ChatGPT no es el problema: el problema es que quizá seamos estúpidos (y más que podríamos llegar a serlo)
La mediocridad y la estulticia camparán por sus respetos y será casi imposible encontrar oasis de pensamiento nuevo.
Las grandes tecnológicas llevan décadas espoleando a la población para que genere contenido en internet. Primero fueron los blogs, luego las redes sociales y ahora nos dedicamos a dar saltitos más o menos ridículos al son de la música que toca TikTok, la primera red social que solo es red. Una red de arrastre, para ser precisos.
El caso es que ahora todo ese material se ha convertido en un descomunal abrevadero para los sistemas de inteligencia artificial generativa. Hay que ser muy ingenuo para no ver la relación entre ambos fenómenos.
Sin embargo, lo verdaderamente importante es que este hecho nos ha colocado en los albores de un bucle infinito que puede volvernos completamente lerdos.
Es muy sencillo: los sistemas de inteligencia artificial generativa beben de lo publicado en internet. Y ahora mismo se están compartiendo en todas las redes sociales métodos para generar contenido usando esos sistemas. Contenido que va a ser de nuevo volcado a internet. El lugar donde, de nuevo, se alimentará la inteligencia artificial para entregarnos lo que le pedimos. Y así sucesivamente.
La pregunta es cuántos de estos ciclos pasarán antes de que nos convirtamos en muertos vivientes. La constante recurrencia y falta de novedad en todo lo que nos rodea provocará lo mismo que los matrimonios consanguíneos en las dinastías donde estos abundan: anomalías genéticas y patologías que provocan debilitamiento y mortalidad prematura. En nuestro caso lo que nos matará en vida es el aburrimiento.
Si ahora internet ya se asemeja a un gigantesco meme, a una enorme cámara de eco que repite las mismas ideas una y otra vez, con el uso indiscriminado de la inteligencia artificial generativa para producir contenido, ese fenómeno se multiplicará por sí mismo hasta lo impensable: después de una serie de ciclos, pocos, acabaremos pensando todos lo mismo, sintiendo todos lo mismo, comprando todos lo mismo y, en general, haciendo todos lo mismo. La mediocridad y la estulticia camparán por sus respetos y será casi imposible encontrar oasis de pensamiento nuevo.
Pero la culpa no es de los sistemas de inteligencia artificial generativa. La culpa es nuestra. Si una colosal fábrica de armas blancas colocara un cuchillo en cada uno de nuestros bolsillos seríamos necios si lo blandiéramos para cortarnos la yugular. Por eso, quizá haya que pensar que no es que estos sistemas nos hagan estúpidos. Si nuestra ambición por publicar, quizá la más banal que existe, nos impide ver que cada vez que compartimos contenido extraído de la inteligencia artificial estamos alimentando el ciclo de nuestra destrucción intelectual, es que ya lo somos. Y más que lo seremos.
Cuando uno lee una novela de género ya sabe lo que va a pasar. No conoce el argumento concreto, pero sí sabe cuáles van a ser sus ingredientes: policías, naves espaciales, romances tórridos o reinos de fantasía. Inadvertidamente, las narrativas de argumento nítido se han colado en nuestra cultura disminuyendo el pasmo y la fascinación que antes sentíamos ante los giros inesperados de las obras impredecibles. Hoy día, la mayoría de lo que se publica en las redes sociales es igualmente previsible y monótono. Mañana lo será todo lo que nos rodea. Si cada nueva idea es un árbol, dentro de poco no habrá ninguno. Hagamos, pues, acopio de toda el agua que podamos atesorar, porque nos espera la más abrasadora travesía por el desierto que jamás pudimos imaginar.