La convivencia positiva versus el acoso
El Informe anual de resultados 2022 de IDEA Internacional nos ilustra sobre cómo, por desgracia, el autoritarismo, el absolutismo aumentan sin tregua a nivel internacional.
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En su artículo 'La causa ignorada del autoritarismo' (El País, 11 de julio, 2023), Sara Berbel (psicóloga social como yo misma y a quien conozco) nos dice que el "ordeno y mando" que tantas tragedias ha producido en la historia no remite y está contagiando a todos los ámbitos de la vida. "Cada vez hay más personas nocivas en puestos de mando". No puedo estar más de acuerdo. Da grima.
Claro, no es una afirmación lanzada gratuitamente, sino que está apoyada con datos serios, objetivos. Es necesario anteponer la racionalidad a los vendavales de las emociones. Porque es así cómo se tienen que hacer las cosas: analizarlas con criterios objetivos y sobre todo difundirlas. Sólo de esta manera se puede combatir la toxicidad que este tipo de personas esparcen a su alrededor. Porque ese "ordeno y mando" antidemocrático y dictatorial (fruto de la crisis que hoy la democracia vive a nivel mundial) contamina en todas partes las mentalidades; es el caldo de cultivo propicio para que la parte oscura de muchas personas aflore con descaro y absoluta impunidad en las instituciones y asociaciones sociales de todo tipo.
El Informe anual de resultados 2022 de IDEA Internacional nos ilustra sobre cómo, por desgracia, el autoritarismo, el absolutismo (una especie de despotismo ilustrado: "todo para el pueblo, pero sin el pueblo") aumentan sin tregua a nivel internacional. Sería de ilusos no querer admitir el papel contaminante que esto tiene entre la población. Se extiende una especie de profunda relajación de los valores democráticos, una relajación de la complicidad colectiva, de la cooperación, una especie de desencanto, de carencia de alegría en el reconocimiento ajeno y la colectividad... los egos de las personas, la autoestima, el sentimiento de valoración, están cada vez más diezmados —este es un aspecto muy importante—, sobre todo los egos de la gente joven porque no saben qué hacer con sus vidas.
La carga emocional es compleja, y mucho más cuando están de por medio las identidades personales. El neuropsiquiatra Boris Cyrulnik, en la entrevista que le hizo La Vanguardia (06/07/2023) a raíz de los últimos disturbios en Francia protagonizados por miles de jóvenes, hace un crudo y lúcido análisis de este fenómeno...). [Cyrulnik es el padre del concepto de resiliencia. Personalmente puedo decir que, basándome en las teorías y praxis de este importante investigador, hace unos años desarrollé unas investigaciones para Intress y publiqué dos libros: Respuestas a la violencia contra la mujer (Aresta, 2015) e Investigación sobre estrés postraumático y resiliencia (Editorial INTRESS, 2016).
Al parecer la cultura no mola. Sólo mola la brutalidad y la imposición de las propias necesidades. Las opiniones y sentimientos de los demás no cuentan; no se respetan los derechos ajenos; no importa cómo se consiguen los hitos, todo vale (se manipula, se hiere, se invade). Las actitudes de respeto, de cooperación no existen. Pero en realidad, no se trata de ser competitivo, ni de sentirse superior, no se trata de ganar a nadie, sino de ser respetuosos e independientes; mejor dicho, interdependientes. Y, conseguirlo, es responsabilidad de todos y también de los gobernantes.
El artículo de Berbel es importante porque, además, nos da pie a hablar de la vertiente sociopsicológica que explica estos fenómenos y que a menudo es ignorada. Conocer los fundamentos del comportamiento humano es primordial para comprender los motivos por los que la agresividad camaleónica y la toxicidad en las relaciones interpersonales y grupales se esparcen hoy como una mancha de aceite. Hace unos años, unos psicólogos alemanes estimaron en 50.000 millones de euros el coste anual del mobbing a las empresas alemanas (Leymann, H. & Gustafson, A. Mobbing at work and the development of post-traumatic stress disorders. Rev. European J. of Work and Organizational Psychology, 2. 1996.).
Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Manchester ha analizado setenta organizaciones diferentes y ha encontrado una frecuencia de hostigamiento estadísticamente más elevada en aquellas que se dedican a las tecnologías de la información y telecomunicaciones, entre el profesorado escolar y universitario y personal de prisiones, en este orden decreciente (información extraída del libro Gestión del estrés, de José Maria Acosta; Bresca editorial, 2008).
