Mi factura de la luz es un atropello al sentido común y un estropicio comunicativo de casi 1500 palabras, una auténtica exhibición de tecnicismos y formulismos burocráticos y legales que se me antoja que está más pensada para evitar problemas legales a la corporación que la emite o para esconder los puntos más desfavorables al consumidor, que para que cliente sepa de qué va todo esto.