¿De verdad estamos hablando de volver a las cocinas?

¿De verdad estamos hablando de volver a las cocinas?

"En este mundo que sigue siendo machista, se sigue premiando la voz dulce y sumisa porque representa a la “buena” mujer".

Roro Bueno en un restauranteRocío López Bueno

Las últimas semanas ha dado que hablar un vídeo que publiqué en redes sociales. En él, comentaba el uso de la llamada 'fundy baby voice' -un filtro de voz femenina infantilizada, forzadamente dulcificada- en el fenómeno de las 'tradwives’: ese género de mujeres creadoras de contenido en Instagram y TikTok que idealiza a la novia o esposa que se entrega a las más laboriosas atenciones de los caprichos de su pareja masculina sin perder ni un ápice de coquetería. Mi reflexión iba más allá de este fenómeno importado de las corrientes ultraconservadoras estadounidenses: yo quería apuntar a cómo la manera de hablar de las mujeres se utiliza para etiquetarnos y disciplinarnos respecto a lo que se espera de nosotras. Y de cómo, en este mundo que sigue siendo machista, se sigue premiando la voz dulce y sumisa porque representa a la “buena” mujer.

Hay quien, desde tribunas de opinión o tertulias, ha querido presentar el vídeo como un señalamiento a RoRo, una joven influencer española conocida por esta clase de contenidos. Entiendo que para algunos 'señoros' puede ser muy tentador acallar mi reflexión con un clásico machista: una pelea de barro entre la política feminista que quiere imponer una manera de ser y la pobre chica que no hace daño a nadie compartiendo su abnegación por hacer feliz a su novio. Pero el debate no está ahí. Primero porque nada en esos contenidos es natural ni espontáneo: RoRo no es una pobre chica, es una mujer dueña de sus acciones, una creadora de contenido que elige construir un personaje desde la lógica de la monetización de las redes sociales. Así lo elige ella, y por tanto lo que hace forma parte de la conversación pública, de la que yo participo como ciudadana y como política.

Una vez más, cuando se pone el enfoque en lo que supuestamente pensamos o decimos unas mujeres de otras se oculta o desvía que el problema no está en nosotras, sino 'al otro lado'. Sí: el problema está entre aquellos hombres que tan pronto aplauden a la RoRo de turno al ver en ella la novia ideal (la mujer de sus sueños) como nos fríen a lindezas y reacciones furibundas (que no falten 'vete a fregar' o 'envidiosa' o 'calladita estás más guapa') a quienes sencillamente decimos que ese modelo de feminidad abnegada que busca su validación en la complacencia ciega al marido no es el que queremos para nosotras ni nuestras hijas. La persistencia del machismo, su defensa desvergonzada por parte de muchos hombres, es fácilmente comprobable en los comentarios de esos vídeos: lo que realmente molesta a todos esos varones cabreados que actúan en manada virtual no es una reflexión política: es nuestra libertad para decir “conmigo, que no cuenten”.

La presión que nos llega desde la pantalla de nuestro móvil es brutal. Lo vemos en esa clase de contenidos, pero también en los de rutinas cosméticas ¡hasta de niñas! o en la épica romantizada de la maternidad perfecta. Hay un mensaje insistente de que el éxito y el bienestar pasan por llegar a todo, estar impoluta y en forma, no desatender los cuidados de quien te importa, y no dejar de sonreír.

Y esto me preocupa tanto como los discursos más claramente políticos o abiertamente machistas, porque es más sutil pero obedece a la misma intención de colocarnos donde se espera que estemos y disciplinarnos en modelos concretos y cerrados de cómo debe ser una mujer.

Pero además, me surge una segunda reflexión. Las críticas a mi vídeo, más allá de machistadas patéticas, se resumen en lo que me dijo un periodista de un medio conservador en una tertulia: “mientras no sea delito, cada uno puede hacer lo que quiera con su vida”. Por supuesto que cada cual con su vida hace lo que quiere. Pero cuando elige hacerlo en público y miles de hombres validan esa feminidad al grito de “esta sí es una verdadera mujer”, yo reivindico mi derecho a disentir y a difundir que mi visión del mundo es exactamente la contraria.

Creo que la independencia y la autonomía son compatibles con el amor y el cuidado. Y que las parejas más fuertes lo son porque combinan lo común con lo propio, y comparten tanto los cuidados como el ocio, el trabajo, o el deporte o los intereses. La separación y división entre vida productiva y reproductiva es una pata fundamental del patriarcado que como feministas siempre hemos criticado y que hoy sigo criticando.

Depender económicamente de tu pareja toda la vida (que es la única forma de poder dedicarte a cocinar y cuidar a tu familia en la vida real) es una decisión legítima pero arriesgada: ¿qué pasa si esa pareja termina? Que se lo digan a todas las mujeres que se han encontrado un divorcio a los 50 años, teniendo que empezar una vida profesional desde ahí. O a la brecha de género de las pensiones, que no es más que la concreción material e injusta de mucho trabajo reproductivo sin pagar y, por tanto, mucha dependencia económica.

Sin independencia no hay libertad de elegir: que se lo digan a tantas mujeres y hombres que comparten casa después de una ruptura porque no pueden pagarse un divorcio y dos viviendas. Y soy consciente de que una jornada laboral precaria o alienante no es tampoco la solución a nada. Pero no hay liberación en el trabajo precario ni en la vuelta a las cocinas.

Han sido, en fin, días de mucho debate y mucho ‘hate’. Pero también de mucho muchísimo apoyo, con incontables mensajes que se unen al “conmigo, que no cuenten”. En las redes, además de reacción, se teje feminismo y sororidad. Y yo salgo más fuerte, con la conciencia de que, aunque algunos lo intenten, no hay pasos atrás en nuestra búsqueda de libertad.

Rita Maestre es portavoz del Grupo Municipal de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid.