'Avenue Q', ¿de verdad me estás recomendando un musical de marionetas?
Una divertida comedia, que ayuda a reírse de la precariedad tanto económica como afectiva en la que vive la juventud, y no solo ellos.
¿Qué pasa si te dicen que vas a ir a un musical con marionetas? Pues que, si tienes unos años, dirías que vayan tu hermano o hermana pequeños. Que tú ya tienes una edad para esas cosas. Si encima te dicen que se parecen a las marionetas de Barrio Sésamo, seguro que piensas que preescolar quedó muy atrás. La nueva producción del musical gamberro de Avenue Q que se puede ver en en el Teatro de la Estación o Gran Teatro Caixabank Príncipe Pío ha llegado para hacerte cambiar de idea.
¿Cómo? Primero con su historia. La de un pringado de provincias que con una titulación de una uni supeguay y superprestigiosa llega a Madrid para triunfar. Primer triunfo, ¡encuentra un piso! ¿Dónde? Un zulo en Lavapiés donde viven otros tiradillos como él en un ambiente multiculti. Segundo triunfo, pierde el trabajo sin ni siquiera haber comenzado a trabajar.
¿Pensando que es un drama? Pues te has colado. Es una comedia, una divertida comedia, que ayuda a reírse de la precariedad tanto económica como afectiva en la que vive la juventud, y no solo ellos. También de las tentaciones que rodean esa situación, los ositos de las malas ideas. Lo hace con amabilidad musical, como todos los musicales, y neutralizada con gamberrismo y mala uva.
Un musical que funciona porque todo funciona. Por un lado, el libreto original de Jeff Whitty, que ha sido adaptado con gracia a la realidad española. Donde Nueva York se ha convertido en Madrid y el barrio más allá de las afueras neoyorkino del original se ha convertido, como ya se ha dicho, en el deteriorado Lavapiés. Y los abundantes emigrantes asiáticos, en emigrantes del este.
Porque las canciones de Robert Lopez, el mismo que The book of Mormon, y Jeff Marx han sido traducidas con criterio. Entre las que se lleva la palma por divertida y pegadiza la de Internet es para el porno. De hecho, a partir de esta canción, la energía en las butacas cambia mucho, como que el público comienza a coger la temperatura de la obra y a reír y a aplaudir mucho más.
Y sí, las adicciones, y al sexo en la Red es una de ellas, como el alcohol, la orientación sexual, las posibilidades de desarrollo laboral y personal, no son temas que se eviten porque están al cabo de la calle. Algo que hacen de una manera no moralista, o con moralina, pero sí mostrando la dificultad que suponen para tener una vida adulta. En la que no siempre se tiene claro lo que se quiere o no se quiere reconocer lo que se quiere.
Claro que detrás hay dos directores, uno del que ya se ha hablado en esta sección muchas veces. Es Gabriel Olivares, un currante del teatro que habitualmente se aplica a intentar contar lo que hay que contar de la mejor manera posible. El otro es José Félix Romero, curtido en musicales. Ambos ya colaboraron en otro musical que también se vio en este espacio, Tick, tick… boom!, protagonizado por Daniel Diges.
Ellos lideran un elenco talentoso. Lo es tanto en la comedia y cantando, como en el manejo de marionetas. Eso hace que la mezcla funcione. Y que, tras el choque inicial para aquellas personas que no sepan lo que van a ver, el público olvide que son unos muñecos a los que se le ponen voces. Unas marionetas de mano de medio cuerpo que podría parecer que flotan en el espacio. Algo paródicas. Con colores de piel y pelo a veces imposibles. Incluso, las hay que son peludas ya que son monstruos.
En que funcionen tiene mucho que ver la manera en la que comienza el espectáculo. Como si el que cuida la finca o las propiedades fuese un niño jugando con una gran casa de muñecas. Una 13 rue del percebe de Lavapiés habitada por las marionetas.
Una sencilla pero eficiente forma de informar la manera en la que se ha planteado el espectáculo. Como un juego. Un juego en el que los actores y actrices que manipulan a las marionetas saben darles su corporalidad. Y, cuando no manipulan marionetas, sino que representan personajes reales, saben interactuar con dichos muñecos como si estos fueran reales, un intérprete más.
¿Se le puede poner algún pero? Se le puede poner. Como el comienzo con el volumen subido, que hacer saltar las alarmas para los que quieran apreciar la música, aunque hay que reconocer que la sonorización es buena, de las mejores de los musicales. Algo muy importante para entender las letras de las canciones y poder reír con ellas. Sonorización que se mantienen cuando los personajes hablan, por lo que en los diálogos parecen algo gritadas o histriónicas. Lo que a parte del público puede alejar. Un tipo de voz que no se corresponden con el trabajo corporal de los actores, mucho más naturalista.
También, siguiendo esa máxima falsa de que la obra no puede parar o ralentizarse para no aburrir al personal, se le ha dado un ritmo acelerado, que alguien llamará trepidante, para que las cosas sucedan. Así que mantiene una cierta velocidad o apresuramiento que dificulta la relación emocional entre el público y lo que pasa en escena. Como también se pierde la sensación de evolución de los personajes, más contada que hecha.
Sin embargo, dicho todo lo anterior, hechas las sumas y las restas, si eres de los que te lo pasaste bien con The book of Mormon, ya estás sacando la entrada para ver Avenue Q y descubrir que las marionetas y los sosias de Epi y Blas, Miss Piggy y el monstruo de las galletas han crecido, como sus espectadores, y han dejado el barrio de su infancia, Barrio Sésamo, pues ya son adultos.
Ahora viven en un mundo real. Y se enfrentan al día a día de cualquier mortal. En una sociedad diversa y desigual en lo racial, lo cultural y el género. Viviendo en unos barrios gentrificados. Con necesidades de amor y euros en un mundo capitalista interconectado, que parece muy nuevo, pero en el que las motivaciones de los humanos, y estas marionetas junto con el resto de personajes lo son, siguen siendo las mismas. Las de poder crecer, es decir tener una vida que les permita disfrutar del amor y la amistad elegidos.