Carta a dios sobre el atentado contra Trump
Es justamente lo que le faltaba a Joe Biden.
Querido dios: llevas toda la semana oyendo cómo atribuyen a tu intervención providencial la salvación de Donald Trump. Lo han dicho delegados del Partido Republicano, predicadores protestantes de toda laya, la familia del balaseado, e incluso el propio protagonista del incidente —no, dios, el protagonista no eres tú, no te vengas arriba; es una fuerza superior: Donald Trump—. La conexión Trump-Putin se ha debilitado a favor de la conexión Trump-Yisuscraist, por si alguien dudaba de que Stormy Daniels era la nueva María Magdalena. Y tú callas como un muerto. No has hecho caer, no sé…, un rayo bíblico sobre la tribuna de oradores, un tímido perdigón que lesione esta vez la oreja izquierda del anterior y próximo presidente de los Estados Unidos. Nada. Esto sí que es el silencio de dios.
Pues te advierto que un viejo dicho asegura que el que calla, otorga. Y los dioses no sois una excepción. Así que, como en dos o tres días no aparezca en los cielos de Milwaukee un inequívoco mensaje tuyo jurando que tu participación en la potra de Donald es un bulo producido por la máquina del fango de los pseudomedios republicanos, todos vamos a entender que has tenido un trato de favor hacia el único candidato cuyas expectativas de voto aumentan con las condenas judiciales. La Junta Electoral de Pennsylvania tiene estrictamente regulado el apoyo que los dos principales partidos pueden recibir por parte de los dioses, siempre bajo el principio de igualdad y el rechazo de cualquier favoritismo sobrenatural que pueda, por ejemplo, evitar que un candidato muera.
Es justamente lo que le faltaba a Joe Biden. En unas recientes declaraciones, el bueno de Joe había puesto como condición sine qua non de su retirada que tú mismo te aparecieras ante él y se lo pidieras en persona mirándole a los ojos. Pues bien, ha ocurrido. Disparan a su rival y tú mueves su cabeza tanto como para que su herida sea trivial y tan poco como para que le quede de por vida la marca de tu intervención. No lo has podido dejar más claro. No solamente Biden se enfrenta a la hercúlea tarea de subir y bajar escalerillas de avión, recordar el nombre del país donde se encuentra o la persona con la que está hablando, sino que además debe vencer al mismísimo dios. “Por supuesto que venceré a Buda”, me cuentan que ha declarado a sus allegados.
De verdad que nunca te voy a entender, dios de los protestantes. Tan caprichoso, tan arbitrario, tan antojadizo. No eres como el dios de los católicos que asiste a Joe Biden, que está tan ocupado releyendo la Summa Theologica de Santo Tomás que no le ayuda al demócrata ni a terminar una oración subordinada. El Dios católico debería aprender a hacer asistencias viendo jugar a Cucurella. Otro gallo cantaría en los debates. Pero tú tampoco te confíes: los dioses a veces os creéis impunes para actuar como os parezca, pero aquí la ley es igual para todo el mundo, y no faltará un juez que te impute un delito de favoritismo electoral. Y no te va a valer de nada tu truquito favorito, éste de negarte a declarar y quedarte callado. No eres Begoña Gómez y Estados Unidos no es España.