ERC: acierto y responsabilidad
Para algunos, no es fácil de entender que una formación progresista, como sin duda es ERC, ceda a veces al fundamentalismo nacionalista.
Esquerra Republicana de Catalunya es un partido creado en 1931 sobre bases socialdemócratas e independentistas, que trabajó a favor del arraigo de la República a través de relevantes políticos catalanes como Francesc Macià y Lluís Companys. Este último, entregado por la Gestapo a Franco, fue condenado a muerte y ejecutado inicuamente por haber sido abogado de la CNT, por haber organizado la Unión de Rabassaires, por haber sido fundador de Esquerra Republicana, por haber proclamado la República el 14 de abril de 1931, y por responsabilidades políticas durante la Segunda República; concretamente, por haber ocupado la Presidencia de la Generalitat. El partido se mantuvo activo durante la dictadura y Tarradellas, último presidente de la Generalitat de Cataluña en el exilio, aceptó la mano tendida de los reformistas que a la muerte Franco le ofrecieron regresar a España y ocupar la presidencia provisional de la Generalitat hasta las elecciones. Aquel venerable personaje dio legitimidad al ensayo democratizador emprendido por la Corona, facilitó el arranque de la autonomía catalana y contribuyó a consolidar la Carta Magna que aún nos guía.
Para algunos, no es fácil de entender que una formación progresista, como sin duda es ERC, ceda a veces al fundamentalismo nacionalista, en compañía de partidos de la derecha nacionalista que no ocultan sus orígenes románticos y arcaicos que están más cercanos a la mística medieval que a la modernidad. Lo cierto es que ERC y el pospujolismo (los sucesores de Convergéncia Democrática de Catalunya) han protagonizado el procés… que paradójicamente ha resultado más oneroso para ERC que para Junts. El republicano Junqueras ha sufrido muchos meses de prisión mientras el conservador Puigdemont ocupaba su palacete en Waterloo.
Con todo, ERC se esta redimiendo de pasados errores al recuperar ahora el orden de preferencias adecuado. En Cataluña, y en cualquier otra parte, el nacionalismo no es decente ni democrático si no antepone la ideología política, los grandes valores del pluralismo, a la etnia y a la pertenencia. Quiere decirse que un partido progresista ha de velar ante todo por los códigos de derechos humanos y por la igualdad y la equidad entre los ciudadanos antes que por preservar las peculiaridades culturales o el sentimiento nacional.
Como está a la vista, Cataluña sale de una aventura peligrosa que el buen sentido de los actores está encarrilando hacia una solución pacífica y creativa. El procés, que tuvo muchos padres (y no todos catalanes), ha remitido ya y se ha orientado hacia una solución definitiva. Los indultos, la amnistía y, sobre todo, una visión magnánima de la realidad han recibido ya una respuesta clara de la sociedad catalana: el PSC, una formación federalista, progresista y moderada, ganó holgadamente las pasadas elecciones autonómicas de mayo y está a punto de formar gobierno en la Generalitat, con la ayuda de ERC, que representa el progresismo nacionalista. Esquerra, consciente de que Cataluña está perdiendo los trenes del futuro por la obcecación de quienes, a un lado y a otro, la han abocado al precipicio, ha optado por interpretar cabalmente la decisión de las urnas y está dispuesta a institucionalizar la mayoría progresista invistiendo a Illa y participando en la recuperación del rumbo de progreso y cooperación en el seno de un Estado compuesto como el alemán o como el norteamericano.
Las cifras hablan por sí solas: Junts, que representa la opción irreductible del nacionalismo independentista e intransigente, tan solo ha recibido el 21,6% de los sufragios catalanes. Esta es la envergadura del independentismo a cualquier precio y ante todo. Junts y ERC, unidos tan solo por ese vector soberanista, representan apenas el 35,3% de los votos. La estridencia de Puigdemont al defender su opción de investidura está completamente infundada. Y al haber emprendido ERC su camino actual, Puigdemont queda desautorizado y en evidencia.
Los catalanes tienen, en fin, al alcance de la mano un camino de cordura y de reformas que habrá que emprender en cuanto la política española regrese a los cauces de una dialéctica posibilista y eficaz.