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Elogio a la baronesa Thyssen

Elogio a la baronesa Thyssen

Es hora de reclamar para ella un homenaje público, una distinción corporativa, un gesto que indique que el Estado es consciente de la magnitud del regalo que recibe para sí y para la posteridad.

Carmen Cervera.David Zorrakino/Europa Press via Getty Images

Aunque la noticia era conocida, solo ahora ha saltado a la actualidad con la intensidad que merece: Barcelona contará a partir del año 2027 con un Museo Thyssen ubicado en el Palau Marcet, donde estuvo el antiguo cine Comedia, en la estratégica esquina del paseo de Gràcia con la Gran Via. Dicho centro se nutrirá principalmente con fondos de pintura catalana de los siglos XIX, XX y XXI, procedentes de la colección propiedad de la baronesa Carmen Thyssen. La creación de este museo se formalizó el jueves pasado durante un acto celebrado por el alcalde Jaume Collboni y la baronesa Tita Cervera en el Salón de Ciento del Ayuntamiento barcelonés. En dicho acto participó además Jaume Sabater, consejero delegado del fondo de inversión Stoneweg, que ha aportado alrededor de cien millones de euros para hacer posible la compra del inmueble y su posterior adecuación como centro museístico de propiedad privada.

Como es conocido, Carmen Cervera, viuda y heredera principal del barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, un gran coleccionista de arte, ha hecho posible la creación del extraordinario museo Thyssen madrileño, ubicado en el hermoso Palacio de Villahermosa, que completa con un extraordinario acopio de pintura moderna y contemporánea la mayor concentración de pintura clásica del Museo del Prado, a un tiro de piedra del Thyssen y no muy lejos del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. La baronesa Thyssen ha auspiciado además con su impulso y a su costa otras iniciativas museísticas en Málaga, Andorra la Vella y Sant Feliu de Guíxols, esta última en proyecto todavía.

Vaya por delante una confesión: no conozco a la baronesa Thyssen ni guardo con ella relación alguna. Después de todo, esta dama pertenece al mundo llamado del papel couché al que nunca he querido aproximarme. Pero dicho esto, siempre he considerado injusto que Carmen Cervera no haya sido reconocida social y políticamente como una gran mecenas, dado que objetivamente ha prestado al Estado español un servicio cultural admirable, inigualable, al que no estaba en absoluto obligada, y que se ha materializado gracias a su voluntad de que este gran legado conyugal permanezca en España, cuando es bien conocido que ha sido codiciado por otros países e instituciones que prometían a la propietaria dinero y honores sin límite.

Una de las medidas positivas que ha impuesto la Corona hoy en manos del rey Felipe VI ha sido el cese del otorgamiento de títulos nobiliarios que todavía practicó con cierta profusión su padre, don Juan Carlos. El criterio de la igualdad de todos ante la ley, preservado constitucionalmente, se compadece mal con aristocracia alguna. Pero no hace falta recuperar costumbres trasnochadas para reconocer públicamente y con cierta solemnidad el mérito de alguien que ha prestado desinteresadamente un servicio muy relevante a la comunidad.

Por las razones que sean, Carmen Thyssen es hoy para el común de los españoles una actriz secundaria de revista del corazón, que además es absolutamente ignorada por los “medios serios” y por la controvertible intelectualidad de este país en sus múltiples dimensiones. Incluso el ‘establishment’, tan clasista, la ignora a conciencia, como si fuera una advenediza. Y sus tibias protestas ocasionales, nunca excesivas, por este maltrato han sido desoídas por sistema. Que yo recuerde, tan solo Javier Solana, ministro de Cultura en una época brillante, entendió cabalmente la magnitud de la misión que había asumido aquella dama y la trató con la deferencia que merece.

Pues bien: cuando se sigue extendiendo la siembra de cultura auspiciada por la heredera de los Thyssen, pienso que es hora de reclamar para ella un homenaje público, una distinción corporativa, un gesto que indique que el Estado es consciente de la magnitud del regalo que recibe para sí y para la posteridad. En las últimas décadas han ingresado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ilustres próceres, sin duda. Pero también algún nuevo rico semianalfabeto, cuyo nombre, por supuesto, voy a omitir. Quizá el ingreso en la Academia de la baronesa Thyssen, quien ha acopiado junto a su tesoro material un conocimiento muy amplio del arte que colecciona, fuera un gesto plausible de gratitud hacia quien ha enriquecido tan generosamente el patrimonio de este país.

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