema derecha Rassemblement National (Reagrupamiento Nacional), de Le Pen, casi una cuarta parte de todos los escaños, lo que significó un alza notable con respecto a las legislativas anteriores, sembrando un caos político que todavía no se ha resuelto y que aún no ha desembocado en la formación de un nuevo gobierno dos meses después.
Los ultras neofascistas han conseguido asimismo victorias electorales desde Italia hasta los Países Bajos y desde Suecia hasta Finlandia, pasando por Hungría, y están presentes significativamente en países como España, donde no gobiernan pero influyen seriamente en la gobernación del Estado presionando a la derecha democrática y falseando la realidad.
Como es lógico, estos cambios relativamente recientes (aunque la ultraderecha francesa fue fundada por Jean Marie Le Pen en 1972), han llevado a los analistas a toda clase de especulaciones sobre las causas de lo que parece ser una gran rectificación del gran consenso socialdemócrata ulterior a la Segunda Guerra Mundial. Y la mayoría de los análisis hace potente hincapié en la relación causa-efecto entre inmigración y extrema derecha.
Frente a esta visión un tanto simplista, otros autores entienden que el populismo antiestablishment está en aumento en Europa no solo alimentado por los clásicos temores migratorios, económicos y de seguridad, sino por una tendencia más profunda: la erosión de la confianza en la capacidad de los gobiernos para superar estos y otros desafíos.
En el ámbito europeo, el auge del populismo, tanto de derechas como de izquierdas, arranca con la gran crisis global 2008-2014, que nadie previó en el clima de euforia desatada que la precedió y que tampoco nadie supo afrontar con decisión y medidas eficaces. Tiempo después, cuando los problemas económicos habían empezado a ceder y había un clima de reconstrucción en toda la Unión Europea facilitado por las iniciativas de Bruselas, llegó la pandemia, también imprevista, que puso de manifiesto las debilidades de los sistemas sanitarios y la falta de iniciativa de una clase gobernante que no estaba preparada para resistir aquel turbión.
Bertrand Benoit publicó el pasado martes un trabajo en el Wall Street Journal titulado 'La pérdida de confianza en los líderes impulsa el auge populista en Europa’ que pone el dedo en la verdadera llaga, que es la incompetencia de los equipos políticos y no tanto la irritación que produce la emigración descontrolada. Y para respaldar su tesis, aporta una encuesta de Forsa a votantes alemanes publicada la semana pasada, en la que el 54% de los encuestados dijo que no confiaba en ningún partido para resolver los problemas del país. Sólo el 16% afirmó que confiaba en el gobierno. Otra encuesta de votantes en Francia, Alemania, Italia y Polonia publicada por Sciences Po, una universidad con sede en París, a principios de este año, mostró que el 60% de los encuestados no confiaba en las instituciones políticas. La misma proporción dijo que la democracia no estaba funcionando.
Para Manfred Güllner —experto en sociología aplicada y miembro del socialdemócrata SPD—, el ascenso de los partidos populistas y otros advenedizos es la punta del iceberg del descontento frente al ineptitud de la política, mientras que la parte oculta es la abstención. En Sajonia y Turingia, la proporción de abstencionistas ha aumentado un 26% y un 56% respectivamente desde las primeras elecciones posteriores a la reunificación en 1990.
En definitiva, podríamos decir que el populismo es el reflejo del fracaso de la superestructura política. A medida que los votantes pierden la confianza en los gobiernos, recurren a los populistas y castigan a los partidos del establishment, lo que da lugar a parlamentos cada vez más fracturados. Este proceso, a su vez, genera coaliciones difíciles de manejar y a menudo confusas e indecisas que luchan por gobernar sin un rumbo fijo y productivo. Por supuesto, no todos los partidos son iguales, y la mediocridad va por barrios, del mismo modo que hay líderes brillantes y medianías inútiles, pero el nivel promedio de la política es demasiado bajo. En Europa y en España. El dictamen no es agradable de escuchar pero resulta enormemente sincero.