Otros estudios realizados por el profesor Heinz Leymann, uno de los expertos más importantes de la investigación sobre las víctimas de este fenómeno en el ámbito laboral, reflejan una proporción significativamente mayor de personas hostigadas entre los profesionales de la enseñanza primaria, enseñanza media y universitaria, entre los profesionales de la salud (especialmente personal de enfermería), cuidadores infantiles y miembros de organizaciones sin ánimo de lucro e instituciones y organizaciones religiosas. El mobbing tiene casi siempre éxito. Una cobarde canallada, pero limpia e impune, de la que no queda huella alguna. Sólo víctimas enfermas, algunas de por vida, y otras con tendencias suicidas.
Hoy en día, el ambiente se contamina perversamente y si no nos detenemos a pensar qué ocurre, esta toxicidad penetrará cada vez más en los ámbitos familiares, las escuelas, el trabajo, la calle, las asociaciones de vecinos, las asociaciones con cometidos artísticos, etc. Ya no se trata del mobbing en el trabajo, del bullying en la escuela (de hecho, dos caras de la misma moneda) sino del individualismo descarnado (el egoísmo puro y duro), la imposición de la autoridad por sistema y el acoso en las relaciones cotidianas, tolerado, abonado y estimulado, porque resulta que la mayoría de las veces proviene del autoritarismo de los mismos que mandan o dirigen un organismo, una institución, una asociación de ocio o del cariz que sea.
Con perversidades a la altura de un campanario. Con manipulaciones y culpabilizando a la víctima acosada, a la que se le etiqueta como "el caso de Fulano o Fulana", siempre a la víctima nunca el acosador, con el estigma y el prejuicio ya proyectado por el hostigador y sus acólitos de "tener problemas de personalidad". "¡Él o ella se lo ha buscado!", "¡Que cambie!". Mentiras a capazos y manipulaciones del verdadero acosador. Y, cómo no, al acosado o a la acosada se le niegan el derecho fundamental de ser escuchado o escuchada. Las estadísticas señalan que en casi la mitad de los casos (un 45%) los desencadenantes del acoso suelen ser los jefes directos (por ejemplo, dificultando o impidiendo la comunicación con los demás compañeros o compañeras), siguen con la misma frecuencia los compañeros o compañeras (testigos mudos, que se niegan a actuar.
Son los que piensan "algo habrá hecho", "no quiero líos, espabílate con él o ella" o simplemente temen el castigo del líder de ser excluidos del grupo) y el censo del hostigamiento lo completan los propios subordinados de la víctima (información extraída del libro Acoso, (Contextos, consecuencias y control), de Maili Pörhölä y Terry A. Kinney, libro que publiqué en el 2010 en la editorial Aresta, siendo yo la directora de la editorial). Y todo por un tema de egos mal gestionados, de sentimientos negativos de autoconfianza y autoestima.
Temor, más o menos consciente, a la capacidad, carisma o prestigio personal, de un "subordinado" al cual el jefe de la tribu percibe como una amenaza; ira, desconfianza, rechazo, desprecio, resentimiento... intento de librarse de este subordinado que rechaza someterse a su jefe en algún aspecto. Pero el denominador común, en todas las ocasiones, es un abuso perverso de poder: "Ahora sabrás quién manda aquí".
Hay mucho narcisismo en todo ello. Mucho exhibicionismo de las "virtudes y encantos" porque los narcisistas necesitan la atención y la admiración constante de su entorno. Una persona normal no tiene ninguna necesidad de ejercer acoso. Por lo que respecta a los compañeros, hay siempre una actitud de cobardía. Personas que, por significarse, por halagar al jefe, por miedo a ser excluidas del grupo, entran en el juego. Si tuvieran el valor y la honradez de dar ayuda, el hostigamiento quedaría absolutamente desactivado.
Todo listo para que se produzca la salida voluntaria de la víctima (cuando la víctima ya no puede aguantar más) de la organización. Y debido a que los que perpetran el hostigamiento necesitan seguir teniendo razón, el acoso sigue más allá con informes y comentarios calumniando a la persona acosada.
Reconocer el problema es el primer paso para resolverlo. Sin duda, la educación y la cultura son fundamentales para cortarlo de raíz. Y es enormemente preocupante que sean los propios jefes de las instituciones y organismos los que minimizan el problema ("Estás desvariando; ¡si siempre hemos sido un grupo cohesionado y bien avenido!"; "¡No hay para tanto!"). Y da aún más grima que sea en el ámbito de la educación donde este fenómeno más se manifiesta, entre los propios profesionales y entre el alumnado.