Columna sobre el porno
No hay partido de fútbol importante que no se vea acompañado de un destacado despliegue policial, lo que no impide que puedan ocurrir altercados violentos.
La visión de competiciones deportivas, ¿aumenta o disminuye la agresividad y las ansias belicosas entre los espectadores? Pues, lo crean o no, esta pregunta no tiene respuesta si no especificamos muchísimas más variables. Habrá que concretar, por un lado, características del encuentro: de qué deporte estamos hablando, hasta qué punto los jugadores lo juegan limpio o lo juegan sucio, qué es lo que se está jugando en ese partido, cuál es el historial de enfrentamientos entre los dos equipos; y, por otro lado, características del espectador: qué edad tiene, si lo ve en el estadio, en su casa o en un bar, cómo ha sido su aprendizaje de la afición por ese deporte, con qué otras personas está viendo el partido y qué actitudes tienen éstas. Qué deporte, jugado cómo, para qué espectador, en qué compañía, dónde.
Sin estos datos, la pregunta del comienzo no tiene ningún sentido. La visión de un partido de fútbol de máxima rivalidad local, al que acude por primera vez un joven acompañando a un grupo ultra, en el que se juega sucio y hay decisiones arbitrales polémicas, puede provocar un aumento de la agresividad de ese chico. La visión de un partido de tenis, en el que gana el tenista favorito de un grupo de amigos que lo ven desde un bar, no provocará ninguna conducta agresiva entre estos espectadores. Y promediar ambas situaciones —y otras diez mil más— es como promediar el peso de todos los animales de la Tierra para hallar un dato que describa a la vez a los elefantes y las hormigas. Ni siquiera encontrando un efecto estadístico en el total podríamos asegurar que ese efecto se encuentra en cada uno de los subgrupos.
¿Y qué debe hacer el Estado al respecto? Pues no tiene sólo que ver con lo comentado hasta aquí. Al lado de los efectos que la visión de unas competiciones tenga sobre sus espectadores, se espera del Estado que prohíba o no su práctica y difusión en función de otros criterios: por ejemplo, que la participación en esa actividad sea efectiva y realmente voluntaria, que no se violen en ella valores sociales básicos como el respeto hacia las personas —especialmente, cuando éstas están en situación de vulnerabilidad—, que no sea humillante o violenta para ninguna de las partes. Por eso se prohíben ciertas formas de luchas extremas o las peleas de perros. ¿Alguien permitiría el lanzamiento de enanos ante la falta de pruebas de que su visión aumenta la agresividad?
No hay partido de fútbol importante que no se vea acompañado de un destacado despliegue policial, lo que no impide que puedan ocurrir altercados violentos. Pero a nadie se le ocurriría su prohibición. Y a nadie se le ocurriría la legalización de las peleas de gallos o las carreras de coches en polígonos industriales de madrugada alegando que su contemplación no tiene efectos negativos sobre los espectadores. Hace pocos años, alarmas sanitarias justificaron la limitación de ciertas libertades individuales en aras de un bien común, y el nefasto aprendizaje afectivo-sexual que la mayoría del porno está suponiendo para una parte no pequeña de la infancia y la primera adolescencia es un problema que está al nivel de una pandemia. Como no tengo la solución, me cuesta trabajo criticar a los que proponen alguna.