Todo el trabajo de Mendoza, y esto es algo que reitero con relativa asiduidad, es de una narración tan límpida y visual que me recuerda, de modo totalmente impremeditado, a escenas cinematográficas. Y es así tan a menudo que, sin apenas quererlo, recuerdo cada uno de sus libros como fragmentos de películas, como jirones con escenografía, diálogo, encuadre e iluminación. No puedo evitarlo.